miércoles, 28 de diciembre de 2011

VALOR EDUCATIVO DE LA CRISIS


Vaya por delante que no está en mi ánimo, ni mucho menos, justificar la crisis económica en la que los gobiernos de Rodríguez Zapatero nos han sumido y menos aún adjudicarle algún valor. Lo que pretendo es hacer ver cómo cualquier situación desfavorable, puede, con ingenio y voluntad convertirse en algo positivo. Esto no quiere decir que sean necesarias estas situaciones desfavorables para obtener cosas positivas en la vida, sino que de ellas podemos aprender y hacer de la necesidad virtud. Que quede claro, por lo tanto, que es lamentable la situación a la que los últimos gobiernos socialistas nos ha llevado: casi cinco millones de parados, rebajas y congelación de sueldos y pensiones, además de desbarajustes en la mayoría de las familias españolas.

Pero, dicho esto, remito al lector a lo que Adam J. Jackson dice en su libro: “ Los 10 secretos de la abundante felicidad”. Dice este autor que: “ No hay ningún problema que no traiga consigo un regalo y que ante una situación problemática plantearnos qué podemos aprender y cómo beneficiarnos de esa experiencia o situación negativa”.

Y plantea tres preguntas ante ella:

“ ¿Qué tiene de bueno esta situación?

“ ¿Qué es lo que todavía no es perfecto?

“ ¿Qué puedo hacer para que las cosas sean como yo quiero que sean, divirtiéndome mientras lo hago?

Y señala el Poder de la actitud como el Primer secreto de la abundante felicidad..

Veamos ahora siguiendo este sencillo esquema cómo podemos sacar partido a esta situación tan calamitosa en la que nos encontramos,

Respondiendo a la primera pregunta de Jackson, esta situación a primera vista no tiene nada bueno, sobre todo para quien no tenga trabajo o haya visto reducido sus ingresos. Sin embargo si la situación no tiene nada bueno, de sus efectos si que podemos obtener algo positivo.

El primer efecto es la reducción de ingresos. Esto nos obliga a hacer una estudio riguroso de los gastos que hasta ahora hemos tenido y establecer cuáles de ellos son verdaderamente necesarios y de cuales podemos prescindir. Estudio que nos lleva a una práctica de la austeridad. En otras ocasiones y en este mismo blog, he señalado la utilidad de la Filosofía para enfrentarnos a la crisis económica. Y ponía como ejemplos a Sócrates y a Espinosa. El primero se extrañaba de la cantidad de cosas que los atenienses necesitaban para vivir. La mayor parte de ellas superfluas. Él no necesitaba tantas; solamente utilizaba las necesarias. El segundo redujo a poco más de la mitad una pensión que un alumno suyo le asignó, alegando que con esa cantidad tenía suficiente para vivir. Y no solamente esto, sino que antes había rechazado, aduciendo que no los necesitaba, un regalo de 2000 florines que el mismo alumno le quiso hacer. Y sin embargo ambos tuvieron una existencia feliz. Estos dos filósofos nos enseñan a ser austeros. El ajuste de cinturones a que esta situación de crisis nos está obligando a hacer, nos enseña a serlo y a administrar con discreción y sensatez los ingresos, pocos o muchos, que tengamos.

En relación con la segunda pregunta, nos podemos dar cuenta que hemos estado haciendo un uso inadecuado del dinero; que no hemos tenido la precaución de guardar algo, por si acaso las cosas venían mal dadas en otro momento. Es decir hemos estado derrochando pensando que la situación de bonanza iba a ser eterna. Nos ha ocurrido lo que a la cigarra de la fábula, que pensaba que el verano duraría siempre y, por lo tanto, no tenía que molestarse, como hacía la tonta de la hormiga, guardando afanosamente alimentos para el invierno. Pues bien, lo que no era perfecto aún es la actitud que hasta ahora hemos tenido no siendo previsores. Luego ya tenemos una primera conclusión positiva de la crisis: nos está enseñando a administrarnos mejor y a ser austeros, gastando solamente lo que es verdaderamente necesario.

