martes, 25 de julio de 2017

D. QUIJOTE PARA TODOS





Capítulo XIII. Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos


          Al amanecer los cinco cabreros se levantaron    y fueron a despertar a don Quijote para decirle que si seguía queriendo ir a ver el entierro de Grisóstomo ellos le acompañarían. Don Quijote se levantó y mandó a Sancho que ensillase a Rocinante y pusiera la albarda al rucio (burro), cosa que hizo con mucha diligencia, poniéndose todos en camino. No habían caminado un cuarto de legua (13)   cuando vieron venir hacia ellos  seis pastores vestidos con pellicos (14)  negros y cubiertas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa en señal de luto, como era costumbre en los pastores.  Traía cada uno un grueso bastón de acebo (15) en la mano. Venían con ellos dos gentiles hombres a caballo vestidos con ropa apropiada para viajar y con ellos, caminando,  tres mozos que los acompañaban. Al encontrarse se saludaron cortésmente y preguntándose unos a otros supieron que todos iban al lugar del entierro, por lo que siguieron juntos el camino.

Uno de los de a caballo, hablando con su compañero, le dijo:

   Me parece señor Vivaldo que merecerá la pena el retraso en nuestro viaje, porque este entierro merecerá verlo, por lo que estos pastores han contado del extraño comportamiento, tanto del pastor muerto como el de la pastora causante de su muerte.
   Así me lo parece a mí —respondió Vivaldo—; y no sólo retrasarnos un día, sino cuatro con tal de verle.
Don Quijote les preguntó qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo, respondiendo el caminante que de madrugada se encontraron con aquellos pastores y que al verlos vestidos de luto les preguntaron el porqué iban de aquella manera y que uno de ellos les habló de la hermosura de Marcela y de sus muchos pretendientes así como de la muerte de Grisóstomo, que era uno de ellos. Por su parte don quijote les contó todo lo que le había contado Pedro. Terminada esta conversación, comenzó otra cuando Vivaldo le preguntó a don Quijote el porqué iba armado por una tierra tan pacífica.
   El ejercicio de mi priofesión no permite que vaya de otra manera. La vida cómoda, la diversion y el reposo están hechos para los blandos cortesanos; pero el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos.
Al oir esto, lo tomaron por loco, pero para saber qué clase de locura era la suya, Vivaldo le preguntó que qué era eso de “ caballeros andantes.
¿No han leído vuestras mercedes —respondió don Quijote— los anales(16) e historias de Inglaterra, donde se tratan las famosas hazañas del rey Arturo, del que la tradición de aquel reino dice que no murió, sino que por arte de encantamento, se convirtió en cuervo y que un día volverá y recuperará su reino, por lo que desde entonces ningún ingles ha matado un cuervo? Pues en tiempo de este buen rey fue instituida la famosa orden  de los caballeros de la Tabla Redonda que transmitieron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuentan de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo alcahueta de ellos y sabedora aquella tan honrada dueña Quintañona, de donde nació aquel tan sabido romance tan ponderado en nuestra España, de:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido como fuera Lanzarote cuando de Bretaña vino;

