miércoles, 31 de enero de 2018

D. QUIJOTE PARA TODOS



Capítulo XXXIX. Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos





   «En un lugar (pueblo pequeño) de las Montañas de León tuvo principio mi linaje, con quien fue más agradecida y liberal la naturaleza que la fortuna, aunque, en la estrechez de aquellos pueblos, todavía alcanzaba mi padre fama de rico, y verdaderamente lo fuera si se hubiera dado la misma maña para conservar como para gastar su hacienda. Y la condición que tenía de ser liberal y gastador le vino por haber sido soldado los años de su juventud, que es escuela la soldadesca donde el ruin se hace honrado, y el avaro, pródigo; y es raro encontrar soldados tacaños que, como a los monstruos se le ve pocas veces. Pasaba mi padre los límites de la generosidad, y rayaba en los de ser pródigo (manirroto) : cosa que no es de ningún provecho al hombre casado, y que tiene hijos que le han de suceder en el nombre y en el haber (hacienda). Los que mi padre tenía eran tres, todos varones y todos en edad de poder elegir estado. Viendo, pues, mi padre que, según él decía, no podía contener su condición, quiso privarse del instrumento y causa que le hacía gastador y dadivoso, que fue privarse de la hacienda, sin la cual el mismo Alejandro (122) pareciera estrecho (miserable, mezquino).



»Y así, llamándonos un día a los tres a solas en un aposento, nos dijo unas razones semejantes a las que ahora diré: ''Hijos, para deciros que os quiero

bien, basta saber y decir que sois mis hijos; y, para entender que os quiero mal, basta saber que no me voy a moderar en lo que toca a conservar vuestra hacienda. Pues, para que entendáis desde aquí en adelante que os quiero como padre, y que no os quiero destruir como padrastro, quiero hacer una cosa con vosotros que hace muchos días que la tengo pensada y madurada. Vosotros estáis ya en edad de tomar estado, o, a lo menos, de elegir un oficio, el que más os honre y aprovechee. Y lo que he pensado es hacer de mi hacienda cuatro partes: tres os daré a vosotros, a cada uno lo que le tocare, sin exceder en cosa alguna, y con la otra me quedaré yo para vivir y sustentarme los días que el cielo fuere servido darme de vida. Pero querría que, después que cada uno tuviese en su poder la parte que le toca de su hacienda, siguiese uno de los caminos que le diré. Hay un refrán en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la larga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: "Iglesia, o mar, o casa real", como si más claramente dijera: "Quien quisiere valer y ser rico, siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte del comercio, o entre a servir a los reyes en sus casas"; porque dicen: "Más vale migaja de rey que merced de señor". Digo esto porque querría, y es mi voluntad, que uno de vosotros siguiese las letras, el otro el comercio, y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es difícil entrar a servirle en su casa (en la Corte); que si  la guerra no da muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha fama. Dentro de ocho días, os daré toda vuestra parte en dineros, sin defraudaros en lo más mínimo, como lo podréis comprobar. Decidme ahora si queréis seguir mi parecer y consejo en lo que os he propuesto''. Y, mandándome a mí, por ser el mayor, que respondiese, después de haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que gastase todo lo que fuese su voluntad, que nosotros éramos mozos para saber ganarla, vine a concluir en que cumpliría su gusto, y que el mío era seguir el ejercicio de las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey. El segundo hermano hizo los mismos ofrecimientos, y escogió el irse a las Indias, llevando empleada la hacienda que le cupiese. El menor, y, a lo que yo creo, el más discreto, dijo que quería seguir la Iglesia, o irse a acabar sus comenzados estudios a Salamanca. Una vez puestos de acuerdo  y escoger nuestros oficios, mi padre nos abrazó a todos, y, con la brevedad que dijo, puso por obra cuanto nos había prometido; y, dando a cada uno su parte, que, recuerdo fueron tres mil ducados para cada uno en dinero (porque un tío nuestro compró toda la hacienda y la pagó al contado, para que no saliese de la familia), en un mismo día nos despedimos los tres de nuestro buen padre; y, en aquel mismo, pareciéndome a mí ser inhumano que mi padre quedase viejo y con tan poca hacienda, de mis tres mil ducados le dí dos mil, porque a mí me bastaba el resto para lo que necesitaba como soldado. Mis dos hermanos, movidos de mi ejemplo, cada uno le dio mil ducados: de modo que a mi padre le quedaron cuatro mil en dineros, y tres mil más, que, a lo que parece, valía la hacienda que le tocó, que no quiso vender, sino quedarse con ella en raíces (fincas, casas). Digo, en fin, que nos despedimos de él y de aquel nuestro tío que he dicho, no sin mucho sentimiento y lágrimas de todos, encargándonos que les hiciésemos saber, siempre que pudiéramos, de si nos iba bien o mal. Se lo prometimos, y, abrazándonos y dándonos su bendición, uno tomó el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla  y yo el de  Alicante, donde tuve noticia de que había una nave genovesa que cargaba allí lana para Génova.