En cuanto a la tercera pregunta de Jackson, ya prácticamente la hemos contestado: austeridad y buena administración. Hay, sin embargo, algo muy importante que no he señalado al hablar de la primera, la vertiente educativa que para los hijos puede tener esta situación. Los niños actuales están acostumbrados a recibir regalos a troche y moche, es decir sin orden ni concierto. Esta situación nos brinda la oportunidad de enseñar a los niños que no se puede conseguir todo lo que se desea al instante, sino que hay que saber esperar a que llegue el momento de conseguirlo. Aquí quiero volver a repetir lo que ya he dicho en otras ocasiones: los niños no se frustran porque no se les dé el capricho que quieren en un momento dado. Llorarán, y patalearán, insistirán, pero si los padres mantienen la firmeza y, en niños ya mayorcitos, se les explica con claridad el motivo, al fin lo aceptan y, no solamente no se frustran, sino que aprenden a superar obstáculos, a tener paciencia y a esforzarse para obtener las cosas. Lo que les va a ser de mucha utilidad en sus vidas de adulto.

Pero ¿cómo divertirnos mientras hacemos que las cosas sean como queremos? Hay muchas formas. En primer lugar los padres sentirán satisfacción cuando vean que sus hijos se van educando en la austeridad y en el esfuerzo. En segundo lugar, al tener que salir menos, dedicaremos más tiempo a la lectura, a estar con los hijos, a desarrollar cualquier actividad manual, artística o literaria, a tener conversaciones con los amigos y a un sinfín de cosas que la vida ajetreada que hasta ahora habíamos llevado, no nos lo permitía.

Sé que este artículo será considerado como políticamente incorrecto, como se dice ahora, por muchas personas. Pero lo que señalo en él es la pura realidad, nos guste o no.

lunes, 5 de diciembre de 2011

LA NAVIDAD Y LOS REGALOS


Lo que va a continuación es parte uno de los capítulos de mi último libro: Vivimos y soñamos, pero no morimos, publicado por Ediciones Absalon. Soy consciente de que a muchas personas no le parecerá políticamente correcto, pero es posible que algunas otras estén de acuerdo. Quiero dejar bien claro que no va en absoluto en contra de la Navidad, sino que critica el uso eminentemente comercial y consumista que, cada vez más, se le da a esta, otrora, entrañable y familiar fiesta. Además a muchos padres les puede servir como estímulo para educar a sus hijos y acostumbrarlos a consumir de forma adecuada.

Uno de los muchos anuncios que se ven y oyen en los medios de comunicación con motivo de las próximas fiestas navideñas es este: No hay Navidad sin regalos. Y yo me pregunto ¿En qué estamos convirtiendo la Navidad?

De acuerdo con los citados anuncios y los reclamos de los comercios, tanto pequeños como grandes almacenes, da la impresión de que la Navidad es una fiesta inventada para hacer regalos. ¿Has pensado ya lo que vas a regalar esta Navidad?, reza uno de ellos y a continuación presenta una serie de objetos: juguetes, joyas, bolsos, libros, etc. Todos de tipo material, todos se pueden comprar con dinero. Y lo grave, no es que el comercio intente vender que para eso está, sino que la gente se crea de verdad que si no hace algún regalo es como si no estuviese en Navidad. En otro, un niño le dice al padre: ¡mira papá una estrella fugaz!; cierra los ojos y pide un deseo para la Navidad. A continuación se anuncian varios cruceros.

El único viaje que se hizo en la primera Navidad fue en un humilde asno y por caminos pedregosos y peligrosos y, además, no fue precisamente un viaje de placer, como los que ofrecen las agencias en el anuncio citado, sino obligado por las exigencias legales de la orden de empadronamiento que había dictado el emperador Octavio Augusto. Y los viajeros no tenían reserva en un gran hotel, sino que se tuvieron que alojar en una cueva de pastores de las afueras, porque en las posadas ya no había sitio para ellos. Y cuando llegó la noche de la primera Navidad, estaban solos y sin apenas comida. Allí no había langostinos, ni cochinillos, ni pavo, ni champán, ni dulces. Seguramente lo más que tendrían para cenar sería un pedazo de pan y otro de queso y, lo más probable, ambos duros. Tampoco había luces extraordinarias, sino que se tendrían que conformar con la tenue luz de algún candil y con la calefacción natural que proporcionaban los animales que había en la cueva. Tradicionalmente una mula y un buey, pero seguramente habría también alguna oveja. ¡Vamos una lujosa suite!

