miércoles, 7 de febrero de 2018

D. QUIJOTE PARA TODOS



 Capítulo XL. Donde se prosigue la historia del cautivo
         
                      Soneto
Almas dichosas que del mortal velo (del cuerpo)
libres y esentas, por el bien que obrastes, desde la baja tierra os levantastes
a lo más alto y lo mejor del cielo,

y, ardiendo en ira y en honroso celo, de los cuerpos la fuerza ejercitastes,
que en propia y sangre ajena colorastes el mar vecino y arenoso suelo;

primero que el valor faltó la vida
en los cansados brazos, que, muriendo, con ser vencidos, llevan la vitoria.

Y esta vuestra mortal, triste caída
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo fama que el mundo os da, y el cielo gloria.

   De esa misma manera le sé yo —dijo el cautivo.

   Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo —dijo el caballero—, dice así:               

                             Soneto
De entre esta tierra estéril, derribada, destos terrones por el suelo echados, las almas santas de tres mil soldados subieron vivas a mejor morada,

siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados, hasta que, al fin, de pocos y cansados, dieron la vida al filo de la espada.

Y éste es el suelo que continuo ha sido de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.

Mas no más justas de su duro seno habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.
.
No parecieron mal los sonetos, y el cautivo se alegró con las nuevas que de su camarada le dieron; y, prosiguiendo su cuento, dijo:

«Rendidos, pues, la Goleta y el fuerte, los turcos dieron orden de desmantelar la Goleta (quitar los palos), porque el fuerte quedó de tal forma, que no hubo que derribarlo, y para hacerlo con más brevedad y menos trabajo, la minaron por tres partes; pero con ninguna (mina) se pudo volar lo que parecía menos fuerte, que eran las murallas viejas; y todo aquello que había quedado en pie de la fortificación nueva que había hecho el Fratín (134), se  derrbó con mucha facilidad.  En resolución, la armada volvió a Constantinopla, triunfante y vencedora: y de allí a pocos meses murió mi amo el Uchalí, al cual llamaban Uchalí Fartax, que quiere decir, en lengua turquesca, el renegado tiñoso, porque lo era; y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna falta que tengan, o de alguna virtud que en ellos haya. Y esto es porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos , que decienden de la casa Otomana, y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya de los defectos del cuerpo o de las virtudes del alma Y este Tiñoso bogó el remo, siendo esclavo del Gran Señor, catorce años, y cuando tenía más de los treinta y cuatro de  edad renegó, de despecho de que un turco, estando al remo, le dio un bofetón, y por poderse vengar dejó su fe; y fue tanto su valor que, sin subir por los torpes medios y caminos (la sodomía) que los más privados del Gran Turco suben, vino a ser rey de Argel, y después, a ser general del  mar, que es el tercer cargo que hay en aquel señorío. Era calabrés de nación, y moralmente fue un hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos, que llegó a tener tres mil, los cuales, después de su muerte, se repartieron, como él lo dejó en su testamento, entre el Gran Señor (que también es hijo heredero de todos los que mueren, y entra en el reparto con los  hijos que deja el difunto) y entre sus renegados ; y yo conocí  a un renegado veneciano que, siendo grumete de una nave, le cautivó el Uchalí, y le quiso tanto, que fue uno de los más regalados garzones suyos (amantes), que  llegó a ser el más cruel renegado (135) que jamás se ha visto. Se llamaba Azán Agá, y llegó a ser muy rico, y a ser rey de Argel; con el cual yo vine de Constantinopla, algo contento, por estar tan cerca de España, no porque pensase escribir a nadie mis desdichas, sino por ver si me era más favorable la suerte en Argel que en Constantinopla, donde ya había probado mil maneras de huir, y ninguna tuvo éxito; y pensaba en Argel buscar otros medios de alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamás perdí la esperanza de tener libertad; pero todo lo que planeaba, pensaba y hacía no tenía éxito, aún así no me desanimaba y pensaba otra forma para no perder la esperanza,   aunque fuese débil  y poco posible.

»Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman baño, donde encierran a los cautivos cristianos, tanto a los que son del rey como a los de algunos particulares; y los que llaman del almacén, que es como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy difícil su libertad, porque al no tener amo  particular, no hay con quien tratar su rescate, aunque le tengan (el dinero para pagarlo). En estos baños, como tengo dicho, suelen llevar a sus cautivos algunos particulares del pueblo, principalmente cuando son de rescate (136), porque allí los tienen descansados y seguros hasta que venga su rescate. También los cautivos del rey que son de rescate no salen al trabajo con la demás chusma, si no es cuando su rescate tarda; que entonces, por obligarles a que lo pidan,  les hacen trabajar e ir por leña con los demás, que es un  trabajo duro.

»Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo que era capitán, aunque dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no me sirvió de nada para evitar que  me pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. Me pusieron una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella; y así, pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y, aunque el hambre y la desnudez pudiera agobiarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos agobiaba tanto como oír y ver, a cada paso, las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo,(el correspondiente a ese día), empalaba a otro, desorejaba a uno más; y esto, por ningún motivo, sino que los turcos decían que lo hacía por el gusto de hacerlo, y por ser de natural condición  homicida de todo el género humano. Sólo escapó bien con él un soldado español, llamado tal de Saavedra ( el propio Cervantes), el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y, por la menor cosa de muchas que hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque no tenemos tiempo, yo diría ahora algo de lo que este soldado hizo, que os entretendría y admiraría mucho más que   que  el cuento de mi historia.

»Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las ventanas de la casa de un moro rico y principal, las cuales, como de ordinario son las de los moros, más eran agujeros que ventanas, y aun éstas se cubrían con celosías muy espesas y apretadas. Acaeció, pues, que un día, estando en un terrado(azotea) de nuestra prisión con otros tres compañeros, haciendo pruebas de saltar con las cadenas, por entretener el tiempo, estando solos, porque todos los demás cristianos habían salido a trabajar, alcé por casualidad los ojos y vi que por aquellas cerradas ventanillas que he dicho asomaba una caña, y al final de ella había un lienzo atado, y la caña se estaba balanceando y moviéndose, como si hiciera señas  para que la cogiéramos. Nos dimos cuenta de ello, y uno de los que estaban conmigo se puso debajo de la caña, parar ver si la soltaban, o lo que hacían; pero, al llegar a ella, alzaron la caña y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióe el cristiano, y volvieron bajarla y hacer los mismos movimientos que antes. Fue otro de mis compañeros, y le sucedió lo mismo que al primero. Finalmente, fue el tercero y le ocurrió lo que al primero y al segundo. Viendo yo esto, no quise dejar de probar suerte, y, cuando me puse debajo de la caña, la dejaron caer, y cayó a mis pies dentro del patio. Acudí  a desatar el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro de él venían diez cianíis, que son unas monedas de oro bajo ( de pocos quilates) que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros. Que me alegré  del  hallazgo, no hay ni que decirlo, pues fue tanto el contento como la admiración de pensar de donde podía venirnos aquel bien, especialmente a mí, pues las muestras de no haber querido soltar la caña sino a mí  decían claramente que para mí era el favor. Tomé mi buen dinero, quebré la caña, volví al terradillo, miré la ventana, y vi que por ella salía una muy blanca mano, que la abría y cerraba muy aprisa. Con esto entendimos, o imaginamos, que alguna mujer que en aquella casa vivía nos debía de haber hecho aquel beneficio; y, en señal de agradecimiento, hicimos zalemas (reverencias) al uso de los moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. Al poco tiempo sacaron por la misma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron a entrar. Esta señal nos confirmó  que alguna cristiana debía de estar cautiva en aquella casa, y era la que nos hacía el favor; pero la blancura de la mano, y las pulseras que vimos, nos hizo cambiar de opinion,  puesto que imaginamos que debía de ser cristiana renegada, a quien de ordinario suelen tomar por legítimas mujeres sus mismos amos, y aun se sienten afortunadas, porque las estiman más que a las de su nación.