»Éste hará veintidodos años que salí de casa de mi padre, y en todos ellos, aunque he escrito algunas cartas, no he tenido ni de él ni de mis hermanos ninguna noticia. Y lo que en éstos he hecho lo diré brevemente. Embarqué en Alicante, hice buen viaje hasta Génova, fui desde allí a Milán, donde adquirí armas y algunas prendas de soldado, y desde allí me alisté como soldado en el  Piamonte; y, estando ya de camino para Alejandría de la Palla (123), tuve noticia de que el gran duque de Alba pasaba a Flandes. Cambié de opinión, y me fui con él, le serví en las jornadas que hizo, estuve en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé el grado de alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina; y, al cabo de algún tiempo desde que llegué a Flandes, se tuvo noticia de la liga que su Santidad el Papa Pío Quinto, de feliz recuerdo, había hecho con Venecia y con España, contra el enemigo común, que es el Turco; el cual, en aquel mismo tiempo, había ganado con su armada la famosa isla de Chipre, que estaba bajo del dominio del veneciano: y fue una pérdida lamentable y desdichada.

Se supo con certeza  que venía al mando de esta liga el serenísimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe. Se propagó el grandísimo aparato de guerra que se estaba preparando. Todo lo cual me incitó y emocionó tanto que desee verme en la jornada que se esperaba; y, aunque tenía barruntos (rumores), y casi promesas ciertas, de que en la primera ocasión que se ofreciese sería promovido a capitán, lo quise dejar todo y venirme, como me había venido a Italia. Y quiso mi buena suerte que el señor don Juan de Austria acababa de llegar a Génova, y pasaba a Nápoles a juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mesina (Sicilia).



»Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho capitán de infantería, a cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte, más que mis merecimientos. Y aquel día, que fue para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar: en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada, entre tantos venturosos como allí hubo (porque más ventura tuvieron los cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron), yo solo fui el desdichado, pues, en lugar de que pudiera esperar, si estuviera en los romanos siglos, alguna naval corona, me vi aquella noche que siguió a tan famoso día con cadenas en los pies y esposas en las manos.



»Y fue de esta manera: que, habiendo  el Uchalí (Uluj Alí), rey de Argel, atrevido y afortunado corsario, embestido y rendido la capitana de Malta (125), que solos tres caballeros quedaron vivos en ella, y éstos malheridos, acudió la capitana de Juan Andrea(126) a socorrerla, en la cual iba yo con mi compañía; y, haciendo lo que debía en ocasión semejante, salté a la galera contraria, la cual, desviándose de la que la había embestido, impidió que mis soldados me siguiesen, y así, me hallé solo entre mis enemigos, a quien no pude resistir, por ser muchos; en fin, me rindieron lleno de heridas. Y, como ya habréis, señores, oído decir que el Uchalí se salvó con toda su escuadra, quedé cautivo en su poder, y solo fui el triste entre tantos alegres y el cautivo entre tantos libres; porque fueron quince mil cristianos los que aquel día alcanzaron la deseada libertad, porque todos venían al remo (condenados a remar) en la armada turca.



» Me llevaron a Costantinopla, donde el Gran Turco Selim (127) hizo general de la mar a mi amo, porque había hecho su deber en la batalla, habiendo llevado como muestra de su valor el estandarte de la Orden de Malta. El segundo año, que fue el de setenta y dos(1572) estuve, en Navarino (128), bogando en la capitana de los tres fanales.(129) Vi y observé la ocasión que allí se perdió de  coger en el puerto a toda la armada turca, porque todos los leventes y jenízaros (130) que en ella venían pensaban  que les atacarían dentro del mismo puerto, y tenían a punto su ropa y pasamaques, que son sus zapatos, para huir por tierra, sin esperar a luchar: tanto era el miedo que le habían cogido a nuestra armada. Pero el cielo lo ordenó de otra manera, no por culpa ni descuido del general que a los nuestros mandaba, sino por los pecados de la cristiandad, y porque quiere y permite Dios que tengamos siempre verdugos que nos castiguen.

