Capítulo XL. Donde se prosigue la historia del
cautivo
Soneto
Almas dichosas que del mortal velo
(del cuerpo)
libres y esentas, por el bien que obrastes, desde la baja tierra os levantastes
a lo más alto y lo mejor del cielo,
y, ardiendo en ira y en honroso celo, de los cuerpos la fuerza ejercitastes,
que en propia y sangre ajena colorastes el mar vecino y arenoso suelo;
primero que el valor faltó la vida
en los cansados brazos, que, muriendo, con ser vencidos, llevan la vitoria.
Y esta vuestra mortal, triste caída
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo fama que el mundo os
da, y el cielo gloria.
— De esa misma manera le sé yo —dijo el
cautivo.
—
Pues
el del fuerte, si mal no me acuerdo —dijo el caballero—, dice así:
Soneto
De entre esta tierra estéril, derribada, destos terrones por el
suelo echados, las almas santas de tres mil soldados subieron vivas a mejor
morada,
siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados, hasta que, al fin, de pocos y
cansados, dieron la vida al filo de la espada.
Y éste es el suelo que continuo ha sido de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su duro seno habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él
sostuvo cuerpos tan valientes.
.
No parecieron mal los sonetos, y el cautivo se alegró
con las nuevas que de su camarada le dieron; y, prosiguiendo su cuento, dijo:
«Rendidos, pues, la Goleta y el fuerte, los turcos
dieron orden de desmantelar la Goleta (quitar los palos), porque el fuerte
quedó de tal forma, que no hubo que derribarlo, y para hacerlo con más brevedad
y menos trabajo, la minaron por tres partes; pero con ninguna (mina) se pudo
volar lo que parecía menos fuerte, que eran las murallas viejas; y todo aquello
que había quedado en pie de la fortificación nueva que había hecho el Fratín
(134), se derrbó con mucha
facilidad. En resolución, la armada
volvió a Constantinopla, triunfante y vencedora: y de allí a pocos meses murió
mi amo el Uchalí, al cual llamaban Uchalí Fartax, que quiere decir, en lengua
turquesca, el renegado tiñoso, porque lo era; y es costumbre entre los turcos
ponerse nombres de alguna falta que tengan, o de alguna virtud que en ellos
haya. Y esto es porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos , que decienden
de la casa Otomana, y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya
de los defectos del cuerpo o de las virtudes del alma Y este Tiñoso bogó el
remo, siendo esclavo del Gran Señor, catorce años, y cuando tenía más de los
treinta y cuatro de edad renegó, de
despecho de que un turco, estando al remo, le dio un bofetón, y por poderse
vengar dejó su fe; y fue tanto su valor que, sin subir por los torpes medios y
caminos (la sodomía) que los más privados del Gran Turco suben, vino a ser rey
de Argel, y después, a ser general del
mar, que es el tercer cargo que hay en aquel señorío. Era calabrés de
nación, y moralmente fue un hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus
cautivos, que llegó a tener tres mil, los cuales, después de su muerte, se
repartieron, como él lo dejó en su testamento, entre el Gran Señor (que también
es hijo heredero de todos los que mueren, y entra en el reparto con los
hijos que deja el difunto) y entre sus renegados ; y yo conocí a un renegado veneciano que, siendo grumete
de una nave, le cautivó el Uchalí, y le quiso tanto, que fue uno de los más
regalados garzones suyos (amantes), que
llegó a ser el más cruel renegado (135) que jamás se ha visto. Se
llamaba Azán Agá, y llegó a ser muy rico, y a ser rey de Argel; con el cual yo
vine de Constantinopla, algo contento, por estar tan cerca de España, no porque
pensase escribir a nadie mis desdichas, sino por ver si me era más favorable la
suerte en Argel que en Constantinopla, donde ya había probado mil maneras de
huir, y ninguna tuvo éxito; y pensaba en Argel buscar otros medios de alcanzar
lo que tanto deseaba, porque jamás perdí la esperanza de tener libertad; pero
todo lo que planeaba, pensaba y hacía no tenía éxito, aún así no me desanimaba
y pensaba otra forma para no perder la esperanza, aunque fuese débil y poco posible.
»Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o
casa que los turcos llaman baño, donde encierran a los cautivos cristianos, tanto
a los que son del rey como a los de algunos particulares; y los que llaman del
almacén, que es como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las
obras públicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy
difícil su libertad, porque al no tener amo
particular, no hay con quien tratar su rescate, aunque le tengan (el
dinero para pagarlo). En estos baños, como tengo dicho, suelen llevar a sus
cautivos algunos particulares del pueblo, principalmente cuando son de rescate
(136), porque allí los tienen descansados y seguros hasta que venga su rescate.
También los cautivos del rey que son de rescate no salen al trabajo con la
demás chusma, si no es cuando su rescate tarda; que entonces, por obligarles a
que lo pidan, les hacen trabajar e ir
por leña con los demás, que es un trabajo duro.
»Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo
que era capitán, aunque dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no me
sirvió de nada para evitar que me
pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. Me pusieron una
cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella; y así, pasaba la
vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y
tenidos por de rescate. Y, aunque el hambre y la desnudez pudiera agobiarnos a
veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos agobiaba tanto como oír y ver, a
cada paso, las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los
cristianos. Cada día ahorcaba el suyo,(el correspondiente a ese día), empalaba
a otro, desorejaba a uno más; y esto, por ningún motivo, sino que los turcos
decían que lo hacía por el gusto de hacerlo, y por ser de natural
condición homicida de todo el género
humano. Sólo escapó bien con él un soldado español, llamado tal de Saavedra (
el propio Cervantes), el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria
de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio
palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y, por la menor cosa de
muchas que hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él
más de una vez; y si no fuera porque no tenemos tiempo, yo diría ahora algo de
lo que este soldado hizo, que os entretendría y admiraría mucho más que que
el cuento de mi historia.
»Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las
ventanas de la casa de un moro rico y principal, las cuales, como de ordinario
son las de los moros, más eran
agujeros que ventanas, y aun éstas se cubrían con celosías muy espesas y
apretadas. Acaeció, pues, que un día, estando en un terrado(azotea) de nuestra
prisión con otros tres compañeros, haciendo pruebas de saltar con las cadenas,
por entretener el tiempo, estando solos, porque todos los demás cristianos
habían salido a trabajar, alcé por casualidad los ojos y vi que por aquellas
cerradas ventanillas que he dicho asomaba una caña, y al final de ella había un
lienzo atado, y la caña se estaba balanceando y moviéndose, como si hiciera
señas para que la cogiéramos. Nos dimos
cuenta de ello, y uno de los que estaban conmigo se puso debajo de la caña,
parar ver si la soltaban, o lo que hacían; pero, al llegar a ella, alzaron la
caña y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióe
el cristiano, y volvieron bajarla y hacer los mismos movimientos que antes. Fue
otro de mis compañeros, y le sucedió lo mismo que al primero. Finalmente, fue
el tercero y le ocurrió lo que al primero y al segundo. Viendo yo esto, no
quise dejar de probar suerte, y, cuando me puse debajo de la caña, la dejaron
caer, y cayó a mis pies dentro del patio. Acudí
a desatar el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro de él venían diez
cianíis, que son unas monedas de oro bajo ( de pocos quilates) que usan los
moros, que cada una vale diez reales de los nuestros. Que me alegré del
hallazgo, no hay ni que decirlo, pues fue tanto el contento como la
admiración de pensar de donde podía venirnos aquel bien, especialmente a mí,
pues las muestras de no haber querido soltar la caña sino a mí decían claramente que para mí era el favor.
Tomé mi buen dinero, quebré la caña, volví al terradillo, miré la ventana, y vi
que por ella salía una muy blanca mano, que la abría y cerraba muy aprisa. Con
esto entendimos, o imaginamos, que alguna mujer que en aquella casa vivía nos debía
de haber hecho aquel beneficio; y, en señal de agradecimiento, hicimos zalemas
(reverencias) al uso de los moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y
poniendo los brazos sobre el pecho. Al poco tiempo sacaron por la misma ventana
una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron a entrar. Esta señal nos
confirmó que alguna cristiana debía de
estar cautiva en aquella casa, y era la que nos hacía el favor; pero la
blancura de la mano, y las pulseras que vimos, nos hizo cambiar de
opinion, puesto que imaginamos que debía
de ser cristiana renegada, a quien de ordinario suelen tomar por legítimas
mujeres sus mismos amos, y aun se sienten afortunadas, porque las estiman más
que a las de su nación.