»Pero nuestrros pensamientos estaban muy lejos de la verdad; y así, todo nuestro entretenimiento desde entonces era mirar a la ventana donde nos había aparecido la estrella de la caña; pero  pasaron quince días en que ni vimos la caña, ni la mano, ni ninguna otra señal. Y, aunque en este tiempo procuramos con mucho interés saber quién vivía en aquella casa , y si había en ella alguna cristiana renegada, jamás nadie nos dijo nada más  que allí vivía un moro principal y rico, llamado Agi Morato(137), que había sido alcaide  de La Pata(138), que es oficio muy importante entre ellos.  Pero, cuando ya no pensábamos que por allí habían de llover más cianíis, vimos a deshora aparecer la caña, y otro lienzo en ella, con otro nudo más crecido; y esto fue cuando estabábamos en el patio, como la otra vez,  solos y sin gente. Hicimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estábamos, pero a ninguno se rindió la caña sino a mí, porque, en llegando yo, la dejaron caer. Desaté el nudo, y hallé cuarenta escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al final de lo escrito dibujada una cruz grande. Besé la cruz, tomé los escudos, volví al terrado, hicimos todos nuestras zalemas, volvió a aparecer la mano, hice señas que leería el papel y cerraron la ventana. Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido; y, como ninguno de nosotros entendía el arábigo, era mucho el deseo que teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese.

                                                                                                                                                                     

» Al fin, yo  decidí  fiarme de un renegado, natural de Murcia, que se había hecho gran amigo mío, y prometimos entre los dos que guardaría cualquier secreto que le confiase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volver a tierra de cristianos, llevar algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la forma que pueden, que el tal renegado es hombre de bien, y que siempre ha hecho bien a los cristianos, y que tiene deseo de fugarse en la primera ocasión que se le presente. Algunos hay que procuran estas fees (certificados) con buena intención, otros se sirven de ellas con malicia  viniendo a robar a tierra de cristianos y si se pierden o los hacen prisioneros, sacan sus firmas y dicen que por aquellos papeles se verá el propósito con que venían, el cual era  quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso(138) con los demás turcos. Con esto se libran de la detención y se reconcilian con la Iglesia, sin que se les haga daño; y, cuando tienen ocasión, se vuelven a Berbería a ser lo que antes eran. Otros hay que usan estos papeles, y los piden, con buena intención, y se quedan en tierra de cristianos.

»Pues uno de los renegados que he dicho era este mi amigo, el cual tenía firmas de todos nuestros camaradas, donde le dábamos los mejores informes; y si los moros le encontraban estos papeles, le quemaban vivo. Supe que sabía muy bien arábigo, y no solamente hablarlo, sino escribirlo; pero, antes que del todo me confiara a él, le dije que me leyese aquel papel, que por casualidad me había encontrado en un agujero de mi rancho (celda). Lo abrió, y estuvo un buen rato mirándolo y leyéndolo, murmurando entre los dientes.Le pregunté si lo entendía; me dijo que muy bien, y, que si quería que me lo escribiese palabra por palabra, que le diese tinta y pluma, para hacerlo mejor.
Le dímos enseguida lo que pedía, y él poco a poco lo fue traduciendo; y, cuando acabó  dijo: ''Todo lo que va aquí en romance (castellano), sin faltar letra, es lo que contiene este papel morisco; y teneis que entender que donde dice Lela Marién quiere decir Nuestra Señora la Virgen María''.