»Efectivamente, el Uchalí se refugió en Modón, que es una isla que está junto a Navarino, y, mandando a tierra a la gente, fortificó la boca del puerto, y se estuvo quieto hasta que el señor don Juan se marchó. En este viaje se tomó la galera que se llamaba La Presa, de quien era capitán un hijo de aquel famoso cosario Barbarroja. La tomó la nave capitana  de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Y no quiero dejar de contar lo que sucedió en la captura de La Presa. Era tan cruel el hijo de Barbarroja, y trataba tan mal a sus cautivos, que, así como los que venían al remo vieron que la galera Loba les iba entrando y que los alcanzaba, soltaron todos a un tiempo los remos, y agarraron a su capitán, que estaba sobre el estanterol (131) gritando que bogasen de prisa, y pasándole de banco en banco, de popa a proa, le dieron tales bocados, que nada más pasar del palo mayor ya había pasado su álma al infierno: tal era, como he dicho, la crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenían.

»Volvimos a Constantinopla, y el año siguiente, que fue el de setenta y tres, se supo en ella cómo el señor don Juan había tomado Túnez,  quitando aquel reino a los turcos y una vez tomó posesión de él, quitó también a Muley Hamet, cortando las esperanzas que Muley Hamida, el moro más cruel y más valiente que tuvo el mundo tenía de volver a reinar en él. Sintió mucho esta pérdida el Gran Turco, y, usando de la sagacidad que todos los de su raza tienen, hizo la paz con los venecianos, que la deseaban mucho más que él; y el año siguiente de setenta y cuatro acometió a la Goleta(132) y al fuerte que junto a Túnez había dejado medio levantado el señor don Juan. En todos estos trances andaba yo al remo, sin esperanza de libertad alguna; al menos, no esperaba tenerla por rescate, porque tenía determinado no escribir a mi padre las noticias de mi desgracia..



»Al final se perdieron la Goleta y el fuerte; atacando estas plazas hubo setenta y cinco mil soldados turcos pagados (mercenarios) y más de cuatrocientos mil de moros y árabes de toda Áfica, armados con tantas municiones y pertrechos de Guerra, y  con tantos gastadores (excavadores), que con las manos y a puñados de tierra hubieran podido cubrir (enterrar) la Goleta y el fuerte. La Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable fue la primera en perderse y no se perdió por culpa de sus defensores, los cuales hicieron todo aquello que debían y podían para defenderla, sino porque la experiencia demostró la facilidad con que se podían levantar trincheras en aquella desierta arena, porque a dos palmos se hallaba agua, y los turcos no la hallaron a dos varas (133) y así, con muchos sacos de arena levantaron las trincheas tan altas que sobrepujaban las murallas del fuerte; y, tirándoles a caballero (desde lo alto), ninguno podía parar, ni  atender a la defensa. Fue común opinión que no se habían de encerrar los nuestros en la Goleta, sino esperar en tierra al desembarco; y los que esto dicen hablan de lejos y con poca experiencia de casos semejantes, porque si en la Goleta y en el fuerte apenas había siete mil soldados, ¿cómo podían tan pocos, aunque fuesen más valientes , salir a tierra  y enfrentarse, a tantos ?; y ¿cómo es posible no perder sin refuerzos, y más cuando la cercan  muchos enemigos  fanáticoss, y en su misma tierra? Pero a muchos les pareció, y así me pareció a mí, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella oficina (plaza militar), en la que se gastaba mucho dinero sin otro provecho que conservar la memoria de haber sido conquistada por Carlos Quinto.



