lunes, 5 de diciembre de 2011

LA NAVIDAD Y LOS REGALOS


Lo que va a continuación es parte uno de los capítulos de mi último libro: Vivimos y soñamos, pero no morimos, publicado por Ediciones Absalon. Soy consciente de que a muchas personas no le parecerá políticamente correcto, pero es posible que algunas otras estén de acuerdo. Quiero dejar bien claro que no va en absoluto en contra de la Navidad, sino que critica el uso eminentemente comercial y consumista que, cada vez más, se le da a esta, otrora, entrañable y familiar fiesta. Además a muchos padres les puede servir como estímulo para educar a sus hijos y acostumbrarlos a consumir de forma adecuada.

Uno de los muchos anuncios que se ven y oyen en los medios de comunicación con motivo de las próximas fiestas navideñas es este: No hay Navidad sin regalos. Y yo me pregunto ¿En qué estamos convirtiendo la Navidad?

De acuerdo con los citados anuncios y los reclamos de los comercios, tanto pequeños como grandes almacenes, da la impresión de que la Navidad es una fiesta inventada para hacer regalos. ¿Has pensado ya lo que vas a regalar esta Navidad?, reza uno de ellos y a continuación presenta una serie de objetos: juguetes, joyas, bolsos, libros, etc. Todos de tipo material, todos se pueden comprar con dinero. Y lo grave, no es que el comercio intente vender que para eso está, sino que la gente se crea de verdad que si no hace algún regalo es como si no estuviese en Navidad. En otro, un niño le dice al padre: ¡mira papá una estrella fugaz!; cierra los ojos y pide un deseo para la Navidad. A continuación se anuncian varios cruceros.

El único viaje que se hizo en la primera Navidad fue en un humilde asno y por caminos pedregosos y peligrosos y, además, no fue precisamente un viaje de placer, como los que ofrecen las agencias en el anuncio citado, sino obligado por las exigencias legales de la orden de empadronamiento que había dictado el emperador Octavio Augusto. Y los viajeros no tenían reserva en un gran hotel, sino que se tuvieron que alojar en una cueva de pastores de las afueras, porque en las posadas ya no había sitio para ellos. Y cuando llegó la noche de la primera Navidad, estaban solos y sin apenas comida. Allí no había langostinos, ni cochinillos, ni pavo, ni champán, ni dulces. Seguramente lo más que tendrían para cenar sería un pedazo de pan y otro de queso y, lo más probable, ambos duros. Tampoco había luces extraordinarias, sino que se tendrían que conformar con la tenue luz de algún candil y con la calefacción natural que proporcionaban los animales que había en la cueva. Tradicionalmente una mula y un buey, pero seguramente habría también alguna oveja. ¡Vamos una lujosa suite!

Este fue el escenario de aquella primera Navidad que nosotros hemos transformado completamente ¡cosas del progreso!

Es posible que al leer este artículo alguien piense que yo estoy en contra de estas fiestas y en cierto modo acierten, porque, efectivamente, no me gusta la Navidad tal como está planteada: fiestas de derroche y de jolgorio, sino la Navidad que yo conocí, sencilla y alegre, pero sin derroche . Y es que sabíamos que era lo que se estaba celebrando. Ni más ni menos que el nacimiento de Dios hecho hombre. ¿Saben eso la mayoría de los niños y jóvenes de ahora? , ¿Qué nos contestarían si le preguntásemos que es la Navidad? Me temo que muchos dirían que es una fiesta en la que la gente se hacen regalos unos a otros.

Y sí, efectivamente en aquella primera Navidad hubo regalos, uno solamente, pero muy valioso. Nada más y nada menos que el descubrimiento de la importancia del hombre y, al decir hombre me refiero al ser humano en sus dos sexos, pues muy importante debe ser cuando Dios decide hacerse uno de nosotros, ¡qué mejor regalo!

Juan Escoto Eriúgena, el mayor talento especulativo del siglo IX decía del hombre lo siguiente: “ El hombre no ha sido llamado inmerecidamente oficina de todas las criaturas; en efecto, todas las criaturas se contienen en él. Entiende como el ángel, razona como hombre, siente como animal irracional, vive como el gusano, se compone de alma y cuerpo y no carece de ninguna cosa creada”. Pues este es el regalo que aquel Niño nos hizo al hacerse uno de nosotros, el que comprendiéramos la importancia de ser hombre y como hacer para comportarnos como tales.

El mismo Jesucristo lo diría después claramente: el reino de Dios no está aquí o allá, el reino de Dios está entre vosotros. Hagamos, pues, no solamente regalos que se puedan comprar en la tiendas, sino, además y sobre todo, los que no se pueden comprar con dinero como, por ejemplo: una sonrisa, una mano por encima, un halago, un dedicar más tiempo a la compañía de los seres queridos, etc. Seguramente que los niños recordarían mejor la Navidad si en ella sus padres le dedicasen más tiempo que si les colmaran de regalos pero no estuvieran con ellos. Todo esto, claro está si queremos recordar aquella primera Navidad; si por el contrario olvidamos este detalle, mejor será que las llamemos fiestas del solsticio de invierno como algunos proponen, dejando la Navidad para los que crean en ella.

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