Pues desde entonces, de mano en mano, fue aquella orden de caballería extendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus hechos el valiente Amadís de Gaula, con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería; en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mismo que profesaron los caballeros referidos profeso yo. Y así, voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos.
Por estas razones que dijo, se acabaron enterando los caminantes que don Quijote había perdido el juicio, así como de la clase de locura que padecía, admirándose de ella como todos los que  lo iban conociendo. Y Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre condición, para entretenerse en el poco camino que faltaba para llegar al lugar del entierro, le siguió la corriente para oirle más disparates, diciéndole:
-  Me parece, señor caballero andante, que vuestra merced ha elegido una de las profesiones más duras que hay en la tierra, y pienso que sea  incluso más severa que la de los frailes cartujos.
Será tan severa, respondió don Quijote, pero de que es muy necesaria no me cabe ninguna duda.  Porque tan importante es el soldado que obedece que el capitán que manda y si los religiosos piden al cielo por el bien de la tierra, los soldados y caballeros defendemos con el valor de nuestros brazos y el filo de nuestras espadas lo que ellos piden y no bajo buenos techos, sino al raso lo mismo sufriendo el calor del verano que el frío del invierno. Por eso somos ministros de Dios en  la tierra porque con nuestros brazos defendemos su justicia. Y con más trabajo, ya que las cosas de la Guerra les hacen sudar y trabajar más que a los que  en paz, con sosiego y reposo están pidiendo a Dios que favorezca a los más necesitados. Con esto no quiero decir que es más importante el ser caballero andante que religioso, sino que su profesión es más trabajosa y está expuesto a pasar hambre y sed. Los antiguos caballeros andantes pasaron muchas calamidades, y si algunos llegaron a ser emperadores, fue a costa de mucho trabajo, sudor y sangre, aunque recibieran la ayuda de sabios y encantadores.     
      Yo pienso lo mismo —replicó el caminante—; pero hay una cosa, entre otras muchas, que me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que,  a la hora de enfrentarse a una aventura peligrosa, no se encomiendan a Dios, como hacen los buenos cristianos cuando se encuentran en  alguna dificultad o peligro, sino que lo hacen a sus damas, como si ellas fueran su Dios, lo cual me parece cosa de gente incrédula.
              Señor —respondió don Quijote—, eso no es así, ya que es costumbre que el caballero andante  piense en su dama, rogándole que le favorezca en el trance que va a acometer y encomendarse a ella, aunque sea entre dientes, si nadie le oye, como se explica en muchas historias. Pero eso no quita que se encomiende  a Dios durante el tiempo que dure la contienda.
      A pesar de eso, replicó el caminante, me queda una duda porque muchas veces he leído que en el fragor del combate se encomiendan nuevamente  a sus damas y como suele ocurrir que  uno de ellos caiga al suelo y sea atravesado por el otro de parte a parte, no creo que al muerto le de tiempo de encomendarse a Dios. Mejor hubiera sido que en medio del combate se encomendase a Dios en lugar de a su dama. Además que pienso que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque todos no están enamorados.
              Eso no puede ser —respondió don Quijote— porque no puede haber caballero andante sin dama, ya que es tan natural en ellos que estén enamorados como al cielo tener estrellas. Y estoy seguro que no existe historia donde se hable de un caballero andante sin amores y si alguno no los tuviese no sería  un caballero auténtico que entraría en la orden de la caballería por la puerta falsa.
      Pues si mal no recuerdo —dijo el caminante—, he leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y no por eso, dejó  de estar bien considerado, siendo, además  un caballero famoso y valiente.
      Don quijote le respondió que una golondrina no hace verano (17) y yo sé que, aunque en secreto, este caballero estaba muy enamorado, pues, aunque su naturaleza no podia evitar enamorarse de muchas, se sabe que había una a la que había hecho su dama y a la que en secreto se encomendaba, porque no le gustaba contar sus cosas íntimas.
   Luego, si es propio  que todo caballero andante tenga que estar enamorado
      dijo el caminante—, vuestra merced ha de estarlo, pues esa es su profesión y si no es como don Galaor en cuanto a los secretos, le suplico en mi nombre y en el de todos los que nos acompañan que nos diga el nombre, pueblo, clase social y hermosura de su dama; pues ella estaría muy contenta si  todo el mundo sabe que es querida y servida de un importante caballero como vuestra merced parece. 
Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo:
              Yo no puedo saber si a mi dama le gusta o no que el mundo sepa que yo la sirvo solo que su nombre es Dulcinea, su pueblo un lugar de la Mancha llamado el Toboso, su clase, por lo menos princesa, pues es mi reina y señora; que su hermosura es sobrehumana, porque posee todos los atributos que los poetas dan a sus damas, que sus cabellos son rubios como el oro, su frente campos eliseos (18), sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.