Este fue el escenario de aquella primera Navidad que nosotros hemos transformado completamente ¡cosas del progreso!

Es posible que al leer este artículo alguien piense que yo estoy en contra de estas fiestas y en cierto modo acierten, porque, efectivamente, no me gusta la Navidad tal como está planteada: fiestas de derroche y de jolgorio, sino la Navidad que yo conocí, sencilla y alegre, pero sin derroche . Y es que sabíamos que era lo que se estaba celebrando. Ni más ni menos que el nacimiento de Dios hecho hombre. ¿Saben eso la mayoría de los niños y jóvenes de ahora? , ¿Qué nos contestarían si le preguntásemos que es la Navidad? Me temo que muchos dirían que es una fiesta en la que la gente se hacen regalos unos a otros.

Y sí, efectivamente en aquella primera Navidad hubo regalos, uno solamente, pero muy valioso. Nada más y nada menos que el descubrimiento de la importancia del hombre y, al decir hombre me refiero al ser humano en sus dos sexos, pues muy importante debe ser cuando Dios decide hacerse uno de nosotros, ¡qué mejor regalo!

Juan Escoto Eriúgena, el mayor talento especulativo del siglo IX decía del hombre lo siguiente: “ El hombre no ha sido llamado inmerecidamente oficina de todas las criaturas; en efecto, todas las criaturas se contienen en él. Entiende como el ángel, razona como hombre, siente como animal irracional, vive como el gusano, se compone de alma y cuerpo y no carece de ninguna cosa creada”. Pues este es el regalo que aquel Niño nos hizo al hacerse uno de nosotros, el que comprendiéramos la importancia de ser hombre y como hacer para comportarnos como tales.

El mismo Jesucristo lo diría después claramente: el reino de Dios no está aquí o allá, el reino de Dios está entre vosotros. Hagamos, pues, no solamente regalos que se puedan comprar en la tiendas, sino, además y sobre todo, los que no se pueden comprar con dinero como, por ejemplo: una sonrisa, una mano por encima, un halago, un dedicar más tiempo a la compañía de los seres queridos, etc. Seguramente que los niños recordarían mejor la Navidad si en ella sus padres le dedicasen más tiempo que si les colmaran de regalos pero no estuvieran con ellos. Todo esto, claro está si queremos recordar aquella primera Navidad; si por el contrario olvidamos este detalle, mejor será que las llamemos fiestas del solsticio de invierno como algunos proponen, dejando la Navidad para los que crean en ella.

martes, 1 de noviembre de 2011

SOBRE LA MUERTE


En los días que recordamos de una manera especial a los seres queridos que nos han precedido en el viaje que todos, más tarde o más temprano, tenemos que hacer, quiero compartir con mis amigos y amigas, un diálogo imaginario que mantengo con mi nieto Juan.


- ¿Por qué se muere la gente, abuelo?

- Porque están vivos.

- ¡Abuelo!, eso parece un chiste.

- Lo parece, pero no lo es. Te acuerdas cuando plantamos el melocotonero y cuando hablamos de Dios.

- Si hablamos de que había seres vivos y seres inanimados.

- Y ¿te acuerdas cuales eran las características de los seres vivos?

- Claro que me acuerdo, abuelo. Los seres vivos son los que nacen, crecen, se reproducen y mueren.

- Lo ves, entonces hay que ser un ser vivo para poder morir.

- Ahora lo entiendo, abuelo. Las piedras no mueren porque no son seres vivos

- Efectivamente, solamente se desgastan.

- Hay otras muchas cosas que no pueden morir. Por ejemplo, un coche o un ordenador no mueren, pueden estropearse y dejar de servir, pero no porque mueran. Solamente los seres vivos pueden morir, y la muerte es lo único que el ser humano tiene seguro.

