miércoles, 28 de junio de 2017

DON QUIJOTE PARA TODOS





Capítulo IX. Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron


          Dejamos en la primera parte de esta historia al valeroso vizcaíno y al famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas, en actitud de descargar dos furibundos golpes,  que si se se acertaban de lleno, por lo menos se dividirían y abrirían de arriba abajo como una granada; y que en aquel punto tan dudoso se interrumpio tan sabrosa historia, sin que su autor dijera donde se podría encontrar lo que faltaba.
Me causó esto mucha pesadumbre, porque el gusto de lo leído  se volvía en disgusto, porque pensaba que sería difícil encontrar lo que faltaba (se refiere a Cervantes que se presentó como segundo autor al final del capítulo anterior)
Pero estando yo un día en la calle Alcaná de Toledo,  llegó un muchacho a vender unos cuadernos y papeles viejos a un comerciante de seda; y llevado por mi gusto por la lectura cogí uno de los cuadernos que vendía  escrito en árabe que yo no sabía leer, por lo que busqué a un intérprete para que me lo tradujera. Apenas tuvo éste el cuaderno en la mano lo abrió por la mitad y leyendo un poco se comenzó a reír.
Le pregunté el motivo de su risa y me dijo que era de una nota que tenía escrita al margen sobre una tal Dulcinea del Toboso.
Al oir este nombre quedé atónito porque pensé que aquellos cuadernos trataban de la historia de don Quijote. Y efectivamente cuando le dije que leyese el principio traducido al castellano, dijo que  decía:  Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo.
Con gran esfuerzo disimulé mi alegría y olvidándose del comerciante me vendió todos los papeles y cuadernos por medio real, que me hubieran costado más de seis de conocer él mi interés. Luego, llevándolo aparte, le pedí que los tradujese al castellano sin quitar ni añadir nada y que le pagaría lo que él pidiese. Se contentó con dos arrobas de pasas (la arroba equivale a 11kilos y medio) y dos fanegas (ver capítulo 1, página 1) de trigo, y prometió traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Yo para no perder tan buen hallazgo y para darle facilidades lo llevé a mi casa, donde en poco más de mes y medio terminó toda la traducción.
En el primer cuaderno estaba pintada, con mucha realidad, la batalla de don Quijote con el vizcaíno, en la misma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto con su rodela y el otro con la almohada. A los pies del Vizcaino había un rotulo que decía: Don Sancho de Azpetia, que, sin duda, debía de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba otro que decía: Don Quijote de la Mancha. Rocinante estaba maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan consumido que justificaba su nombre (rocín (caballo) antes). A su lado se veía a Sancho Panza que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rótulo que decía: Sancho Zanca, porque la pintura lo mostraba con mucha barriga, el tronco corto y las piernas largas (zancas), y por esto se le pondrían los nombres de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia.
Otras algunas menudencias había, pero todas de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia, que ninguna es mala si es verdadera.
Puestas y levantadas en alto las afiladas espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y al abismo: tal era el valor y la compostura que tenían. Y el primero en descargar el golpe fue el colérico Vizcaino que lo dio con tal furia que a no ser porque la espada se desvió en el camino con solo aquel golpe hubiera bastado para dar fin, no solo, a la contienda, sino a todas las aventuras de nuestro caballero. Pero por suerte, aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo más daño que desarmarle todo aquel lado, llevándose de camino gran parte de la celada, con la mitad de la oreja; que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho, y viéndose así se alzó de nuevo en los estribos, y, apretando más la espada con las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza,  comenzando a echar sangre por las narices,  por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula que hubiera caído si no se abrazara al cuello del animal, pero a pesar de esto sacó los pies de los estribos y soltó los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, comenzó a correr por el campo, y a los pocos saltos dio con su dueño en tierra.Don quijote lo miraba tranquilo y viéndole caer saltó de su caballo y muy deprisa     llegó a a él y, poniéndole la punta de la espada entre los ojos, le dijo que se rindiese o le cortaría la cabeza.
El vizcaíno no podía responder de lo turbado que estaba y lo hubiera pasado muy mal si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero. A lo cual don Quijote respondió, con voz calmada y con modestia:
- hermosas señoras, con mucho gusto hare lo que me pedís,  con la condición y promesa de que este caballero irá al lugar del Toboso y se presentarrá de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga de él lo que crea conveniente.
La temerosa y desconsolada señora, sin pensar lo que don Quijote pedía, y sin preguntar quién era Dulcinea le prometió que el escudero haría todo aquello que él le ordenase.
Pues confiando en vuestra palabra no le haré más daño, aunque lo tenía bien merecido.

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