miércoles, 25 de octubre de 2017

D. QUIJOTE PARA TODOS.



Capítulo XXVI. Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don Quijote en Sierra Morena


          Y, volviendo a contar lo que hizo el de la Triste Figura después que se vio solo, dice la historia que, así como don Quijote acabó de dar las volteretas de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre lo alto de una peña elevada y allí volvió a pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin haber jamás resuelto hacerlo. Y era si sería mejor imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólica. Y, hablando consigo mismo, decía: — Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿a quien puiede extrañar?, pues estaba encantado y no le podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blanca (muy barato) por la planta del pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de hierro. Aunque de poco le sirvió con Bernardo del Carpio, que se las ingenió para ahogarle entre sus brazos en Roncesvalles.
Pero dejando aparte lo de su valentía, no olvidemos lo de perder el juicio, que es cierto que lo perdió por las señales que encontró en la fuente y porque el pastor le dijo que Angélica había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos rizados que era paje de Agramante; y si él creyó que esto era cierto y  que su dama le había traicionado, no tardó mucho en volverse loco.  Pero yo, ¿cómo puedo imitarle en las locuras, si no le imito en la causa de ellas? Porque me atrevo a jurar que mi Dulcinea del Toboso no ha estado en su vida con ningún moro, ni siquiera sabe como visten, y que está todavía como su madre la parió; y yo la ofendería mucho si, pensando de ella otra cosa, me volviese loco con la clase de locura de Roldán el furioso.  
Por otra parte, veo que Amadís de Gaula, sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el que más; porque lo que hizo, según su historia, no fue más de que, por verse desdeñado de su señora Oriana, que le había mandado que no apareciese ante su presencia hasta que ella lo dijera, retirarse a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño, y allí se hartó de llorar y de encomendarse a Dios, hasta que el cielo le socorrió, en medio de su mayor pena y necesidad. Y si esto es verdad, como lo es, ¿ para qué voy a molestarme para desnudarme del todo ni maltratar a estos árboles que no me han hecho ningún daño? Ni tengo  qué enturbiar el agua clara de estos arroyos, los cuales me darán de beber cuando tenga gana. Viva la memoria de Amadís, y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere; del cual se dirá lo que del otro se dijo: que si no acabó grandes cosas, murió por acometerlas; y si yo no soy desechado ni desdeñado de Dulcinea del Toboso, me basta, como ya he dicho, estar ausente de ella.
 Ea, pues, manos a la obra: venid a mi memoria, obras de Amadís, y enseñadme por dónde tengo de comenzar a imitaros. Pero ya sé que lo más que él hizo fue rezar y encomendarse a Dios; pero ¿ qué rezaré si no tengo Rosario? Enseguida pensó que lo haría rasgando una gran tira que colgaba de las faldas de la camisa e hizo once nudos en ella, uno de ellos más grueso que los demás, y esto le sirvió  de Rosario el tiempo que estuvo allí, donde rezó un millón de avemarias. Pero lo que le apenaba mucho era no encontrar por allí a otro ermitaño (como le ocurrió a Amadís) que le confesase y con quien consolarse. Y así, se entretenía paseando por el pradecillo, escribiendo y grabando en las cortezas de los árboles y en la arena  muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Pero los que se pudieron encontrar enteros y que se pudiesen leer, después de encontrarlo allí, solamente fueron estos que siguen:

Árboles, yerbas y plantas que en aqueste sitio estáis, tan altos, verdes y tantas, si de mi mal no os holgáis,
escuchad mis quejas santas.

Mi dolor no os alborote, aunque más terrible sea, pues, por pagaros escote, aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea
del Toboso.

Es aquí el lugar adonde el amador más leal
de su señora se esconde, y ha venido a tanto mal
sin saber cómo o por dónde.

Tráele amor al estricote, (a mal traer) que es de muy mala ralea;
y así, hasta henchir (llenar) un pipote,(botijo) aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea
del Toboso.

Buscando las aventuras por entre las duras peñas,
maldiciendo entrañas duras, que entre riscos y entre breñas halla el triste desventuras, hirióle amor con su azote,
no con su blanda correa; y, en tocándole el cogote, aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea del Toboso.

Muchoa se rieron los que encontraron estos versos al ver el nombre de el Toboso añadido al de Dulcinea, porque imaginaron que don Quijote debió pensar que si, al nombrar a Dulcinea no decía también del Toboso no se entendería de donde eran las ausencias a las que se refería en los versos, como así fue, según él mismo confesó después. Otros muchos escribió, pero como se ha dicho no se pudieron sacar ni en limpio ni enteros nada más que estas coplas.(estrofas). 
En esto (escribir versos), en suspirar, en llamar a los faunos y silvanos (divinidades de aquellos campos y bosques), a las ninfas de los ríos, a la dolorosa y húmeda Eco, para que le respondiese, consolasen y escuchasen, se entretenía, además de en buscar algunas yerbas con que sustentarse en tanto que Sancho volvía; que, si en lugar de tardar tres días, hubiera tardado tres semanas, habría encontrado al Caballero de la Triste Figura tan desfigurado que no le hubiera conocido la madre que lo parió.

Pero dejémosle entretenido con sus suspiros y versos, para contar lo que le sucedió a Sancho Panza en su viaje. Y fue que, en saliendo al camino real, se puso en busca del Toboso, y al día siguiente llegó a  la venta donde  le había sucedido la desgracia de la manta y,  aunque llegó a la hora de comer y tenía ganas de tomar  algo caliente, porque hacia muchos días que todo lo que comía era fiambre, no quiso entrar en ella, porque  apenas verla le pareció que otra vez estaba volteado.