- Bueno, el ser humano y los demás animales que también son seres vivos.

- Sí es seguro que los demás animales tienen que morir algún día, pero ellos no lo saben. Solamente el hombre (al decir hombre me refiero a la especie humana, es decir al hombre y a la mujer) tiene conciencia de que algún día morirá.

- Y eso porqué es, abuelo.

- Porque como ya vimos cuando hablamos de Dios, su alma es distinta de la de los animales y de la de las plantas.

- Sí me acuerdo, el alma del hombre es racional. Pero que quiere decir racional, abuelo.

- Racional quiere decir que tiene la capacidad de pensar, de razonar las cosas. Puede elegir entre una opción u otra, y saber porque lo hace.

- Sí me acuerdo que una de las diferencias era la del libre albedrío.

- Efectivamente, por eso el hombre se equivoca, y los animales no. Pero volvamos a lo de tener conciencia de la muerte. Mira cuando nace un niño, tiene delante una serie de posibilidades: puede tener una profesión u otra; puede casarse o permanecer soltero; puede contraer o no, alguna enfermedad y muchas otras posibilidades que se le pueden presentar a lo largo de su vida. Pero de todas ellas, la única que es segura es la muerte. Las demás son contingentes.

- Qué es contingente, abuelo.

- Contingente es algo que puede ocurrir o no. Por ejemplo. El niño al que nos hemos referido, puede ser medico, veterinario, ingeniero, militar, carpintero o mecánico. Cualquier cosa de esas puede ser, pero ninguna es segura.

- ¿Y las cosas que no son contingentes, como se llaman?

- Se llaman necesarias, porque han de ocurrir por fuerza. La muerte es una cosa necesaria, nadie se puede librar de ella por mucho que lo intente. La puede retrasar, pero no evitar. Una persona a la que le hagan un trasplante de cualquier órgano, retrasa la hora de la muerte, pero al final llegará un día que ha de morir.

- Y solamente la muerte es necesaria.

- No, hay muchas cosas más que lo son. Por ejemplo: Un triángulo tiene que ser por fuerza una figura de tres lados, porque si tuviera más o menos no sería triángulo, ya que la esencia de éste es tener tres lados. Pero mira, en el triángulo hay, a la vez, cosas necesarias y contingentes.

- ¿Cómo puede ser eso, abuelo?

- Muy sencillo. Es necesario que el triángulo tenga tres lados y tres ángulos, pero estos pueden ser más grandes o más pequeños; pueden ser iguales o no.

- Es verdad, yo he estudiado en el Colegio que hay tres clases de triángulos, equilátero, isósceles y escaleno, según que sus lados sean iguales o no.

- Lo ves, ahí tienes que esto último no es necesario. Un triángulo no tiene que ser forzosamente equilátero, isósceles o escaleno, puede ser de cualquiera de esas clases.

- Ya lo veo, abuelo.

- Pero aunque sea de una forma u otra, siempre es triángulo.

- Y cuando uno se muere que pasa.

- En primer lugar hay que tener en cuenta que la muerte sólo es un nombre que hemos inventado los hombres. Intentaré explicártelo de forma sencilla. Lo primero que has de saber, es que alma viene de una palabra latina, anima, que significa principio de vida. Es decir, es algo que da origen a la vida y, por lo tanto, que lleva vida en sí misma o lo que es lo mismo, es vida. Y lo que es vida, no puede morir. En cuanto al cuerpo tampoco muere sino que se convierte en cenizas si lo queman o en polvo si lo entierran. Cuando estudies física, aprenderás que la energía (el cuerpo es energía) no se crea ni se destruye, solamente se transforma, pero ahora es suficiente con que lo sepas.

- Entonces si el alma no muere ¿a dónde va?

- ¿Te acuerdas de cuando hablamos del Universo como una prueba de la existencia de Dios?

- Sí y hablamos de las estrellas que vemos en la Vía Láctea.

