lunes, 3 de julio de 2017

DON QUIJOTE PARA TODOS



Capítulo X. De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno, y del peligro en que se vio con una turba de yangüeses. (1)

          Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza algo maltratado por los mozos de los frailes, y había estado atento a la batalla de su señor don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón que saliese voctorioso y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido. Cuando vio terminada la lucha y que su amo se disponía a subir   sobre Rocinante, le sostuvo el estribo y antes de que subiese se hincó de rodillas delante de él, y, cogiendo su mano se la besó diciendo:

   Acuérdese vuestra merced mi señor don Quijote  de darme el gobierno de la ínsula que en esta cruel pendencia  ha ganado; que, por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo.
A lo cual respondió don Quijote:

   Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las parecidas  a ésta no
son de ínsulas, sino ocasionales en las que  no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos. Tened paciencia, que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino algo más.
Sancho se lo agradeció mucho y besándole otra vez la mano y la falda de la loriga (las mallas de de la armadura) le ayudó a subir sobre Rocinante y subiendo él sobre su asno comenzó a seguir a su señor que deprisa y sin despedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un bosque cercano. Sancho le seguía  a todo el trote de su jumento pero como Rocinante iba más deprisa tuvo que dar voces  a su amo para que lo esperase. Don Quijote detuvo a Rocinante hasta que llegase su cansado escudero, que  cuando lo alcanzó le dijo:
- Me parece, señor, que haríamos bien en refugiarnos en alguna iglesia, pues quedó tan malherido vuestro rival que no sería extraño dieran parte a la Santa Hermandad y nos detengan y si lo hacen nos vamos a pudrir en la cárcel.
   Calla —dijo don Quijote—. Y ¿dónde has visto tú, o leído jamás, que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por más homicidios que hubiese cometido?
   Yo no sé nada de omecillos —respondió Sancho—, ni en mi vida vi ninguno; sólo sé que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en el campo, y en esto no me entremeto.

   Pues no tengas pena, amigo —respondió don Quijote—, que yo te sacaré de cualquier apuro cuanto más de los de la Hermandad. Pero dime, por tu vida: ¿has visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?
La verdad es —respondió Sancho— que yo no he leído nunca ninguna historia, porque no sé leer ni escribir; pero lo que puedo asegurar es que yo no  he servido nunca a  amo más atrevido que vuestra merced, pero Dios quiera que estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho, y le ruego que se cure, que  está perdiendo mucha sangre por  esa oreja. Aquí en las alforjas traigo hilas y un poco de ungüento blanco.

   Todo eso no haría falta —respondió don Quijote— si  me acordara de hacer un redoma (frasco) del bálsamo de Fierabrás(2) , que con solo una gota se ahorrarán tiempo y medicinas.

¿Qué redoma y qué bálsamo es ése? —dijo Sancho Panza.
   Es un bálsamo —respondió don Quijote— del tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay que pensar morir de ninguna herida.

   Y cuando yo le haga y en alguna batalla partan mi cuerpo en dos, coges con mucho cuidado la mitad del cuerpo que haya caído en el suelo y antes de que la sangre se hiele (coagule) la pones sobre la otra  mitad que quede en la silla del caballo, teniendo cuidado de encajarlas bien y entonces me das a beber dos tragos del balsamo y quedaré más sano que una manzana.

   Si eso es así, desde ahora mismo renuncio a cualquier gobierno y solo quiero en pago a mis servicios la receta de ese maravilloso licor, que tengo por seguro que podría vender la onza (217 decigramos) a más de dos reales en cualquier parte y no necesitaría más para vivir honrada y descansadamente. Aunque me gustaría saber si es muy caro prepararlo.

   Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres (un azumbre equivale a dos litros y dieciseis mililitros) —respondió don Quijote.

   ¡Pecador de mí! —replicó Sancho—. ¿Pues a qué espera vuestra merced para hacerlo y enseñármelo?

   Calla, amigo —respondió don Quijote—, que mayores secretos pienso enseñarte y mayores favores hacerte; pero ahora cúrame la oreja que me duele más de lo que yo quisiera.
     Sancho sacó de las alforjas hilas y ungüento. pero cuando don Quijote vio rota su celada, pensó perder el juicio, y, poniendo la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo:

   Yo juro al Creador de todas las cosas y a los santos cuatro Evangelios, de hacer la vida que hizo el grande marqués de Mantua cuando juró  vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que dejó de sentarse a comer en mesa alguna y de tener relaciones con su mujer  y otras cosas que, aunque no las recuerdo las doy aquí por expresadas, hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me hizo.