La necesidad de comer hizo que al llegar a la venta todavía dudara si entrar o no en ella. Y estando en esto, salieron de la venta dos personas que enseguida  le conocieron; y dijo el uno al otro:

   Dígame, señor licenciado, aquel del caballo, ¿no es Sancho Panza, el que dijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor por escudero?

   Sí es —dijo el licenciado—; y aquél es el caballo de nuestro don Quijote. Y lo conocieron porque eran el cura y el barbero de su pueblo; los que habían hecho el escrutinio de los libros. Una vez que reconocieron a Sancho y a Rocinante se acercaron a él deseosos de saber de don Quijote, y el cura llamándolo por su nombre, le dijo:     
Amigo Sancho Panza, ¿dónde está vuestro amo?

Sancho Panza los reconoció enseguida, y determinó ocultar el lugar y la forma donde y cómo quedaba su amo; así que les dijo que su amo quedaba en cierto lugar ocupado  en un asunto de mucha importancia para él y que no se lo podia decir por nada del mundo.  

     No, no —dijo el barbero—, Sancho Panza; si vos no nos decís dónde queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habéis matado y robado, pues venís encima de su caballo. En verdad que nos habéis de informar sobre el dueño del rocín, o si no, tendréis que dar explicaciones.

             No hacen falta amenazas,  que yo no soy hombre que robo ni mato a nadie: a cada uno lo mate su suerte, o Dios, que le creó. Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad de esta montaña, muy a su gusto..

Y después de comer les contó de un tirón la forma que quedaba, las aventuras que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados.
Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y, aunque ya sabían la locura de don Quijote y la clase de ésta, siempre que la oían se admiraban de nuevo. Le pidieron a Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba a la señora Dulcinea del Toboso. Él dijo que iba escrita en un cuaderno y que su señor le había ordenado que la hiciese copiar en papel en el primer lugar que llegase; el cura le pidió que se la enseñase y que él la escribiría con muy buena letra. Sancho metió la mano en su pecho buscando el cuaderno, pero no lo encontró, ni lo podría encontrar por mucho que lo buscase, porque don Quijote no se lo  había dado, y él no se acordó de pedírselo.  

Cuando Sancho vio que no encontraba el cuaderno, se puso lívido y volvió a buscarlo por todo el cuerpo y como no lo encontraba se tiró de las barbas con ambas manos, de tal manera  que se arrancó la mitad y después aprisa y sin parar, se dio media docena de puñetazos en la cara y en la nariz, bañandolas todas en sangre. El cura y el barbero al ver lo que hacía le preguntaron, que le había sucedido para tratarse así.

   ¿Qué me ha de suceder —respondió Sancho—, sino que he perdido en un abrir y cerrar de ojos y en un instante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo?

   ¿Cómo es eso? —replicó el barbero.

   He perdido el cuaderno —respondió Sancho—, donde venía la carta para Dulcinea y una orden firmada por mi señor, por la cual mandaba que su sobrina me diese tres pollinos, de cuatro o cinco que estaban en casa. Y ya, de paso, les contó la pérdida del rucio. Le consoló el cura, diciéndole que cuando encontraran a su señor, él haría que volviera a firmar la orden, pero en papel porque las que se hacían en cuadernos jamás se aceptaban ni cumplían.

Con esto se consoló Sancho, y dijo que, como aquello fuese así, que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él la sabía casi de memoria, por lo que se podría escribir donde y cuando quisieren.

 — Decidla, Sancho, pues —dijo el barbero—, que después la escribiremos..

 Sancho Panza comenzó a rascarse la cabeza para recordar la carta  y unas veces se apoyaba en  un pié y otras sobre el  otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo; y después de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo impacientes a los que esperaban la dijese, al cabo de un rato largo dijo:  

   Por Dios, señor licenciado, que me lleven los diablos, porque de la carta no recuerdo nada, solo que al principio decía: “ Alta y manoseada señora”
     — No diría —dijo el barbero— manoseada, sino sobrehumana o soberana señora.
     — Así es —dijo Sancho—. Luego, si mal no recuerdo, proseguía..., si mal no
recuerdo: «el llagado y falto de sueño, y el herido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no sé qué decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba discurriendo, hasta que acababa en
«Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

Mucho disfrutaron los dos al ver la buena memoria de Sancho Panza, elogiándola mucho y pidiéndole la dijese otras dos veces, para que ellos la aprendieran de memoria y así poder escribirla a su tiempo. Volvió Sancho a decirla otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros tres mil disparates. Después  contó también las cosas ocurridas a su amo, pero sin decir nada del manteamiento que le había sucedido en aquella venta, en la cual no quería entrar. Dijo también que su señor cuando él le llevase una buena contestación  
de la señora Dulcinea del Toboso, se pondría en camino para cavilar cómo ser emperador, o, por lo menos, monarca; que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que, en siéndolo, le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no podía ser menos, y le había de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.

 Decía esto Sancho con tanto sosiego, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, que había trastornado el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les gustaba seguir oyendo sus necedades. Y así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor, que era verosimil y muy posible que con el tiempo, llegase a ser emmperador, como él decía, o, por lo menos, arzobispo u otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:

   Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que  mi amo quisiera ser arzobispo, en lugar de emperador, me gustaría saber qué suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos.

   Les  suelen dar —respondió el cura— algún cargo con el derecho a cobrar algunas rentas de los bienes de la Iglesia o  una sacristanía con una renta fija y estable, además de las limosnas de los fieles que se pueden estimar en otro tanto.