- Pues fíjate, la Vía Láctea que es nuestra galaxia, es una de las más pequeñas que hay en el Universo y tiene más de cien mil millones de estrellas. Ya sabes que cada estrella es un sol y que alrededor de cada sol giran planetas. Suponiendo que en cada una girasen cinco planetas, solamente en la Vía Láctea habría medio billón de planetas. Si multiplicamos esa cifra por diez mil millones de galaxias que hay, nos resulta un número tan grande que es muy difícil leer. Y eso contando que en cada galaxia hubiera el mismo número de estrellas que en la nuestra, que como ya te he dicho es de las más pequeñas.

- ¿Y medio billón es mucho, abuelo?

- Para que te hagas una idea de lo que es un billón, te voy a poner un ejemplo sencillo. Tú sabes que un segundo es una fracción de tiempo muy pequeña, tan pequeña que pasa antes de que pronunciemos su nombre. Pues bien, un billón de segundos son cerca de dieciséis mil años. Esto lo puedes comprobar fácilmente si multiplicas los segundos que tiene un día por los 365 que tiene el año y después divides un billón entre los segundos que tiene un año. Pues medio billón sería cerca de ocho mil años. Imagínate que cada planeta es un segundo.

- Entonces en la Vía Láctea hay casi ocho mil años de planetas.

- Efectivamente y hace ocho mil años, los hombres vivían aún en las cavernas.

- Entonces en el Universo entero debe haber muchos billones de planetas.

- Así es.

- ¿Y el alma va a algunos de esos planetas?

- Es posible. Todas las religiones nos hablan de una vida después de la muerte y de los lugares a los que las almas pueden ir, que reciben un nombre distinto dependiendo de la religión que sea. La nuestra habla del cielo y del infierno, entendiendo por el primero un sitio donde se está muy bien y por el segundo otro donde se está muy mal. Pues puede que esos sitios estén en los planetas del Universo. Jesucristo nos dijo que en la casa de su Padre hay muchos sitios donde vivir y yo pienso que la casa del Padre no puede ser otra que el Universo.

- ¿Y qué se hace en el planeta donde vayamos?

- Con exactitud nadie lo sabe, pero yo estoy seguro de que, vayamos donde vayamos, no vamos a estar ociosos y que haremos algo de lo que hemos aprendido aquí en la Tierra.

- Qué es estar ocioso, abuelo.

- Estar ocioso es no hacer nada.

- Eso quiere decir que tendremos algún trabajo.

- Exactamente y ese trabajo tendrá relación con nuestras experiencias en esta vida.

- ¿Y todos iremos al mismo sitio?

- Yo creo que cada uno irá a un lugar distinto, en función de cómo hayan sido sus experiencias aquí. Y que habrá sitios mejores y peores.

- Entonces, habrá sitios que parezcan el infierno y otros que parezcan el cielo.

- Es posible. Pero lo que tenemos que tener claro, no es donde estén el cielo y el infierno, sino que según sean nuestras obras aquí en la Tierra, iremos a un lugar mejor o peor, cuando crucemos esa puerta a la que llamamos muerte.

- Y ¿qué hay que hacer para ir a un sitio bueno, abuelo?

- Pues portarse uno bien con los demás; ser responsable y respetuoso; ayudar a quien lo necesite; no hacer daño a nadie y perdonar si alguien te lo hace a ti. Pero eso no quiere decir que aguantes todo lo que te hagan, sino que sepas defender tus derechos, aunque sin guardar rencor a nadie, ni devolver el mal que te hagan, pero sí hacer saber que te han ofendido y que no lo vas a consentir de nuevo. Jesucristo nos dijo que fuésemos astutos como serpientes y sencillos como palomas.

- No entiendo eso, abuelo.

- Ser astutos como serpientes quiere decir que estés siempre vigilante para procurar que nadie te hagan algún daño y ser sencillos como palomas, que esa vigilancia sea sin hacer daño a nadie y, también, que si te lo llegaran a hacer, que defiendas tus derechos, pero sin rencor.

- Ahora sí lo entiendo, abuelo. Pero eso no debe ser fácil.

- No, no lo es, pero si queremos ir a un sitio bueno, debemos actuar así.