»Leímos el papel, y decía así:

          Cuando yo era niña, tenía mi padre una esclava, la cual en mi lengua me mostró la zalá (oraciones) cristianesca, y me dijo muchas cosas de Lela Marién. La cristiana murió, y yo sé que no fue al fuego (infierno), sino con Alá, porque después la vi dos veces, y me dijo que me fuese a tierra de cristianos a ver a Lela Marién, que me quería mucho. No sé yo cómo vaya: muchos cristianos he visto por esta ventana, y ninguno me ha parecido caballero sino tú. Yo soy muy hermosa y muchacha (virgen), y tengo muchos dineros que llevar conmigo: mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, y serás allá mi marido, si quisieres, y si no quisieres, no me preocuparé, que Lela Marién me dará con quien me case. Yo escribí esto; mira a quién lo das a leer: no te fíes de ningún moro, porque son todos marfuces (traidores). De esto tengo mucha pena: que quisiera que no te descubrieras a nadie, porque si mi padre lo sabe, me echará enseguida en un pozo, y me cubrirá de piedras. En la caña pondré un hilo: ata allí la respuesta; y si no tienes quien te escriba arábigo, dímelo por señas, que Lela Marién hará que te entienda.
Ella y Alá te guarden, y esa cruz que yo beso muchas veces; que así me lo mandó la cautiva.

»Mirad, señores, si no era normal que las razones de este papel nos admirasen y alegrasen. Y, por esto, el renegado entendió que no por casualidad se había encontrado aquel papel, sino que realmente se había escrito para uno de  nosotros; y así, nos rogó que si era verdad lo que sospechaba, que nos fiásemos de él y se lo dijésemos, que él arriesgaría su vida por nuestra libertad. Y, diciendo esto, sacó del pecho un crucifijo de metal, y con muchas lágrimas juró por el Dios que aquella imagen representaba, en quien él, aunque pecador y malo, bien y fielmente creía, de guardarnos lealtad y secreto en todo cuanto quisiésemos descubrirle, porque le parecía, y casi adivinaba que, por medio de aquella que aquel papel había escrito, iba él y todos nosotros a conseguir la  libertad, y verse él en lo que tanto deseaba, que era dedicarse a servir a la Santa Iglesia, su madre, de quien como miembro podrido estaba alejado y apartado por su ignorancia y pecado.

»Con tantas lágrimas y con muestras de tanto arrepentimiento dijo esto el renegado, que todos decidimos contarle toda la verdad del caso; y así, le dimos cuenta de todo, sin ocultarle nada. Le enseñamos la ventanilla por donde aparecía la caña, y él localizó por ella  la casa, y quedó en tener especial y gran cuidado de informarse quién vivía en ella . Acordamos, asimismo, que sería bueno responder a la carta de la mora; y, como teníamos quien lo supiese hacer, al momento el renegado escribió las razones que yo le fui diciendo, que puntualmente fueron las que diré, porque de todas las cosas principales que en este suceso me acontecieron, ninguna se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tenga vida.

»Efectivamente, lo que a la mora se le respondió fue esto:

          El verdadero Alá te guarde, señora mía, y aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de Dios y es la que te ha puesto en el corazón que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere bien. Ruégale tú que se sirva de darte a entender cómo podrás poner por obra lo que te manda, que ella es tan buena que lo hará. De mi parte y de la de todos estos cristianos que están conmigo, te ofrezco de hacer por ti todo lo que pudiéremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares hacer, que yo te responderé siempre; que el grande Alá nos ha dado un cristiano cautivo que sabe hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verás por este papel. Así que, sin tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que quisieres. A lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo te lo prometo como buen cristiano; y has de saber que los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los moros. Alá y Marién, su madre, te guarden, señora mía.

»Escrito y cerrado este papel, aguardé dos días a que estuviese el patio solo, como solía, y luego salí al sitio acostumbrado del terradillo, por ver si la caña aparecía, que no tardó mucho en asomar. Así como la vi, aunque no podía ver quién la ponía, mostré el papel, como dando a entender que pusiesen el hilo, pero ya venía puesto en la caña, al cual até el papel, y de allí a poco tornó a parecer nuestra estrella, con la blanca bandera de paz del atadillo. La dejaron caer, y yo la cogí, y encontré  en el paño, en varios tipos de moneda  de plata y de oro, más de cincuenta escudos, los cuales cincuenta veces más doblaron nuestro contento y confirmaron la esperanza de tener libertad.