      ─ Para eso será necesario —replicó Sancho— que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa, por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de mí, que soy casado y no sé la primera letra del ABC! ¿Qué será de mí si a mi amo se le antoja  ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?

     ─ No tengáis pena, Sancho amigo —dijo el barbero—, que nosotros rogaremos a vuestro amo y se lo aconsejaremos, y aun se lo pediremps como caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, ya que a él se le da mejor el uso de las armas que el estudio.

       Eso pienso yo ─ respondió Sancho─ , aunque puedo decir que para todo tiene habilidad. Lo que por mi parte yo pienso hacer  es rogarle a Nuestro Señor que le lleve a a aquellos sitios donde él más se beneficie y adonde a mí más favores me haga.

      Lo que decís  es muy sensato —dijo el cura— y lo haréis como buen cristiano. Pero lo que hay que hacer ahora  es pensar  como sacar a vuestro amo de esa inútil penitencia que decís que queda haciendo;  Y para eso y para comer, que ya es hora, lo mejor sera que entremos  en esta venta.

 Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera y que después les explicaría el porqué ni entraba ni le convenía entrar en ella; pero les rogaba que le sacasen algo caliente para comer y cebada para Rocinante.Ellos entraron dejándolo allí y al poco tiempo el barbero le sacó algo para comer. Después, habiendo pensado bien entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, se le ocurrió al cura algo muy al gusto de don Quijote, para conseguir  lo que ellos querían. Y le dijo al barbero que se vestiría con ropa de doncella andante, y que él se vistiera de forma que pudiera pasar por escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, fingiendo ser él una doncella afligida y menesterosa que le pediría un favor que don Quijote  como valeroso caballero andante no se lo podría negar. Y el favor que le pensaba pedir era que se viniese con ella  donde ella le llevase, a deshacerle un agravio que un mal caballero le había hecho; y que le suplicaba, asimismo, que no la mandase quitar su antifaz, ni le preguntase nada del agravio hasta que le hubiera hecho justicia de aquel mal caballlero; y que no dudaba, que don Quijote haría todo cuanto le pidiese por este motivo; y que de esta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su extraña locura.

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miércoles, 18 de octubre de 2017

D. QUIJOTE PARA TODOS



D. QUIJOTE PARA TODOS.
 Este capítulo es algo más extenso, pero es muy gracioso por los diálogos que don Quijote y Sancho mantienen. Espero que os guste.  



Capítulo XXV. Que trata de las estrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros


Don Quijote se despidió del cabrero, y, subiendo otra vez sobre Rocinante, mandó a Sancho que le siguiese, el cual lo hizo, con su jumento, de muy mala gana. Iban entrando poco a poco en lo más áspero de la montaña y Sancho con muchas ganas de hablar con su amo, pero quería que él comenzase la charla por no faltar a lo que le había mandado, pero no pudiendo sufrir tanto silencio, le dijo:

---- Señor don Quijote, me dé su bendición y permiso; que desde aquí quiero volver a mi casa con mi mujer y con mis hijos, porque con ellos, al menos, hablaré todo lo que quiera;  porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades, de día y de noche, y que no le hable cuando me apetezca es enterrarme en vida. Si quisiera la suerte que los animales hablaran, como hablaban en tiempos de Guisopete,(54) sería menos malo porque hablaría con mi jumento lo que me apeteciera y así me consolaría, porque no se puede llevar con paciencia, el  andar buscando aventuras toda la vida y no hallar sino coces y manteamientos, ladrillazos y puñetazos, y sin poder contar mis penas a nadie, como si fuera mudo

---- Ya te entiendo, Sancho —respondió don Quijote—: tú estás deseando que deje de prohibirte hablar conmigo. Dalo por quitado, pero con la condición de que solo sera cuando estemos por estas sierras.

      Ásí sea  —dijo Sancho—:que pueda hablar ahora, que después Dios dirá, y , para empezar a disfrutar de ese permiso, le pregunto ¿ porqué tenía vuestra merced tanto interés en defender a aquella reina Magimasa o como se llame? ¿y qué importaba que aquel abad fuese o no su amigo? Si vuestra merded no se hubiera empeñado en defenderla, yo creo que el loco hubiera seguido con su historia y nos hubiéramos  ahorrado el golpe de la piedra, las coces y más de seis puñetazos  

      Estoy seguro, Sancho —respondió don Quijote—, que si tú supieras, como yo lo sé, lo honrada e ilustre que era la reina Madásima dirias que tuve mucha paciencia pues no le partí la boca al que tantas blasfemias decía; porque es blasfemia muy grande decir y pensar que una reina esté amancebada con un vulgar sacamuelas (barbero), cuando lo cierto es que aquel maestro (ahora lo llama maestro) Elisabat, que dijo el loco fue un hombre muy prudente y un gran consejero que fue preceptor y  médico de la reina y pensar que ella era su amiga es un disparate digno de ser castigado severamente. Y la prueba de que Cardenio no sabía lo que decía es que cuando lo dijo ya estaba loco.  

      --- Eso digo yo —dijo Sancho—: que no tenía que haber hecho caso de las palabras de un loco, pues si en lugar de en el pecho, la piedra hubiera ido a la cabeza, malparados hubiéramos salido por defender a aquella señora que Dios confunda. Y, ¡seguro que Cardenio no se libraría de la justicia  por muy loco que estuviera! 

---- Contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante a defender  la honra de las mujeres, cualesquiera que sean, cuanto más por las reinas tan ilustres como la reina Madásima, a quien yo admiro por haber sido hermosa, prudente y muy resignada a las muchas calamidades que tuvo; pero los consejos del maestro Elisabat le ayudaron a cumplir con prudencia y paciencia todas sus obligaciones. Y por esto la gente ignorante  y mala dio en decir que ella era su manceba; pero otra vez y doscientas más, digo que mienten y mentirán todos los que tal cosa piensen o digan.   

 — Ni yo lo digo ni lo pienso —respondió Sancho—: allá ellos y con su pan se lo coman.Si fueron amancebados, o no, a Dios habrán dado cuenta. No es de mi incumbencia y no sé nada, no me gusta meterme en la vida de nadie;  que el que compra y miente, en su bolsa lo siente. Yo desnudo nací y desnudo sigo, ni pierdo ni gano; y si lo fueron a mí no me importa. Mucho creen sin pruebas lo que no hay, como si lo hubiera. Y  ¿quién puede poner puertas al campo? Déjelos que murmuren, que hasta de Dios lo hIcieron.

      ¡Válgame Dios —dijo don Quijote—, y qué de necedades vas ensartando, Sancho,! ¿Qué tiene que ver lo que hablamos con los refranes que enhilas. Por tu vida, Sancho, cállate; y de aquí adelante, dedícate a espolear a tu asno, y no hables de lo que no te importa. Y entiende con todos tus cinco sentidos que todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere, va muy puesto en razón y muy conforme a las reglas de caballería, que las sé mejor que cuantos caballeros las profesaron en el mundo.

      Señor —respondió Sancho—, y ¿es buena regla de caballería que andemos perdidos por estas montañas, sin senda ni camino, buscando a un loco, el cual, después de hallado, quizá quiera acabar lo que dejó comenzado, no de su cuento, sino de la cabeza de vuestra merced y de mis costillas, acabándonoslas de romper del todo ?

      Calla, te digo otra vez, Sancho —dijo don Quijote—; porque te hago saber que no sólo me trae por estos lugares el deseo de hallar al loco, sino el que tengo de hacer en ellas una hazaña con que he de ganar perpetuo nombre y fama en todo lo descubierto de la tierra; y será tal, que he de concluir todo aquello que puede hacer perfecto y famoso a un andante caballero.

   Y ¿es muy peligrosa esa hazaña? —preguntó Sancho Panza.

      No —respondió el de la Triste Figura—, pues pudiera ser que la suerte nos favoreciera; pero todo puede depender de tí.

   ¿De mí? —dijo Sancho.

Sí —dijo don Quijote—, porque si vuelves pronto de donde pienso enviarte, pronto se acabará mi pena y pronto comenzará mi gloria. Y, porque no está bien que te tenga intrigado, esperando en lo que han de parar mis razones, quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo. Mal año y mal mes para don Belianís y para todos aquellos que dijeran que se le igualaron en algo, porque se engañan, y te juro que fue así. Digo asimismo que, cuando algún pintor quiere ser famoso en su arte, procura imitar las obras de los mejores pintores que. conoce; y esta misma regla sirve para todos los demás oficios . Y así lo ha de hacer y hace el que quiere alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuya persona y trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudencia y de sufrimiento; como también nos mostró Virgilio, en la persona de Eneas, el valor de un hijo piadoso y la sagacidad de un valiente y entendido capitán, no pintándolo ni descubriéndolo como ellos fueron, sino como habían de ser, para servir de ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes. De esta misma manera, Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera del amor y de la caballería militamos. Siendo, pues, esto así, como lo es, pienso yo, Sancho amigo, que el caballero andante que más le imite está más cerca de alcanzar la perfeción de la caballería. Y una de las cosas en que más mostró este caballero su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, haciéndose llamar Beltenebros, nombre, por cierto, significativo y propio para la vida que él voluntariamente había escogido. Así que, me es a mí más fácil imitarle en esto que no en vencer gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos, destrozar armadas y deshacer encantamentos. Y, pues estos lugares son tan apropiados para estas cosas, no quiero dejar pasar la ocasión, que ahora con tanta facilidad se  me ofrece.

      En efecto —dijo Sancho—, ¿qué es lo que vuestra merced quiere hacer en este tan remoto lugar?

¿No te he dicho ya —respondió don Quijote— que quiero imitar a Amadís, haciendome aquí el loco, el necio y el furioso,  imitando también al valiente don Roldán, cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella
le había sido infiel con Medoro, de cuyo disgusto se volvió loco y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, arrasó chozas, derribó casas, espantó yeguas y hizo otras cien mil cosas insólitas, dignas de no olvidarse y de ser escritas? Pero como  yo no pienso imitar a Roldán, o Orlando, o Rotolando (que todos estos tres nombres tenía), una a una en todas las locuras que hizo, dijo y pensó, haré solamente las más esenciales. Y podría ser que sea suficiente con imitar sólo a Amadís, que sin hacer locuras dañinas, sino sólo de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más.
 — Me parece —dijo Sancho— que los caballeros que tales cosas hicieron fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias, pero vuestra merced, ¿qué causa tiene para volverse loco? ¿Qué dama le ha desdeñado, o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora Dulcinea del Toboso ha tenido  algun coqueteo con moro o cristiano?