   Nos gustaría saber quien es su familia y su ascendencia,  replicó Vivaldo.
A lo cual respondió don Quijote:

      No desciende de familias ilustres como los Cipiones romanos, ni de los modernos Ursinos, ni de otras familias ilustres como los Moncada de Cataluña, ni de los Rebellas de Valencia, ni de de los Palafox de Aragón ni tampoco de los Manrique o Mendozas de Castilla;  pero es de un linaje del Toboso de la Mancha que, aunque no sea ahora ilustre, puede que lo sea en los próximos siglos.
      Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo (19) —respondió el caminante—, no me atreveré a compararlo con el del Toboso de la Mancha, aunque  hasta ahora no he escuchado ese apellido.
   Pues es increible que  algo tan conocido  no haya llegado a vuestros oidos —replicó don Quijote.
Los demás iban escuchando muy atentos esta conversación y hasta los pastores y cabreros se dieron cuanta de la locura de don Quijote. El único que creía que era cierto lo que decía don Quijote era Sancho Panza, a pesar de conocerlo de siempre. De lo único que dudaba era de lo referente a Dulcinea, ya que no había escuchado ni ese nombre ni la existencia de tal princesa, a pesar de que vivía tan cerca del Toboso.
Mientras hablaban, vieron bajar  veinte pastores todos vestidos con zamarras de lana negra y con coronas de flores  de abeto y de ciprés. Seis de ellos portaban unas andas cubiertas de ramos y de diversos tipos de flores. Al verlos, uno de los cabreros dijo:
      Los que vienen allí  son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen. Por esto se dieron prisa en llegar, y cuando llegaron, los de las andas ya  las habian puesto en el suelo y cuatro de ellos cavaban una sepultura a un lado de la peña.
Se saludaron unos y otros con mucha cortesía y  don Quijote y los que venían con él miraron las andas viendo en ellas un cuerpo muerto cubierto de flores y vestido de pastor, de unos treinta años y, aunque muerto, se veía que había sido guapo y apuesto. A su alrededor, en las mismas andas había algunos libros y muchos papeles unos abiertos y otros cerrados.  Y tanto los que miraban como los que cavaban la sepultura y todos los que allí estaban guardaban un respetuoso silencio, hasta que uno de los que habían traido al muerto, le dijo a otro:  
      Ambrosio, asegurate de que  este es el sitio que Grisóstomo dijo, para cumplir exactamente lo que ordenó en su testamento.
      Éste es —respondió Ambrosio—; el mismo donde muchas veces mi desdichado amigo me contó la historia de su desventura. Aquí me dijo que la vio por primera vez y aquí le declaró que estaba enamorado de ella y aquí fue donde Marcela lo rechazó, causando la tragedia que puso fin a su vida. Por eso, en recuerdo de tantas desdichas, quiso que aquí le depositasen en las entrañas del eterno olvido.
      Y, volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo:
      Este cuerpo que con tanta piedad mirais albergaba un alma virtuosa. Es el cuerpo de Grisóstomo, único en el ingenio, en la cortesía  de extremada nobleza, estraordinario amigo, admirable en todo, nada presuntuoso, alegre y  bueno, pero también muy desdichado. Quiso bien y fue aborrecido; adoró y fue desdeñado por una pastora que le llevó a la desesperación y a la muerte, a pesar de que quiso que todo el mundo la redordara, como podríais comprobar si él no me hubiera pedido que quemase esos papeles que estais mirando. 
- Más rigor y crueldad es la vuestra —dijo Vivaldo— pues no es justo que se cumpla la voluntad de alguien que ordena algo que no es razonable. Por eso, señor Ambrosio enterrad su cuerpo pero no condeneis sus escritos al olvido, pues si él lo ordenó por sentirse agraviado, no seais vos imprudente y dejad con vida esos papeles para que la crueldad de Marcela sea conocida y sirva de ejemplo para que nadie caiga en una situación semejante. Nosotros ya sabemos la historia de vuestro amigo, la amistad que os unía, el motivo de su muerte y su testamento, de lo cual entendemos la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, y vuestra inquebrantable Amistad. Nosotros nos enteramos anoche de la muerte de Grisóstomo y del lugar en el que iba  a ser enterrado; y por curiosidad y por lástima interrumpimos nuestro viaje para ver con nuestros propios ojos, lo que tanto nos impresionó al oírlo. Por eso le rogamos  que deje de quemar esos papeles y que nos permita llevarnos algunos. Y sin esperar la respuesta del pastor cogío los que más cerca estaban. Viendo esto dijo Ambrosio:

      Por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis tomado; pero los que quedan los quemaré.
Vivaldo, abrió uno de los papeles y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyéndololo Ambrosio  dijo:

      Ése es el último papel que escribió el desdichado; y, para que veáis, en la desesperación que le tenían sus desventuras, leelde de modo que os oigan los demás; que tendreís tiempo mientras se abre la sepultura.
   Eso hare  de muy buena gana—dijo Vivaldo.

