martes, 11 de julio de 2017

D. QUIJOTE PARA TODOS




Capítulo XI. De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros


          Fue acogido por los cabreros amablemente; y cuando Sancho acomodó a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían ciertos tasajos (tajadas de carne) de cabra que hervían en un caldero y, aunque estuvo tentado de probarlos no pudo hacerlo, porque los cabreros lo quitaron del fuego y tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas improvisaron una mesa y les  convidaron con agrado a comer lo que tenían.

 Los seis pastores que había en la majada se sentaron alrededor de las pieles, rogando a don Quijote con sus ceremonias campesinas   que se sentase sobre una peqeña artesa vuelta del revés. Se sentó don Quijote, y Sancho se quedó de pie para servirle vino en una copa hecha de cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo:

   Para que veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería,  quiero que te sientes a mi lado  en compañía de esta buena gente y que comas en mi plato y bebas de mi vaso, porque de la caballería andante se puede decir lo mismo que se dice del amor: que todas las cosas iguala.
- Le agradezco este gran favor, dijo Sancho, pero prefiero comer de pie y 
a solas que hacerlo con un emperador, porque mejor me sabe lo que como en mi rincón, sin etiquetas ni respetos, aunque sea pan y cebolla lo que coma, en lugar de los buenos alimentos de mesas en las que tenga que mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser ni hacer otras cosas que puedo hacer estando solo. Y le pido que estos favores que quiere darme por ser vuestro escudero y por ser propios de la caballería andante, los cambie por otros que sean de más provecho y, aunque se lo agradezco, renuncio a ellos para siempre.

- A pesar de eso, te has de sentar; porque a quien se humilla, Dios le ensalza. Y, asiéndole por el brazo, le forzó a que se sentase.junto a él
Los cabreros que no entendían aquella jerga de escuderos y caballeros andantes  se limitaban a comer, callar y mirar a sus huéspedes que con mucha soltura y ganas comían las tajadas de carne con las manos. Terminada la carne tendieron sobre las pieles gran cantidad de bellotas avellanadas,  junto con medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No paraba el cuerno, que andaba de mano en mano tan a menudo que con facilidad vació uno de los dos odres pequeños que tenían. Después que don Quijote sació su apetito, tomó un puñado de bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, comenzó a hablar diciendo:
   Dichosa edad (tópico renacentista tomado de los clásicos antiguos) y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro se consiguiera sin trabajar, sino porque entonces no se conocían las palabras de tuyo y mio, porque todas las cosas eran comunes y  nadie necesitaba para su sustento otro trabajo que alzar la mano y coger el fruto de los árboles y el agua de las fuentes y de los rios. Las abejas les ofrecían su rica miel; de los alcornoques tomaban su corteza para cubrir sus casas sustentadas sobre rústicas estacas.Todo era paz, amistad y concordia; la madre tierra les ofrecía sin necesidad de trabajarla todo lo que necesitasen para su sustento. Las hermosas muchachas iban por los valles y cerros sin necesidad de cubrirse el cabello y sin más vestidos que los necesarios para cubrir honestamente sus cuerpos. Sus adornos los sacaban de la propia naturaleza, tejiendo hojas  y hiedra. El fraude el engaño y la malicia no se se mezclaban con la verdad y la sencillez. La justicia era imparcial y no se dejaba sobornar por ningún favor o interés, porque  no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, por todas partes sin temor a que nadie intentase forzarlas y si alguna lo era se debía a su propia voluntad. Mientras que ahora no están seguras ni aunque se ocultasen en un laberinto como el de Creta (5). Por esto, para defender a las doncellas, amparar a las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos se creó la orden de los caballeros andantes a la que yo pertenezco hermanos cabreros y os agradezco el agasajo y la buena acogida y hospitalidad que nos habéis dado a mí y a mi escudero, porque lo habéis hecho sin saber la obligación que todos tienen de favorecer  a los caballeros andantes .