      Ahí esta el punto —respondió don Quijote— y ése es el mérito de lo que quiero hacer; porque que exista una causa para que un caballero andante se vuelva loco qué valor tiene; lo bueno está en disparatar sin motivo y darle a entender a mi dama que si hago esto en seco (sin causa), ¿qué haría en mojado? Cuanto más, que bastante motivo tengo por estar tanto tiempo alejado de mi señora Dulcinea del Toboso; que como dijo el pastor Ambrosio: quien está ausente todos los males tiene y teme.  Así que, Sancho amigo, no pierdas tiempo en aconsejarme que deje tan rara, tan feliz y tan no vista imitación.Loco soy, loco he de ser hasta que vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea; y si fuese  correspondiendo a mis sentimientos, se acabarán mi sandez y mi penitencia; pero si no fuese así permaneceré loco de verdad porque siéndolo no sufriré nada. De esta forma, cualquiera que sea la respuesta saldré de este conflicto y situación en la que me dejas, gozando cuerdo del bien que traigas, o loco no sufriendo del mal que me digas. Pero dime, Sancho, ¿traes bien guardado el yelmo de Mambrino?; que ya vi que le alzaste del suelo cuando aquel desagradecido le quiso hacer pedazos. Pero no pudo, donde se puede echar de ver la fineza de su temple.

A lo cual respondió Sancho:

      Vive Dios, señor Caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar con paciencia algunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas vengo a imaginar que todo cuanto me dice de caballerías y de alcanzar reinos e imperios, de dar ínsulas y de hacer otras mercedes y grandezas, como es costumbre de caballeros andantes, debe ser todo cosa de viento y mentira, y todo pastraña, o patraña, o como lo llamemos. Porque quien oiga decir a vuestra merced que una bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga de este error en más de cuatro días, ¿qué ha de pensar, sino que quien tal cosa dice y afirma debe de tener güero (vacío) el juicio? La bacía yo la llevo en el costal, toda abollada, y la llevo para aderezarla en mi casa y hacerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia que algún día me vea con mi mujer y hijos.

---   Mira, Sancho, por el mismo que antes juraste, te juro —dijo don Quijote— que tienes el más corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo. Porque ¿ como es posible que desde que estás conmigo no te hayas dado cuenta de que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que todas terminen en desgracia? Y no porque sea así, sino porque entre nosotros andan siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas cambian  y  truecan, volviéndolas a  su gusto, según quieran favorecernos o destruirnos; por eso lo que a tí te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa. Y fue una extraña disposición del sabio que me favorece que para todos parezca bacía lo que real y verdaderamente es el yelmo de Mambrino, porque al ser de tanto valor todo el mundo me perseguiría para quitármelo; pero como ven que no es más que un bacín de barbero, no se preocupan de tenerlo, como hizo el que lo quiso romper y lo dejó en el suelo sin llevárselo, pues si lo hubiera conocido no lo hubiera abandonado. Por eso, guárdalo, amigo que por ahora no lo necesito, pues antes tengo que quitarme todas estas armas y quedar desnudo como cuando nací, si es que decido imitar más a Roldán que a Amadís en la penitencia  que pienso hacer.  

          Llegaron, en estas pláticas, al pie de una alta montaña que estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo, y
estaba rodeada por una prado tan verde y frondoso que daba gusto mirarlo. Había por allí muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar apacible. Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia; y así, en viéndole, comenzó a decir en voz alta, como si estuviera sin juicio:
                   
      Éste es el lugar, ¡oh cielos!, que designo y escojo para llorar la desventura en que vosotros mismos me habéis puesto. (se refiere a los cielos)   Éste es el sitio donde mis lágrimas aumentarán las aguas de este pequeño arroyo, y mis continuos y profundos suspiros moverán sin parar las hojas de estos montaraces árboles, como prueba de la pena   que mi afligido corazón padece.  ¡Oh vosotros, quienquiera que seáis, rústicos dioses que en este inhabitable lugar tenéis vuestra morada, oíd las quejas de este desdichado amante, a quien una larga ausencia y unos imaginados celos han hecho que venga a lamentarse entre estas asperezas, y a quejarse de la dureza del corazón de aquella ingrata y bella, término y fin de toda humana hermosura! ¡Oh vosotras, ninfas de los valles y de los montes, que acostumbrais vivir en estas espesuras;  que los libertinos  y lascivos sátiros, de quien sois, aunque en vano, amadas, no perturben jamás vuestro dulce sosiego y  me ayudéis a lamentar mi desventura, o, al menos, no os canséis de oírla! ¡Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura, que el cielo te conceda todo lo que le pidas y que pienses en el  lugar y el estado a que tu ausencia me ha conducido, y que con buen ánimo correspondas al que a mi fidelidad se le debe! ¡Oh solitarios árboles, que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi soledad, indicar con el suave movimiento de vuestras ramas, que no os desagrada mi presencia! ¡Oh tú, escudero mío, agradable compañero en lo bueno y  en lo malo que me ocurre, toma buena nota  de lo que aquí me verás hacer, para que cuentes y expliques la causa de todo ello!

   Y, diciendo esto, se apeó de Rocinante, y en un momento le quitó el freno y la silla; y, dándole una palmada en las ancas, le dijo:

      Libertad te da el que sin ella queda, ¡oh caballo tan apreciado en tus obras como desdichado en tu suerte! Vete a donde quieras, que en la frente llevas escrito que no te igualó en ligereza el Hipogrifo de Astolfo, ni el nombrado Frontino, que tan caro le costó a Bradamante. (55)
 Viendo esto Sancho, dijo:

      Deseo que esté bien el que ahora nos ahorra de desenalbardar al rucio, porque no  faltarían palmaditas que darle ni alabanzas que decirle, aunque si estuviera no permitiría yo que nadie lo desalbardara, porque no hacía falta, pues él no tiene nada de enamorado ni de desesperado, porque yo, su amo, no lo estoy.  . Y en verdad, señor Caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y la locura de vuestra merced va de veras, que será bien volver a ensillar a Rocinante, para que supla la falta del rucio, porque así ahorraré tiempo en mi ida y vuelta; que si la hago a pie, no sé cuándo llegaré ni cuándo volveré, porque, verdaderamente, soy mal caminante.
  ----Digo, Sancho —respondió don Quijote—, que sea como tú quieres, que no me parece mal lo que propones; así que dentro de tres días partirás porque quiero que en ellos  veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.  