Y, como todos los circunstantes tenían el mismo deseo, se pusieron a su alrededor;  y él, leyendo en voz clara, vio que así decía: (sigue en el capítulo XIV)

NOTAS.

13) La legua equivale a 5 kilómetros y medio, es decir que habían caminado menos de kilómetro y medio.
14)  Zamarra de pastor (prenda rústica hecha de piel sin quitarle la lana o el pelo, según fuera de oveja o de cabra).
15) El acebo es un árbol de Madera blanca, flexible y muy dura.
16)  Relación de sucesos por años.
17)  Se refiere a lo que Aristóteles en su ëtica a Nicómaco, dice en relación con la virtud, que lo mismo que porque veamos una golondrina no quiere decir que ya haya llegado el verano, porque una persona sea virtuosa un solo día, no se la puede llamar virtuosa.
18) Para los griegos y romanos los Campos Elíseos eran un paraiso donde se podia vivir eternamente.
19) Cachopiness de Laredo era el nombre de un histórico linaje de Santander.


                                               


miércoles, 19 de julio de 2017

D. QUIJOTE PARA TODOS




Capítulo XII. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote


          Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el abastecimiento y dijo:

   ¿Sabéis lo que pasa en el pueblo, compañeros?

   ¿Cómo lo podemos saber? —respondió uno de ellos.

   Pues sabed —prosiguió el mozo— que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que  anda vestida de pastora por esos andurriales.

   Por Marcela dices, preguntó uno.

   Por la misma —respondió el cabrero—. Y lo bueno es, que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro (8), al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque; porque, dijo que fue en aquel lugar donde  la vio por primera  vez. Y también mandó otras cosas, tales, que los abades (9) del pueblo dicen que no se han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual dice su gran amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; pero lo que se dice es que se hará lo que Ambrosio y todos sus amigos pastores quieren; y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa digna de ver; al  menos, yo no me lo perderéla, aunque no pueda volver mañana al pueblo..
   Todos iremos —respondieron los cabreros—; y echaremos suertes para saber  quién se ha de quedar a guardar las cabras de todos.

   Bien dices, Pedro —dijo uno—; aunque no será necesario echar suertes porque yo me quedaré y no es que que no me guste ir, sino porque no puedo andar con esta herida que me hice al pisar un  garrancho (10)  

   De todas formas te lo agradecemos. respondió Pedro.

Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué pastora aquélla; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era hijo de un rico vecino de un pueblo de aquellas sierras que  había estudiado muchos años en Salamanca, volviendo a su pueblo con fama de sabio.

   «Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de sus movimientos, porque predecía con exactitud la fecha del cris.

   Eclipse se llama, amigo, que no cris, el oscurecerse esos dos Astros, dijo don Quijote.
Pero Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:

   «Tambié  adivinaba si el año iba a ser abundante o estil.»

   Estéril queréis decir, amigo —dijo don Quijote.

Estéril o estil —respondió Pedro—, es lo mismo. «Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: ''Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será abundante en aceite; los tres siguientes no se cogerá gota''.»

   Esa ciencia se llama astrología —dijo don Quijote.

   No sé yo cómo se llama —replicó Pedro—, pero de  todo esto sabía, y aún más. A los pocos meses de venir de Salamanca, un buen día se quitó los hábitos de estudiante y con su amigo y compañero de estudios Ambrosio se vistieron de pastores. Y se echaron al monte. Grisóstomo, además de adivinar el tiempo y las cosechas, era un buen poeta, componiendo villancicos para la Navidad y autos (11) para el Corpus Christi que a todos gustaban por su calidad literaria. Así que cuando en el pueblo los vieron vestidos de pastores se extrañaron mucho y no podían entender porqué hacián esto, teniendo en cuenta que Grisóstomo había heredado de su padre una gran fortuna , tanto en dinero, como en fincas y en ganado, además de una buena casa. Todo se lo merecía porque era caritativo y amigo de los buenos, y toda esta bondad se adivinaba nada más verlo. Por fin averiguaron que tal mudanza  era para buscar a la pastora Marcela de la que se había enamorado perdidmente. Y ahora diré quien es esa moza seguro de que no habréis oído cosa igual en toda vuestra vida, aunque vivais más años que sarna.
Sarra (12) debéis decir, no sarna, replicó don quijote que le gustaba que la gente hablase correctamente.
   Mucho dura la sarna —respondió Pedro—; y si vais a estar corrigiéndome constantemente, no acabaremos en un año.
   Perdonad, amigo —dijo don Quijote—; que os lo dije por haber tanta diferencia de sarna a Sarra; pero vos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no os replicaré en nada más.