Oyendo esto Sancho, le dijo:

   Tenga en cuenta vuestra merced, señor don Quijote, que si el caballero cumplió lo que se le ordenó de irse a presentar ante mi señora Dulcinea del Toboso, ya habrá cumplido con lo que debía, y no merece otra pena si no comete nuevo delito.

   Has hablado y apuntado muy bien —respondió don Quijote—; y así, anulo el juramento en cuanto lo que toca a tomar de él nueva venganza; pero lo hago y confírmo de nuevo de hacer la vida que he dicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como ésta a algún caballero.

   Que se lleve el Diablo tales juramentos, replicó Sancho, porque dañan su salud y perjudican su conciencia, pues imagine que tardamos mucho en encontrar un hombre armado con celada ¿va a cumplir el juramento a pesar de
  tantos inconvenientes e incomodidades, como será el dormir vestido, y el no dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenía el juramento de aquel loco viejo del marqués de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien, que por todos estos caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no sólo no traen celadas, sino que ni siquiera las han oído nombrar en todos los días de su vida.

   Te engañas en eso —dijo don Quijote—, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas, cuando veamos más armados que los que vinieron sobre Albraca a la conquista de Angélica la Bella.(4)
   No se hable más —dijo Sancho—, y que Dios quiera que nos vayan bien las cosas, y que llegue ya el momento de ganar esta ínsula que tan cara me cuesta.
   Ya te he dicho, Sancho, que no te preocupes dé eso que, si falta la ínsula  ahí está el reino de Dinamarca o el de Soliadisa, que te vendrán como anillo al dedo; y además que te alegrarás, por estar en tierra firme. Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas alforjas que comamos, porque iremos después en busca de algún castillo donde pasar esta noche y podamos hacer el bálsamo que te he dicho; porque yo te juro que me está doliendo mucho la oreja.

   Aquí tengo una cebolla, y un poco de queso y no sé cuántos mendrugos de pan —dijo Sancho—, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.

   ¡Qué equivocado estás! —respondió don Quijote—. Haz de saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes; y que si comen, será de aquello que tengan más a mano. Si hubieras leído tantas historias como yo sabrías que los caballeros andantes comían bien cuando les invitaban a algún banquete que los demás días comían lo que encontraban o se los pasaban en ayunas. Pero como eran hombres como nosotros no podían pasar sin comer y sin hacer las necesidades naturales, y como la mayor parte del tiempo la pasaban en bosques y en despoblados, su comida más frecuente eran viandas rústicas como las que tú ahora me ofreces. Así que no te preocupes por mi comida ni quieras modificar las normas de la caballería andante.

     Perdóneme vuestra merced —dijo Sancho—; que, como yo no sé leer ni escribir, como ya le  he dicho, no sé si he alterado las reglas de la profesión caballeresca; y, de aquí adelante, yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mí, que no lo soy, las proveeré de otras cosas volatiles (aves)  y de más sustancia.
   No digo yo, Sancho —replicó don Quijote—, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su más ordinario sustento debía de ser de ellas, y de algunas hierbas que encontraran por los campos, que ellos conocían y yo también conozco.

   Virtud es —respondió Sancho— conocer esas hierbas; que, según yo me voy imaginando, algún día será menester usar de ese conocimiento.

Y, sacando lo que dijo que traía, comieron los dos en buena paz y compaña. Pero, queriendo encontrar donde pasar la noche acabaron rápidamente su pobre comida. Subieron después a caballo, dándose prisa por llegar a poblado antes que anocheciese; pero haciéndose de noche y sin esperanza de encontrar lo que deseaban, determinaron pasar la noche en unas chozas de unos cabreros, cosa que a Sancho no le gusto pore estar en descampado, pero sí a su amo porque  dormir a cielo descubierto le parecía propio de la caballería andante.


1)  El título de este capítulo, no se corresponde con el contenido del mismo, ya que la aventura de los yangüeses se cuenta en el capítulo XV. Hay distintas versions de porqué esto es así, que no las cito, por no ser esenciales para la lectura del libro. Sólo saber que, por lo que fuera, lo que se dice que se va a contar en este capítulo, no se cuenta en él sino en el XV.
2) El balsamo de Fierabrás, de acuerdo con las leyendas carolingias, es un brebaje milagroso que procede del embalsamamiento de Jesucristo, capaz de curar las heridas, por grandes que fueran, de quien lo bebiera. A Sancho como veremos en otro capítulo, no le sentó nada bien. Cervantes lo aprovecha para enriquecer su burla de los caballeros andantes..
3) Leyendas carolingias, son las relativas a Carlo magno, a su familia y a su época.

4) Más de dos millones que son los que llevaba el ejército de Agricane cuando fue a liberar a la Bella Angélica.

   

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