»Aquella misma noche volvió nuestro renegado, y nos dijo que había sabido que en aquella casa vivía el mismo moro que a nosotros nos habían dicho que se llamaba Agi Morato, inmensamente rico, el cual tenía una sola hija, heredera de toda su hacienda, y que tenía fama en toda la ciudad de ser la más hermosa mujer de la Berbería; y que muchos de los virreyes que allí venían la habían pedido por mujer, y que ella nunca se había querido casar; y que también supo que tuvo una cristiana cautiva, que ya se había muerto; todo lo cual estaba de acuerdo con lo que venía en el papel. Nos reunimos con el renegado, para pensar como íbamos a sacar a la mora y  venirnos todos a tierra de cristianos, y, en fin, acordamos esperar  el segundo  aviso de Zoraida, que así se llamaba la que ahora quiere llamarse María; porque bien vimos que ella, y no otra alguna, era la que había de proponer la forma para salir de todas aquellas dificultades. Después que quedamos en esto, dijo el renegado que no tuviésemos pena, que él perdería la vida o nos pondría en libertad.

»Cuatro días estuvo el patio con gente, los mismos que tardó en aparecer la caña; al cabo de los cuales, en la acostumbrada soledad del patio, apareció con el lienzo tan preñado, que un felicísimo parto prometía. Inclinóse a mí la caña y el lienzo, hallé en él otro papel y cien escudos de oro, sin otra moneda alguna. Estaba allí el renegado, le dimos a leer el papel dentro de nuestro celda, el cual dijo que así decía:

          Yo no sé, mi señor, cómo hacer para  que nos vayamos a España, ni Lela Marién me lo ha dicho, aunque yo se lo he preguntado. Lo que se podrá hacer es que yo os daré por esta ventana muchísimos dineros de oro: rescataos vos con ellos y vuestros amigos, y vaya uno a tierra de cristianos, y compre allá una barca y vuelva por los demás; y a mí me hallarán en el jardín de mi padre, que está a la puerta de Babazón (140), junto a la marina, donde tengo que estar todo este verano con mi padre y con mis criados. De allí, de noche, me podréis sacar sin miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que vaya por la barca, rescátate tú y ve, que yo sé que volverás mejor que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura conocer el jardín, y cuando pasees por ahí sabré que está solo el patio, y te daré mucho dinero. Alá te guarde, señor mío.

»Esto decía y contenía el segundo papel. Lo cual visto por todos, cada uno se ofreció a querer ser el rescatado, prometiendo  ir y volver con toda puntualidad, y también yo me ofrecí a lo mismo; a todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que de ninguna manera consentiría que ninguno saliese en libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le había  demostrado lo mal que cumplían los libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habían usado  aquel remedio algunos principales cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca habían vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor de volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo. Y, para confirmar que nos decía la verdad,  nos contó brevemente un caso que casi en aquel mismo tiempo había ocurrido a unos caballeros cristianos, el más extraño que jamás sucedió en aquellas partes, donde a cada paso suceden cosas de gran espanto y admiración.

»Concretamente, él vino a decir que lo que se podía y debía hacer era que el dinero que se había de dar para rescatar al cristiano, que se le diese a él para comprar allí en Argel una barca, fingiendo hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa; y que, siendo él señor de la barca, fácilmente se daría traza para sacarlos del patio y embarcarlos a todos. Además, que si la mora, como ella decía, daba dineros para rescatarlos a todos, que, estando libres, era muy fácil embarcarse en la mitad del día; y que la mayor dificultad  era que los moros no consienten que renegado alguno compre ni tenga barca, si no es bajel grande para ir en corso (139), porque se temen que el que compra barca, principalmente si es español, no la quiere sino para irse a tierra de cristianos; pero que él salvaría este inconveniente haciendo que un moro tagarino(141) compartiese con él la barca y la ganancia de las mercancías, y con esta excusa él vendría a ser señor de la barca, con que daba por acabado todo lo demás.