Toda esta largo discurso —que no venía a cuento—  lo pronunció nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le recordaron la edad dorada y quiso hacer a los cabreros aquel  inútil razonamiento, que atentos y embobados escuchaban. Lo mismo hizo Sancho que escuchaba mientras comía bellotas y visitaba el odre, que estaba colgado de un alcornoque para que el vino estuviese fresco. 
Más duró el discurso de don Quijote que la cena; al fin de la cual, uno de los cabreros dijo:
  Para que con más verdad pueda decir vuestra merced, señor caballero andante, que le hemos agasajado por propia voluntad, queremos que se divierta con el cante de un zagal, compañero nuestro  muy entendido y muy enamorado que sabe leer y escribir y es músico de un rabel (6) y que estará aquí de un momento  otro.
Apenas  el cabrero acabó de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son del rabel, y enseguida llegó el que lo tañía, que era un mozo de veintidos años, de muy buen porte. Sus compañeros le preguntaron si había cenado y diciendo que sí , el que había hecho los ofrecimientos le dijo:
   Entonces, Antonio, bien podrás alegrarnos cantando  un poco, para que vea este señor huésped que nos visita que también por los montes y selvas hay quien sepa de música. Le hemos hablado de tus buenas habilidades y nos gustaría que te sientes y cantes el romance de tus amores que te compuso tu tío el beneficiado, (7)  que en el pueblo ha gustado mucho.

   Lo hare con sumo gusto —respondió el mozo.

Y, sin hacerse más de rogar, se sentó en el tronco de una desmochada encina, y, templando su rabel, con muy buena gracia comenzó a cantar así:
-Yo sé, Olalla, que me adoras, puesto que no me lo has dicho ni aun con los ojos siquiera, mudas lenguas de amoríos.
Porque sé que eres sabida,
en que me quieres me afirmo; que nunca fue desdichado
 amor que fue conocido.     Bien es verdad que tal vez,
Olalla, me has dado indicio que tienes de bronce el alma y el blanco pecho de risco. (…)
Coyundas tiene la Iglesia que son lazadas de sirgo;
pon tú el cuello en la gamella;(8)  verás como pongo el mío.
Donde no, desde aquí juro, por el santo más bendito, de no salir destas sierras sino para capuchino.

Cuando el mozo terminó de cantar las canciones que le había compuesto su tío, don Quijote le rogó que cantase algo más, pero Sancho que tenía más ganas de dormir que de escuchar canciones, le dijo a su amo:

   Vuestra merced debería retirarse  a donde vaya a pasar esta noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no permite que pasen las noches cantando.

   Ya te entiendo, Sancho —le respondió don Quijote—; que bien veo que tus visitas al odre necesitan mas sueño que música.

   A todos nos gusta, bendito sea Dios —respondió Sancho.

   No lo niego —replicó don Quijote—, pero acomódate tú donde quieras, que los de mi profesión mejor están velando que durmiendo. Pero, no estaría de más Sancho que me vuelvas a curar esta oreja, que me está doliendo más de lo que es menester.

Hizo Sancho lo que se le mandaba; y, viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él le pondría un remedio con el que fácilmente  sanaría. Y, tomando algunas hojas de romero, del mucho que por allí había, las masticó y las mezcló con un poco de sal, y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no sería necesaria otra medicina; y así ocurrió en verdad.

NOTAS

5) Según la mitología griega, el arquitecto Dédalo construyó para el rey Minos de Creta el laberinto en el que fue aprisionado el Minotauro, una bestia sanguinaria con cuerpo humano y cabeza de toro. Los  corredores del laberinto tenían un trazado tan complicado que quien penetraba en él no podía salir jamás.
6) Rabel instrumento musical de tres cuerdas.
7) clérigo que disfruta de rentas y bienes eclesásticos.
8) arcos que se forman en los extremos del yugo de los bueyes

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