miércoles, 19 de julio de 2017

D. QUIJOTE PARA TODOS




Capítulo XII. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote


          Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el abastecimiento y dijo:

   ¿Sabéis lo que pasa en el pueblo, compañeros?

   ¿Cómo lo podemos saber? —respondió uno de ellos.

   Pues sabed —prosiguió el mozo— que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que  anda vestida de pastora por esos andurriales.

   Por Marcela dices, preguntó uno.

   Por la misma —respondió el cabrero—. Y lo bueno es, que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro (8), al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque; porque, dijo que fue en aquel lugar donde  la vio por primera  vez. Y también mandó otras cosas, tales, que los abades (9) del pueblo dicen que no se han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual dice su gran amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; pero lo que se dice es que se hará lo que Ambrosio y todos sus amigos pastores quieren; y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa digna de ver; al  menos, yo no me lo perderéla, aunque no pueda volver mañana al pueblo..
   Todos iremos —respondieron los cabreros—; y echaremos suertes para saber  quién se ha de quedar a guardar las cabras de todos.

   Bien dices, Pedro —dijo uno—; aunque no será necesario echar suertes porque yo me quedaré y no es que que no me guste ir, sino porque no puedo andar con esta herida que me hice al pisar un  garrancho (10)  

   De todas formas te lo agradecemos. respondió Pedro.

Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué pastora aquélla; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era hijo de un rico vecino de un pueblo de aquellas sierras que  había estudiado muchos años en Salamanca, volviendo a su pueblo con fama de sabio.

   «Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de sus movimientos, porque predecía con exactitud la fecha del cris.

   Eclipse se llama, amigo, que no cris, el oscurecerse esos dos Astros, dijo don Quijote.
Pero Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:

   «Tambié  adivinaba si el año iba a ser abundante o estil.»

   Estéril queréis decir, amigo —dijo don Quijote.

Estéril o estil —respondió Pedro—, es lo mismo. «Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: ''Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será abundante en aceite; los tres siguientes no se cogerá gota''.»

   Esa ciencia se llama astrología —dijo don Quijote.

   No sé yo cómo se llama —replicó Pedro—, pero de  todo esto sabía, y aún más. A los pocos meses de venir de Salamanca, un buen día se quitó los hábitos de estudiante y con su amigo y compañero de estudios Ambrosio se vistieron de pastores. Y se echaron al monte. Grisóstomo, además de adivinar el tiempo y las cosechas, era un buen poeta, componiendo villancicos para la Navidad y autos (11) para el Corpus Christi que a todos gustaban por su calidad literaria. Así que cuando en el pueblo los vieron vestidos de pastores se extrañaron mucho y no podían entender porqué hacián esto, teniendo en cuenta que Grisóstomo había heredado de su padre una gran fortuna , tanto en dinero, como en fincas y en ganado, además de una buena casa. Todo se lo merecía porque era caritativo y amigo de los buenos, y toda esta bondad se adivinaba nada más verlo. Por fin averiguaron que tal mudanza  era para buscar a la pastora Marcela de la que se había enamorado perdidmente. Y ahora diré quien es esa moza seguro de que no habréis oído cosa igual en toda vuestra vida, aunque vivais más años que sarna.
Sarra (12) debéis decir, no sarna, replicó don quijote que le gustaba que la gente hablase correctamente.
   Mucho dura la sarna —respondió Pedro—; y si vais a estar corrigiéndome constantemente, no acabaremos en un año.
   Perdonad, amigo —dijo don Quijote—; que os lo dije por haber tanta diferencia de sarna a Sarra; pero vos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no os replicaré en nada más.

              «Digo, pues, señor mío de mi alma —dijo el cabrero—, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con aquella cara que de una parte parecía  el sol y de la otra la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que su alma debe estar gozando ahora de Dios en el otro mundo. De la pena por su muerte murió su marido Guillermo dejando a su hija Marcela, muchacha  y rica, a cargo de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía recordar la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija. Y así fue, que, cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba sin bendecir a Dios, que tan hermosa la había criado, y casi todos quedaban enamorados y perdidos por ella. La educaba su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se extendió de tal manera que, ya por ella, como por sus muchas riquezas, no solamente era pretendida por los de nuestro pueblo sino por los de otros muchos, pidiendo a su tío que se la diese por mujer. Pero, aunque él podía casarla con quien mejor le pareciera, no lo quiso hacer sin el consentimiento de la muchacha, siendo por esto alabado por el pueblo. Porque ha de saber señor andante, que en estos lugares pequeños de todo se habla y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo del que  sus feligreses hablan bien de él, sobre todo en las aldeas.
   Así es —dijo don Quijote—, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con mucha gracia.

   La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. «Y en lo demás sabréis que, aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las cualidades de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas escusas que daba,  dejaba el tío de importunarla, y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero he aquí que cuando menos lo esperaba amaneció un día hecha pastora la delicada Marcela y sin hacer caso ni de su tio ni de todos los del pueblo que se lo desaconsejaban se iba al campo con las demás muchachas del lugar a guarder su propio ganado.

   Y, salir en público y mostrar su hermosura, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que más que quererla la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por asomo, de menoscabar su honestidad y recato, al contrario mira tanto por su honra que ninguno de cuantos la cortejan puede decir que le haya dado alguna esperanza de alcanzar su deseo.
   Pero aunque no evita ni la compañía ni la conversación de los pastores y los trata con amabilidad y simpatía, en cuanto descubre que alguno la pretende, aunque sea para el matrimonio, lo despide inmediatamente, lo que hace que se desesperen y la llamen cruel,  desagradecida y otras cosas semejantes. Y si vuestra merced permaneciese por aquí algún día más escucharía los lamentos de los desengañados que la siguen y graban su nombre en las hayas que por aquí hay. Pero unos se quejan, otros le cantan canciones amorosas y los hay que le dedican y le cantan sus tristezas. Pero a ninguno hace caso la bella Marcela, así que  todos los que la conocemos estamos ansiosos por saber quien de ellos sera capaz de conquistar su amor. Y siendo verdad todo lo que le he contado, no dudo lo que nuestro amigo nos dijo se decía de la muerte de Grisóstomo, por lo que os aconsejo que no faltéis a su entierro que será cerca de donde estamos ahora y será digno de verse por la gran cantidad de amigos que tenía el desdichado.
   Así hare —dijo don Quijote—, y os agradezco el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.

   ¡Oh! —replicó el cabrero—, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien será que os vayais a dormir debajo de techado, porque si lo hacéis a la interperie se podría empeorar la herida.

Sancho Panza, que ya estaba harto de la charla del cabrero, solicitó, por su parte, que su amo durmiese en la choza de Pedro. Asi lo hízo, y casi toda la noche se la pasó pensando en su señora Dulcinea, imitando así a los enamorados de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.


8). Sin recibir sepultura cristiana.
9) los curas del pueblo
10) garrancho es una parte puntiaguda de una rama.
11) composiciones dramáticas breves fundmentalmente de caracter religioso.
12) Sara, la mujer de Abraham cuya longevidad era comparable a la de Matusalen.

 



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