»Pero nuestrros pensamientos estaban muy lejos de la verdad; y así,
todo nuestro entretenimiento desde entonces era mirar a la ventana donde nos
había aparecido la estrella de la caña; pero
pasaron quince días en que ni vimos la caña, ni la mano, ni ninguna otra
señal. Y, aunque en este tiempo procuramos con mucho interés saber quién vivía
en aquella casa , y si había en ella alguna cristiana renegada, jamás nadie nos
dijo nada más que allí vivía un moro
principal y rico, llamado Agi Morato(137), que había sido alcaide de La Pata(138), que es oficio muy importante
entre ellos. Pero, cuando ya no
pensábamos que por allí habían de llover más cianíis, vimos a deshora aparecer
la caña, y otro lienzo en ella, con otro nudo más crecido; y esto fue cuando
estabábamos en el patio, como la otra vez,
solos y sin gente. Hicimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno
primero que yo, de los mismos tres que estábamos, pero a ninguno se rindió la
caña sino a mí, porque, en llegando yo, la dejaron caer. Desaté el nudo, y
hallé cuarenta escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al
final de lo escrito dibujada una cruz
grande. Besé la cruz, tomé los escudos, volví al terrado, hicimos todos
nuestras zalemas, volvió a aparecer la mano, hice señas que leería el papel y
cerraron la ventana. Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido; y, como
ninguno de nosotros entendía el arábigo, era mucho el deseo que teníamos de
entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese.
» Al fin, yo
decidí fiarme de un renegado,
natural de Murcia, que se había hecho gran amigo mío, y prometimos entre los
dos que guardaría cualquier secreto que le confiase; porque suelen algunos
renegados, cuando tienen intención de volver a tierra de cristianos, llevar
algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la forma que pueden,
que el tal renegado es hombre de bien, y que siempre ha hecho bien a los
cristianos, y que tiene deseo de fugarse en la primera ocasión que se le
presente. Algunos hay que procuran estas fees (certificados) con buena
intención, otros se sirven de ellas con malicia
viniendo a robar a tierra de cristianos y si se pierden o los hacen
prisioneros, sacan sus firmas y dicen que por aquellos papeles se verá el
propósito con que venían, el cual era
quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso(138) con
los demás turcos. Con esto se libran de la detención y se reconcilian con la
Iglesia, sin que se les haga daño; y, cuando tienen ocasión, se vuelven a Berbería
a ser lo que antes eran. Otros hay que usan estos papeles, y los piden, con
buena intención, y se quedan en tierra de cristianos.
»Pues uno de los renegados que he dicho era este mi
amigo, el cual tenía firmas de todos nuestros camaradas, donde le dábamos los
mejores informes; y si los moros le encontraban estos papeles, le quemaban
vivo. Supe que sabía muy bien arábigo, y no solamente hablarlo, sino
escribirlo; pero, antes que del todo me confiara a él, le dije que me leyese
aquel papel, que por casualidad me había encontrado en un agujero de mi rancho
(celda). Lo abrió, y estuvo un buen rato mirándolo y leyéndolo, murmurando
entre los dientes.Le pregunté si lo entendía; me dijo que muy bien, y, que si
quería que me lo escribiese palabra por palabra, que le diese tinta y pluma,
para hacerlo mejor.
Le dímos enseguida lo que pedía, y él poco a poco lo fue
traduciendo; y, cuando acabó dijo:
''Todo lo que va aquí en romance (castellano), sin faltar letra, es lo que
contiene este papel morisco; y teneis que entender que donde dice Lela Marién
quiere decir Nuestra Señora la Virgen María''.