»Se perdió también el fuerte; pero los turcos lo tuvieron que ganar palmo a palmo, porque los soldados que lo defendían pelearon tan valerosa y fuertemente, que pasaron de veinticinco mil enemigos los que mataron en veintidos asaltos que les dieron. A ninguno de los trescientos que quedaron vivos lo cautivaron sanos, señal cierta y clara de su esfuerzo y valor, y de lo bien que se habían defendido y guardado sus plazas. Se rindió con condiciones un pequeño fuerte o torre que estaba en mitad de una laguna, a cargo de don Juan Zanoguera, caballero valenciano y famoso soldado. Cautivaron a don Pedro Puertocarrero, general de la Goleta, el cual hizo cuanto fue posible por defender su fuerza; y sintió tanto el haberla perdido que  murio de pena  en el camino de Constantinopla, donde le llevaban cautivo. Cautivaron asimismo al general del fuerte, que se llamaba Gabrio Cervellón, caballero milanés, gran ingeniero y valentísimo soldado. Murieron en estas dos fuerzas (ejércitos) muchas personas,  de las cuales fue una Pagán de Oria, caballero del hábito de San Juan, de condición generoso, como lo mostró la mucha generosidad que tuvo  con su hermano, el famoso Juan de Andrea de Oria; y lo que más dolió de su muerte es que fuera a mano de unos árabes de quien se fió, viendo ya perdido el fuerte, que se ofrecieron llevarlo vestido de moro a Tabarca, que es un pequeño puerto o casa que en aquellas riberas tienen los genoveses que se dedican a  la pesca del coral; estos árabes le cortaron la cabeza y se la trajeron al general de la armada turca, el cual cumplió con ellos nuestro refrán castellano: "Que aunque la traición aplace, el traidor se aborrece"; y así, se dice que mandó el general ahorcar a los que le trajeron el presente, porque no se le habían traído vivo.



»Entre los cristianos que en el fuerte se perdieron, fue uno llamado don Pedro de Aguilar, natural de no sé qué lugar del Andalucía, el cual había sido alférez en el fuerte, soldado adinerado y de extraordinario entendimiento: especialmente tenía particular gracia en lo que llaman poesía. Lo  dígo porque su suerte le trajo a mi galera y a mi banco (desde el que remaba), y a ser esclavo de mi mismo patrón; y, antes de que  partiésemos de aquel puerto, hizo este caballero dos sonetos, a manera de epitafios, el uno a la Goleta y el otro al fuerte. Y en verdad que los tengo que decir, porque los sé de memoria y creo que antes causarán gusto que pesadumbre.»



En el momento que el cautivo nombró a don Pedro de Aguilar, don Fernando miró a sus camaradas, y los tres se sonrieron; y, cuando dijo lo de los sonetos, dijo uno de ellos:



   Antes que vuestra merced pase adelante, le suplico me diga que fue de ese don Pedro de Aguilar que ha dicho.



   Lo que sé es —respondió el cautivo—   que,después de estar dos años en Constantinopla,  huyó en traje de arnaúte (albanés)  con un griego espía, y no sé si consiguió la libertad, aunque creo que sí, porque de allí a un año vi al griego en Constantinopla, pero no le pude preguntar el resultado de aquel viaje.



   Pues la consiguió —respondió el caballero—, porque ese don Pedro es mi hermano, y está ahora en nuestro lugar, bueno y rico, casado y con tres hijos.



   Gracias sean dadas a Dios —dijo el cautivo— por tantas mercedes como le hizo; porque pienso yo que no hay mejor cosa que recuperar la libertad perdida.



   Además —replicó el caballero—, yo sé los sonetos que mi hermano hizo.



   Dígalos, pues, vuestra merced —dijo el cautivo—, que los sabrá decir mejor que yo.



Que me place —respondió el caballero—; y el de la Goleta decía así:





NOTAS.



122. Se refiere a Alejandro Magno que era muy magnanimo y liberal.


123. Plaza fuerte en el ducado de MIlán.


124. La corona naval, que era de oro, se le daba al primero que saltase a la nave el enemigo.


125. La galera del capitan de los caballeros de la Orden de Jerusalen o de Malta.


126. Juan Andrea Doria,sobrino del ilustre Andrea Doria mandaba el flanco derecho de la flota Cristiana.


127. Selim II hijo de Soliman el Magnífico.


128. Puerto fortificado al sur del Peloponeso.


129. Los tres faroles, la insignia del buque almirante de la armada.


130. Soldados de infantería de marina y de tierra, respectivamente.


131. Madero, semejando una columna, que se colocaba a popa en las galeras.


132. Fortaleza que, aunque considerada inexpugnable, fue tomada por los turcos el 23 de agosto de 1574.


133. Seis pies u ocho palmos, es decir más profundas. La vara equivale a 835 mm. 








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