martes, 21 de julio de 2009

LA LEY DEL MENOR



Siempre que se da algún caso de violación, secuestro o asesinato, o las tres cosas a la vez, cometido por menores, salta a los medios de comunicación la polémica Ley del Menor. También los partidos políticos hablan de reformar dicha ley en el sentido de rebajar la edad penal, como si con eso se solucionara el problema. El último caso ha sido el de la niña de 13 años con deficiencia psíquica que ha sido violada por varios menores en una localidad de la provincia de Huelva (por no citar el de Marta del Castillo que ya clama al cielo). La edad penal actual está en los catorce años y el PP, pide que se rebaje a los trece. ¿Pensarán estos señores que con eso desaparecerán los casos de violaciones o asesinatos a cargo de menores? Siguiendo por esa senda pronto llegaremos a poder meter en la cárcel a niños de ocho años. Y es que la solución no está en rebajar la edad penal, de acuerdo que ésta tiene que tener un límite, sino en poner los medios para que los menores no cometan actos delictivos. Estos últimos días he oído opiniones de altas personalidades del Estado, entre ellas la del Sr. Ministro de Educación, la del Defensor del Pueblo Andaluz y la del Defensor del Menor, y todas coinciden en lo esencial, es decir, que hay que fomentar en los jóvenes los valores del respeto, la convivencia, la solidaridad y todos los que se han ido perdiendo en estos últimos tiempos. Si se consiguiera inculcar en los niños y jóvenes estos valores, este problema del que estamos hablando se solucionaría en un altísimo porcentaje, por no decir en su totalidad, por dejar un margen para las excepciones que siempre las ha habido y siempre las habrá. Y esto que parece tan complicado es, sin embargo, muy fácil de conseguir: basta con devolver a los padres y profesores la autoridad que en los últimos tiempos se les ha escamoteado. Según las leyes actuales un padre que le dé un cachete a su hijo puede ser condenado por mal trato, como la madre de Jaén que lo fue hace unos meses. Una cosa es dar un cachete en un momento oportuno y otra muy distinta maltratar a un hijo. En el primer caso estamos ante un acto educativo; en el segundo ante un ejemplo de mal trato. Lo mismo puede decirse de los maestros y profesores. Hay una corriente muy extendida todavía, por desgracia, que dice que a los niños no hay que darles frustraciones porque pueden sufrir un trauma. Esto es totalmente falso y no porque yo lo diga, sino porque la historia de la humanidad lo demuestra. A los niños, como he dicho ya en otras ocasiones, lo que no hay que hacer es ponerles zancadillas, pero sí ponerlos ante pequeños obstáculos, acordes con su edad y capacidad, y ayudarles a vencerlos para que aprendan a superar los que en su vida de joven y adulto se van a encontrar con toda seguridad, más tarde o más temprano.
Porque ¿qué hará el niño al que sus padres lo hayan acostumbrado a darle todos los caprichos, cuando ya éstos no se los puedan dar? ¿o el que no haya sufrido ningún reproche por alguna falta cometida? El primero lo conseguirá como pueda, aunque para ello haya que matar o robar. El segundo hará lo que le apetezca, porque piensa que, como con sus padres, todo va a quedar impune. No nos extrañemos, pues, de casos como el que ha motivado este artículo.
Señores gobernantes y políticos, dejen la edad penal tal como está, pero devuelvan la autoridad a los padres y profesores, y no tengan miedo, que al padre o al profesor maltratador, siempre se les ha descubierto, pero den a los demás los recursos necesarios para que puedan educar a sus hijos y alumnos respectivamente.
Hace unos años leí un artículo de José Mª. Carrascal que él tituló La Ventana Rota y que yo adapté para mis alumnos. En síntesis se trata de corregir las pequeñas faltas, ya que si éstas pasan impunes, se motiva al sujeto a cometer faltas de más gravedad.

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