  ----Pues, ¿qué más tengo de ver —dijo Sancho— que lo que he visto?

      ¡No te has enterado de nada! —respondió don Quijote—. Ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas y darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas de esta clase que te sorprenderán..

      Por amor de Dios —dijo Sancho—, mire bien vuestra merced cómo se da esas calabazadas; que puede ocurir que con la primera se acabe el repertorio de esta penitencia y pienso yo que, ya que a vuestra mercced le precen necesarias las calabazadas, se conforme con dárselas en el agua, o en alguna cosa blanda, como algodón; que yo me encargaré de decir a mi señora que se las daba en una peña más dura que un diamante. 

      Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho —respondió don Quijote—, pero quiero que sepas que todas estas cosas que hago no son de broma, sino verdaderas; porque de otra manera, sería contravenir a las órdenes de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna,  y el hacer una cosa por otra es lo mismo  que mentir. Así que, mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes y creibles, sin que lleven nada de fingido ni de fantástico. Y será necesario que me dejes algunas hilas para curarme, ya que tuvimos la mala suerte de perder el balsamo  milagroso que hice.
      
       ─ Peor  fue perder el asno —respondió Sancho—, pues se perdieron con él las hilas y todo. Y le ruego a vuestra merced que no se acuerde más de aquel maldito brebaje; que de sólo oírle mentar se me revuelve el alma, y mucho más el estómago. Y también le ruego: que  piense que  ya han pasado los tres días que me ha dado para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por realizadas, y diré maravillas a mi señora; y escriba la carta y despácheme ya, porque estoy deseando volver para sacar a vuestra merced de este purgatorio donde le dejo.

─¿Purgatorio le llamas, Sancho? —dijo don Quijote—. Mejor hicieras llamándole infierno, y aun peor, si hay otra cosa que lo sea.

Qué dice de infierno  respondió Sancho-, nula  es retencio, según he oído decir.

 ─ No entiendo qué quiere decir retencio —dijo don Quijote.

─ Retencio es —respondió Sancho— que quien está en el infierno nunca  puede salir de él. Lo que no le ocurrirá a vuestra merced  si mis pies no me fallan y si llevo espuelas para animar a Rocinante; y mándeme ya al Toboso, que yo le diré a mi señora Dulcinea tales cosas de las necedades y locuras, que vienen a ser lo mismo, que se queda haciendo que la pondré más suave que un guante, aunque la encuentre más dura que un alcornoque; y con su respuesta dulce y mimosa volveré volando como si fuera un brujo y sacaré a vuestra merced de este purgatorio, que aunque  parezca infierno  no lo es, pues hay esperanza de salir de él, la cual, como tengo dicho, no la tienen   los que están en el infierno, y no creo que vuestra merced diga otra cosa.

 ─ Digo lo mismo —dijo el de la Triste Figura—; pero, ¿qué haremos para escribir la carta?

       Y la libranza pollinesca también —añadió Sancho.

    ─ Todo se incluirá —dijo don Quijote—; y sería bueno, ya que no tenemos papel, que la escribiésemos, como hacían los antiguos, en hojas de árboles, o en unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso será encontrar eso aquí como el papel. Pero ahora recuerdo que se puede escribir en el cuaderno de Cardenio y tú, en el primer lugar que encuentres un maestro de escuela harás que la copie en papel  con buena letra. o si no, cualquier sacristan te la puede copiar, pero no se la des a ningún escribano porque escriben con una letra tan rebuscada que no la entendería ni el mismo Satanás.     

. ─  Pero,¿como hacer para la firma? —dijo Sancho.

  ─ Amadís nunca firmó sus cartas  —respondió don Quijote.

  ─ Está bien —respondió Sancho—, pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y si se copia, dirán que la firma es falsa y  me quedaré sin pollinos.
 
  La libranza irá en el mismo cuaderno firmada; que, en viéndola, mi sobrina no pondrá dificultad en cumplirla. Y, en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura". Y no importa que  sea de mano ajena, porque, por lo que yo recuerdo, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin pasar  más que de un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que puedo jurar con verdad que en doce años que hace que la quiero más que a la luz de estos mis ojos que se han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces; y aun podría ser que de estas cuatro veces no se hubiese dado cuenta que la miraba ni una: tal es el recato y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo, y su madre, Aldonza Nogales, la han criado.