»Leímos el papel, y decía así:
Cuando yo era niña, tenía
mi padre una esclava, la cual en mi lengua me mostró la zalá (oraciones)
cristianesca, y me dijo muchas cosas de Lela Marién. La cristiana murió, y yo
sé que no fue al fuego (infierno), sino con Alá, porque después la vi dos
veces, y me dijo que me fuese a tierra de cristianos a ver a Lela Marién, que
me quería mucho. No sé yo cómo vaya: muchos cristianos he visto por esta
ventana, y ninguno me ha parecido caballero sino tú. Yo soy muy hermosa y
muchacha (virgen), y tengo muchos dineros que llevar conmigo: mira tú si puedes
hacer cómo nos vamos, y serás allá mi marido, si quisieres, y si no quisieres,
no me preocuparé, que Lela Marién me dará con quien me case. Yo escribí esto;
mira a quién lo das a leer: no te fíes de ningún moro, porque son todos marfuces (traidores). De esto tengo
mucha pena: que quisiera que no te descubrieras a nadie, porque si mi padre lo
sabe, me echará enseguida en un pozo, y me cubrirá de piedras. En la caña
pondré un hilo: ata allí la respuesta; y si no tienes quien te escriba arábigo,
dímelo por señas, que Lela Marién hará que te
entienda.
Ella y Alá te
guarden, y esa cruz que yo beso muchas veces; que así me lo mandó la cautiva.
»Mirad, señores, si no era normal que las razones de
este papel nos admirasen y alegrasen. Y, por esto, el renegado entendió que no
por casualidad se había encontrado aquel papel, sino que realmente se había
escrito para uno de nosotros; y así, nos
rogó que si era verdad lo que sospechaba, que nos fiásemos de él y se lo
dijésemos, que él arriesgaría su vida por nuestra libertad. Y, diciendo esto,
sacó del pecho un crucifijo de metal, y con muchas lágrimas juró por el Dios
que aquella imagen representaba, en quien él, aunque pecador y malo, bien y
fielmente creía, de guardarnos lealtad y secreto en todo cuanto quisiésemos
descubrirle, porque le parecía, y casi adivinaba que, por medio de aquella que
aquel papel había escrito, iba él y todos nosotros a conseguir la libertad, y verse él en lo que tanto deseaba,
que era dedicarse a servir a la Santa Iglesia, su madre, de quien como miembro
podrido estaba alejado y apartado por su ignorancia y pecado.
»Con tantas lágrimas y con muestras de tanto
arrepentimiento dijo esto el renegado, que todos decidimos contarle toda la
verdad del caso; y así, le dimos cuenta de todo, sin ocultarle nada. Le
enseñamos la ventanilla por donde aparecía la caña, y él localizó por ella la casa, y quedó en tener especial y gran
cuidado de informarse quién vivía en ella . Acordamos, asimismo, que sería bueno
responder a la carta de la mora; y, como teníamos quien lo supiese hacer, al
momento el renegado escribió las razones que yo le fui diciendo, que
puntualmente fueron las que diré, porque de todas las cosas principales que en
este suceso me acontecieron, ninguna se me ha ido de la memoria, ni aun se me
irá en tanto que tenga vida.
»Efectivamente, lo que a la mora se le respondió fue esto:
El verdadero Alá te guarde, señora
mía, y aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de Dios y es la que te
ha puesto en el corazón que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere
bien. Ruégale tú que se sirva de darte a entender cómo podrás poner por obra lo
que te manda, que ella es tan buena que lo hará. De mi parte y de la de todos
estos cristianos que están conmigo, te ofrezco de hacer por ti todo lo que
pudiéremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares
hacer, que yo te responderé siempre; que el grande Alá nos ha dado un cristiano
cautivo que sabe hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verás por este
papel. Así que, sin tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que quisieres. A
lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo
te lo prometo como buen cristiano; y has de saber que los cristianos cumplen lo
que prometen mejor que los moros. Alá y Marién, su madre, te guarden, señora mía.