              «Digo, pues, señor mío de mi alma —dijo el cabrero—, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con aquella cara que de una parte parecía  el sol y de la otra la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que su alma debe estar gozando ahora de Dios en el otro mundo. De la pena por su muerte murió su marido Guillermo dejando a su hija Marcela, muchacha  y rica, a cargo de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía recordar la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija. Y así fue, que, cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba sin bendecir a Dios, que tan hermosa la había criado, y casi todos quedaban enamorados y perdidos por ella. La educaba su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se extendió de tal manera que, ya por ella, como por sus muchas riquezas, no solamente era pretendida por los de nuestro pueblo sino por los de otros muchos, pidiendo a su tío que se la diese por mujer. Pero, aunque él podía casarla con quien mejor le pareciera, no lo quiso hacer sin el consentimiento de la muchacha, siendo por esto alabado por el pueblo. Porque ha de saber señor andante, que en estos lugares pequeños de todo se habla y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo del que  sus feligreses hablan bien de él, sobre todo en las aldeas.
   Así es —dijo don Quijote—, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con mucha gracia.

   La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. «Y en lo demás sabréis que, aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las cualidades de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas escusas que daba,  dejaba el tío de importunarla, y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero he aquí que cuando menos lo esperaba amaneció un día hecha pastora la delicada Marcela y sin hacer caso ni de su tio ni de todos los del pueblo que se lo desaconsejaban se iba al campo con las demás muchachas del lugar a guarder su propio ganado.

   Y, salir en público y mostrar su hermosura, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que más que quererla la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por asomo, de menoscabar su honestidad y recato, al contrario mira tanto por su honra que ninguno de cuantos la cortejan puede decir que le haya dado alguna esperanza de alcanzar su deseo.
   Pero aunque no evita ni la compañía ni la conversación de los pastores y los trata con amabilidad y simpatía, en cuanto descubre que alguno la pretende, aunque sea para el matrimonio, lo despide inmediatamente, lo que hace que se desesperen y la llamen cruel,  desagradecida y otras cosas semejantes. Y si vuestra merced permaneciese por aquí algún día más escucharía los lamentos de los desengañados que la siguen y graban su nombre en las hayas que por aquí hay. Pero unos se quejan, otros le cantan canciones amorosas y los hay que le dedican y le cantan sus tristezas. Pero a ninguno hace caso la bella Marcela, así que  todos los que la conocemos estamos ansiosos por saber quien de ellos sera capaz de conquistar su amor. Y siendo verdad todo lo que le he contado, no dudo lo que nuestro amigo nos dijo se decía de la muerte de Grisóstomo, por lo que os aconsejo que no faltéis a su entierro que será cerca de donde estamos ahora y será digno de verse por la gran cantidad de amigos que tenía el desdichado.
   Así hare —dijo don Quijote—, y os agradezco el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.

   ¡Oh! —replicó el cabrero—, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien será que os vayais a dormir debajo de techado, porque si lo hacéis a la interperie se podría empeorar la herida.

Sancho Panza, que ya estaba harto de la charla del cabrero, solicitó, por su parte, que su amo durmiese en la choza de Pedro. Asi lo hízo, y casi toda la noche se la pasó pensando en su señora Dulcinea, imitando así a los enamorados de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.


8). Sin recibir sepultura cristiana.
9) los curas del pueblo
10) garrancho es una parte puntiaguda de una rama.
11) composiciones dramáticas breves fundmentalmente de caracter religioso.
12) Sara, la mujer de Abraham cuya longevidad era comparable a la de Matusalen.

 



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