─ Ta, ta! (¡vaya!) —dijo Sancho—. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo
─ Ésa es —dijo don Quijote—, y es la que merece ser señora de todo el universo.
 ─ La conozco bien —dijo Sancho—, y puedo asegurar que tira tan bien una barra (lanza) como el mozo más forzudo de todo el pueblo. ¡Vive Dios que es moza  valiente, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo (de apuros) a cualquier caballero andante, o por andar (no andante), que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa ( en sentido admirativo), qué fuerza tiene, y qué voz! Solo le digo que se subió un día al campanario de la aldea para llamar a unos pastores suyos que andaban en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí a más de media legua, la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque es muy campechana: con todos bromea y de todo hace burla y chiste. Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que, con razón puede desesperarse y ahorcarse; que quien se entere dirá que hizo muy bien, por mucho que le pese.Y deseo ya verme en camino, sólo por verla; que hace ya muchos días que no la veo, y debe estar cambiada, porque estar siempre en el campo al sol y al aire estropea mucho la cara de las mujeres. Y tengo que confesarle señor don Quijote  que hasta ahora estaba muy equivocado, porque verdaderamente creía que la señora Dulcinea sería alguna princesa de la que vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona importante que mereciese todos los ricos regalos que vuestra merced le ha enviado: como el del vizcaíno, el de los galeotes y muchos más, pues deben ser muchas las victorias que vuestra merced habrá ganado antes de ser yo su escudero. Aunque pensándolo bien ¿que le puede importar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la señora Dulcinea del Toboso que vayan a ponerse de rodillas ante ella los vencidos que vuestra merced le ha enviado y los que le ha de envíar?    Porque podría ser que, cuando ellos llegasen, ella estuviese rastrillando lino o trillando en las eras y ellos se avergonzasen de verla y ella se burlara y enfadase por el regalo.

---Ya te he dicho muchas veces, Sancho ─dijo don Quijote─ que eres un charlatan y aunque torpe , muchas veces te pasas de listo. Pero para que veas lo necio que tú eres y lo sensato que soy yo, quiero que escuches este breve cuento. «Has de saber que una viuda hermosa, moza, libre y rica, y, sobre todo, alegre se enamoró de un religioso lego, rollizo y muy corpulento..
Al enterarse su superior le dijo un día en tono fraternal a la buena viuda: ''Maravillado estoy, señora, y con razón, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra merced, se haya enamorado de un hombre tan grosero, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos licenciados y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir: "Éste quiero, éste no quiero". Mas ella le respondió, con mucho donaire (gracia) y desenvoltura: ''Vuestra merced, señor mío, está muy engañado, y piensa muy a lo antiguo si piensa que yo he escogido mal a fulano, por idiota que le parezca, pues, para lo que yo lo quiero, saabe más filosofía  que Aristóteles''. Así que, Sancho, para lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, vale tanto como la más alta princesa de la tierra. Has de saber, que no todos los poetas que alaban damas, con  un nombre que ellos a su albedrío les ponen, no existen en realidad. ¿O piensas tú que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas y otras tales de las que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron verdaderamente mujeres de carne y hueso, y  damas de aquéllos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que la mayoría son inventadas, para que sus versos tengan una musa y para que los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y así, me basta pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no se tienen que informar de él para ingresar en una Orden, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que sólo dos cosas estimulan más que otras a amar, la mucha hermosura y la buena fama; y estas dos cosas las tiene en abundancia Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada; y la pinto en mi imaginación como la deseo, tanto en la belleza como en el señorío, y ni Elena, ni Lucrecia ni ninguna otra mujer famosa de la antigüedad griega, bárbara o latina la superan a ella en eso. Y que cada uno diga lo que quiera que si por esto los ignorantes me critican, no me castigarán los entendidos.

─ Digo que en todo tiene vuestra merced razón —respondió Sancho—, y que yo soy un asno. pero no sé yo para qué nombro asno en mi boca, pues no se ha de mentar la soga en casa del ahorcado. Pero deme ya la carta, y a Dios, que me marcho.

Sacó don Quijote el cuaderno, y, haciéndose a un lado, con mucho sosiego comenzó a escribir la carta; y, en acabándola, llamó a Sancho y le dijo que se la quería leer, para que la aprendiese de memoria, por si acaso se le perdía por el camino, porque de su desdicha todo se podía temer. A lo cual respondió Sancho:
  Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahí en el libro y démele, que yo le llevaré bien guardado, porque pensar que yo la he de aprender de memoria es disparate: que la tengo tan mala que muchas veces se me olvida cómo me llamo. Pero, con todo eso, dígamela vuestra merced, que me gustará mucho oírla, porque debe estar escrita como a vos os gusta.

─ Escucha, que así dice —dijo don Quijote:

CARTA DE DON QUIJOTE A DULCINEA DEL TOBOSO 
  
Soberana y alta señora:
       El herido por la ausencia y el llagado en el fondo de su corazón,  dulcísima Dulcinea del Toboso, te desea la salud que él no tiene. Si tu hermosura me desprecia, si tu corazón no es para mí, si tus desdenes son en mí amargura, por muy resignado que yo sea, mal podré soportar esta angustia , que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te contará,  ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si quieres socorrermee, tuyo soy; y si no, haz lo que quieras; que, dando fin a mi vida, habré dado gusto  a tu crueldad y a mi deseo.

Tuyo hasta la muerte,

El Caballero de la Triste Figura.

─ Por vida de mi padre —dijo Sancho en oyendo la carta—, que es la más alta cosa que jamás he oído. ¡ Me ha gustado mucho  porque  le dice vuestra merced  todo cuanto la ama, y qué bien que encaja  la firma El Caballero de la Triste Figura! Digo de verdad que es vuestra merced el mismo diablo, y que no hay cosa que no sepa.

─ Todo es menester para mi oficio—respondió don Quijote— 

      Ea, pues —dijo Sancho—, ponga vuestra merced al dorso la orden de los tres pollinos y fírmela con mucha claridad, para la conozcan al verla.

      ─ Lo hago con gusto —dijo don Quijote.