»Y, aunque a mí y a mis camaradas nos había parecido mejor lo de ir por  la barca a Mallorca, como la mora decía, no osamos contradecirle, temerosos de que, si no hacíamos lo que él decía, nos había de descubrir y poner en peligro de perder las vidas, si descubriese el trato de Zoraida, por cuya vida diéramos todos las nuestras. Y así, decidimos ponernos en las manos de Dios y en las del renegado, y en aquel mismo momento se le respondió a Zoraida, diciéndole que haríamos todo cuanto nos aconsejaba, porque lo había advertido tan bien como si Lela Marién se lo hubiera dicho, y que de ella sola dependía dilatar aquel negocio, o realizarlo enseguida. Me ofrecí de nuevo  ser su esposo, y, con esto, al día siguiente, que estaba  el patio sin gente, varias veces, con la caña y el paño, nos dio dos mil escudos de oro, y un papel donde decía que el primer jumá,  que es el viernes, se iba al jardín de su padre, y que antes que se fuese nos daría más dinero, y que si aquello no bastase, que se lo avisásemos, que nos daría cuanto le pidiésemos: que su padre tenía tanto, que no lo echaría de menos y, además, que ella tenía la llaves de todo.

»Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con ochocientos me rescaté yo, dando el dinero a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey, prometiéndole que con el primer bajel que viniese de Valencia pagaría mi rescate; porque si diera enseguida  el dinero, levantaría sospechas al rey que hacía muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader, por sus granjerías (por su interés), lo había callado. Finalmente, mi amo era tan desconfiado que de ninguna manera me atreví a que enseguida se desembolsase el dinero. El jueves antes del viernes en que la hermosa Zoraida  había de ir al jardín, nos dio otros mil escudos y nos avisó de su partida, rogándome que, si me rescatase, buscase enseguida el jardín de su padre, y que en todo caso buscase ocasión de ir allá y verla. Le respondí en breves palabras que así lo haría, y que tuviese cuidado de encomendarnos a Lela Marién, con todas aquellas oraciones que la cautiva le había enseñado.

»Hecho esto, se decidió que los tres compañeros nuestros se rescatasen, para facilitar la salida del patio, y porque, viéndome a mí rescatado, y a ellos no, habiendo dinero, no se alborotasen y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; que, puesto que el ser ellos quienes eran me podía asegurar de este temor, con todo eso, no quise poner el negocio en peligro, y así, los hice rescatar de la misma forma que yo me rescaté, entregando todo el dinero al mercader, para que, con certeza y seguridad, pudiese hacer la fianza; al cual nunca descubrimos nuestro trato y secreto, por el peligro que había.



NOTAS:

134. El Fratin (frailecillo) era el nombre con el que se conocía al ingeniero italiano Giacome Peleazzo que era experto en fortificaciones. 

135. Debe entenderse renegado a un traidor o infiel a otro y que se ha pasado a su bando.

136. Que tienen dinero para pagar su libertad.

137. Agi Morato era el renegade  y gobernador de Bata que tenía una hija llamada  Zahara,  que casó con Hasán Bajá.

138. La Pata era una Fortaleza que estaba a dos leguas de Orán. El alcaide era el jefe military de una Fortaleza.

139. Robando como piratas o corsarios.

140. Babazón era la puerta principal de las nueve que tenía  Argel

141. Tagarinos eran los antiguos moriscos, criados entre cristianos viejos, en Castilla y Aragón, por lo que hablan el árabe y el castellano.
 
                                                                                                                                                    


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