»Escrito y cerrado este papel, aguardé dos días a que
estuviese el patio solo, como solía, y luego salí al sitio acostumbrado del
terradillo, por ver si la caña aparecía, que no tardó mucho en asomar. Así como
la vi, aunque no podía ver quién la ponía, mostré el papel, como dando a
entender que pusiesen el hilo, pero ya venía puesto en la caña, al cual até el
papel, y de allí a poco tornó a parecer nuestra estrella, con la blanca bandera
de paz del atadillo. La dejaron caer, y yo la cogí, y encontré en el paño, en varios tipos de moneda de plata y de oro, más de cincuenta escudos,
los cuales cincuenta veces más doblaron nuestro contento y confirmaron la
esperanza de tener libertad.
»Aquella misma noche volvió nuestro renegado, y nos dijo
que había sabido que en aquella casa vivía el mismo moro que a nosotros nos
habían dicho que se llamaba Agi Morato, inmensamente rico, el cual tenía una
sola hija, heredera de toda su hacienda, y que tenía fama en toda la ciudad de
ser la más hermosa mujer de la Berbería; y que muchos de los virreyes que allí
venían la habían pedido por mujer, y que ella nunca se había querido casar; y
que también supo que tuvo una cristiana cautiva, que ya se había muerto; todo
lo cual estaba de acuerdo con lo que venía en el papel. Nos reunimos con el
renegado, para pensar como íbamos a sacar a la mora y venirnos todos a tierra de cristianos, y, en
fin, acordamos esperar el segundo aviso de Zoraida, que así se llamaba la que
ahora quiere llamarse María; porque bien vimos que ella, y no otra alguna, era
la que había de proponer la forma para salir de todas aquellas dificultades.
Después que quedamos en esto, dijo el renegado que no tuviésemos pena, que él
perdería la vida o nos pondría en libertad.
»Cuatro días estuvo el patio con gente, los mismos que
tardó en aparecer la caña; al cabo de los cuales, en la acostumbrada soledad
del patio, apareció con el lienzo tan preñado, que un felicísimo parto
prometía. Inclinóse a mí la caña y el lienzo, hallé en él otro papel y cien
escudos de oro, sin otra moneda alguna. Estaba allí el renegado, le dimos a
leer el papel dentro de nuestro celda, el cual dijo que así decía:
Yo no sé, mi señor, cómo hacer para que nos vayamos a España, ni Lela Marién me lo
ha dicho, aunque yo se lo he preguntado. Lo que se podrá hacer es que yo os
daré por esta ventana muchísimos dineros de oro: rescataos vos con ellos y
vuestros amigos, y vaya uno a tierra de cristianos, y compre allá una barca y
vuelva por los demás; y a mí me hallarán en el jardín de mi padre, que está a
la puerta de Babazón (140), junto a la marina, donde tengo que estar todo este
verano con mi padre y con mis criados. De allí, de noche, me podréis sacar sin
miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo
pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que vaya por la barca, rescátate
tú y ve, que yo sé que volverás mejor que otro, pues eres caballero y
cristiano. Procura conocer el jardín, y cuando pasees por ahí sabré que está
solo el patio, y te daré mucho dinero. Alá te guarde, señor mío.
»Esto decía y contenía el segundo papel. Lo cual visto
por todos, cada uno se ofreció a querer ser el rescatado, prometiendo ir y volver con toda puntualidad, y también
yo me ofrecí a lo mismo; a todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que de
ninguna manera consentiría que ninguno saliese en libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le
había demostrado lo mal que cumplían los
libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habían
usado aquel remedio algunos principales
cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, con dineros para
poder armar una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca habían
vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor de volver a perderla les
borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo. Y, para confirmar que
nos decía la verdad, nos contó
brevemente un caso que casi en aquel mismo tiempo había ocurrido a unos
caballeros cristianos, el más extraño que jamás sucedió en aquellas partes,
donde a cada paso suceden cosas de gran espanto y admiración.
»Concretamente, él vino a decir que lo que se podía y
debía hacer era que el dinero que se había de dar para rescatar al cristiano,
que se le diese a él para comprar allí en Argel una barca, fingiendo hacerse
mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa; y que, siendo él señor de la
barca, fácilmente se daría traza para sacarlos del patio y embarcarlos a todos.