Y, habiéndola escrito,se la leyó;  decía así:

Ordeno a vuestra merced, señora sobrina, que deis a Sancho Panza, mi escudero, tres de los cinco pollinos que dejé en casa y que están a  vuestro cargo Los cuales los debéis separar de los cinco y pagar al momento por los servicios  recibidos que  con ésta (carta) , y con su carta de pago (recibo) les serán entregados. Fechada en las entrañas de Sierra Morena, a veinte y dos de agosto de este presente año.

   Bien está —dijo Sancho—; fírmela vuestra merced.

   No hace falta  firmarla —dijo don Quijote—, sino solamente poner mi rúbrica, que es lo mismo que la firma, y para tres asnos, y aun para trecientos, es suficiente..

    ─ Yo me fío de vuestra merced —respondió Sancho—. Déjeme ir a ensillar a Rocinante, y dispóngase vuestra merced a echarme su bendición, que quiero partir ya, sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer, que yo diré que le vi hacer tantas que no necesite más.

   Por lo menos quiero, Sancho, y porque  así es necesario  quiero, digo, que me veas en cueros, y hacer una o dos docenas de locuras, que las haré en menos de media hora, porque, habiéndolas tú visto por tus ojos, puedas jurar sin remordimientos de todas las que quieras añadir, aunque te aseguro que no dirás tantas como las que yo pienso hacer.

   Por amor de Dios, señor mío, que no vea yo en cueros a vuestra merced, que me dará mucha lástima y no podré dejar de llorar; y tengo tal la cabeza, del llanto que anoche hice por el rucio, que no estoy para meterme en nuevos lloros; y si es que vuestra merced gusta de que yo vea algunas locuras, hágalas vestido, breves y las que le vinieren más a cuento. Cuanto más, que para mí no era menester nada de eso, y, como ya tengo dicho, así volveré antes con las noticias que vuestra merced espera y desea. Y si la señora Dulcinea no responde como vuestra merced  merece que se prepare, porque yo  juro por  Dios que le sacaré la buena respuesta del estómago a coces y bofetones. Porque, ¿cómo consentir  que un caballero andante, tan famoso como vuestra merced, se vuelva loco, sin qué ni para qué, por una...? No me lo haga decir la señora, porque por Dios que despotrique y lo eche todo a rodar. ¡Bueno soy yo para eso! ¡Mal me conoce! ¡Pues si me conociera, tenga seguro que me temería.

  Me parece, Sancho —dijo don Quijote—, que, por lo que dices no estás tú más cuerdo que yo.

─ No estoy tan loco —respondió Sancho—, pero sí furioso. Y, dejando esto aparte, ¿qué es lo que comerá vuestra merced en tanto que yo vuelvo? ¿Va a salir al camino, como Cardenio, a quitárselo a los pastores?

─ No te preocupes por eso —respondió don Quijote—, porque, aunque tuviera, no comeré otra cosa que las yerbas y frutos que este prado y estos árboles me den, que la pureza de mi oficio está en no comer y en hacer otras locuras equivalentes..

─ Adios, pues. Pero, ¿sabe vuestra merced qué temo? Que no sé si sabré volver a este lugar tan escondido donde ahora le dejo — Toma bien las señas, que yo procuraré no apartarme de estos contornos —dijo don Quijote—, y además, me subiré a los riscos más altos, para ver si te descubro cuando vuelvas. Pero lo importante para que no confundas el camino  y te pierdas, es que cortes algunas retamas de las muchas que por aquí hay y las vayas poniendo de trecho en trecho, hasta salir al descampadoo, las cuales te servirán de mojones y señales para que me encuentres cuando vuelvas, a imitación del hilo del laberinto de Teseo (56).

— Así lo haré —respondió Sancho Panza.

Y, cortando algunos, pidió la bendición a su señor, y, no sin muchas lágrimas de ambos, se despidió de él. Y, subiendo sobre Rocinante, a quien don Quijote encomendó mucho, y que mirase por él como por su propia persona, se puso en camino del llano, esparciendo de trecho en trecho los ramos de la retama, como su amo se lo había aconsejado. Y así, se fue, aunque todavía le importunaba don Quijote que le viese siquiera hacer dos locuras. Pero no hubo andado cien pasos, cuando volvió y dijo:

Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien: que, para que pueda jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien que vea siquiera una, aunque bien grande la he visto en que se quede aquí vuestra merced.

      ¿No te lo decía yo? —dijo don Quijote—. Espérate, Sancho, que en un credo las haré. (en el tiempo que se tarda en rezar un credo)
      Y, quitándose rápidamente los calzones, quedó en paños menores, y luego, sin más ni más, dio dos zapatetas en el aire y dos volteretas, la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco. Y así, le dejaremos ir su camino, hasta la vuelta, que fue breve.


NOTAS.

54. Sancho se refiere a Esopo, el fabulista griego en cuyas fábulas los animales hablan.
55. Hipogrifo es un caballo fabuloso, mezcla de grifo y yegua, de  Astolfo en el Orlando  furioso, donde tambiéa aparece Frontino como caballo de Bradamante, la hermana de Reinaldos.  El grifo  es un animal fantastico cuya mitad superior del cuerpo es de águila y la inferior de león.
56. Ariadna, hija del rey Minos de Creta, le dia a Teseo una espada y un hilo para que entrara a matar al miniotauro en el laberinto donde vivía. De esta forma libraría a su pueblo de sacrificar a sieta doncella yb a siete jóvenes que el monstruo devoraba. Teseo iba solatando el hilo am edida que caminaba y así encontró la salida del laberinto una vez matado l monstruo.