Además, que si la mora, como ella decía, daba dineros para rescatarlos a todos,
que, estando libres, era muy fácil embarcarse en la mitad del día; y que la
mayor dificultad era que los moros no
consienten que renegado alguno compre ni tenga barca, si no es bajel grande
para ir en corso (139), porque se temen que el que compra barca, principalmente
si es español, no la quiere sino para irse a tierra de cristianos; pero que él
salvaría este inconveniente haciendo que un moro tagarino(141) compartiese con
él la barca y la ganancia de las mercancías, y con esta excusa él vendría a ser
señor de la barca, con que daba por acabado todo lo demás.
»Y, aunque a mí y a mis camaradas nos había parecido
mejor lo de ir por la barca a Mallorca,
como la mora decía, no osamos contradecirle, temerosos de que, si no hacíamos
lo que él decía, nos había de descubrir y poner en peligro de perder las vidas,
si descubriese el trato de Zoraida, por cuya vida diéramos todos las nuestras.
Y así, decidimos ponernos en las manos de Dios y en las del renegado, y en
aquel mismo momento se le respondió a Zoraida, diciéndole que haríamos todo
cuanto nos aconsejaba, porque lo había advertido tan bien como si Lela Marién
se lo hubiera dicho, y que de ella sola dependía dilatar aquel negocio, o
realizarlo enseguida. Me ofrecí de nuevo
ser su esposo, y, con esto, al día siguiente, que estaba el patio sin gente, varias veces, con la caña
y el paño, nos dio dos mil escudos de oro, y un papel donde decía que el primer
jumá, que es el viernes, se iba al
jardín de su padre, y que antes que se fuese nos daría más dinero, y que si
aquello no bastase, que se lo avisásemos, que nos daría cuanto le pidiésemos:
que su padre tenía tanto, que no lo echaría de menos y, además, que ella tenía
la llaves de todo.
»Dimos luego
quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con ochocientos me
rescaté yo, dando el dinero a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba
en Argel, el cual me rescató del rey, prometiéndole que con el primer bajel que
viniese de Valencia pagaría mi rescate; porque si diera enseguida el dinero, levantaría sospechas al rey que hacía
muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el
mercader, por sus granjerías (por su
interés), lo había callado. Finalmente, mi amo era tan desconfiado que de
ninguna manera me atreví a que enseguida se desembolsase el dinero. El jueves
antes del viernes en que la hermosa Zoraida
había de ir al jardín, nos
dio otros mil escudos y nos avisó de su partida, rogándome que, si me
rescatase, buscase enseguida el jardín de su padre, y que en todo caso buscase
ocasión de ir allá y verla. Le respondí en breves palabras que así lo haría, y
que tuviese cuidado de encomendarnos a Lela Marién, con todas aquellas
oraciones que la cautiva le había enseñado.
»Hecho esto, se decidió que los tres compañeros nuestros
se rescatasen, para facilitar la salida del patio, y porque, viéndome a mí
rescatado, y a ellos no, habiendo dinero, no se alborotasen y les persuadiese
el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; que, puesto que el
ser ellos quienes eran me podía asegurar de este temor, con todo eso, no quise
poner el negocio en peligro, y así, los hice rescatar de la misma forma que yo
me rescaté, entregando todo el dinero al mercader, para que, con certeza y
seguridad, pudiese hacer la fianza; al cual nunca descubrimos nuestro trato y
secreto, por el peligro que había.
NOTAS:
134. El Fratin
(frailecillo) era el nombre con el que se conocía al ingeniero italiano Giacome
Peleazzo que era experto en fortificaciones.
135. Debe entenderse
renegado a un traidor o infiel a otro y que se ha pasado a su bando.
136. Que tienen dinero para pagar su libertad.
137. Agi Morato era el renegade y
gobernador de Bata que tenía una hija llamada
Zahara, que casó con Hasán Bajá.
138. La Pata era una Fortaleza que estaba a dos leguas de Orán. El
alcaide era el jefe military de una Fortaleza.
139. Robando como piratas o corsarios.
140. Babazón era la puerta principal de las nueve que tenía Argel
141. Tagarinos eran los
antiguos moriscos, criados entre cristianos viejos, en Castilla y Aragón, por
lo que hablan el árabe y el castellano.
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