miércoles, 29 de noviembre de 2017

D. QUIJOTE PARA TODOS



Capítulo XXXI. De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos







   Todo eso me gusta; sigue adelante —dijo don Quijote—. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la encontraste ensartando perlas, o bordando alguna empresa (divisa,emblema) con hilo de oro para este su cautivo caballero.



   No la encontré —respondió Sancho— sino cribando dos fanegas de trigo en un corral de su casa.



   Pues haz cuenta —dijo don Quijote— que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal, o trechel? (78)



   No era sino rubión —respondió Sancho.



   Pues yo te aseguro —dijo don Quijote— que, cribado por sus manos, hará pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta,

¿la besó? ¿se la puso sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo? (79)



   Cuando yo se la iba a dar —respondió Sancho—, ella estaba moviendo la criba con mucha fuerza, y  me dijo: ''Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de cribar todo lo que aquí está''.



   ¡Discreta señora! —dijo don Quijote—. Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su menester,

¿qué habló contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero ni el más pequeño detalle.



Ella no me preguntó nada —dijo Sancho—, pero yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba,(80) metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles (en el suelo), sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.



   En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal —dijo don Quijote—, porque antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.



   Tan alta es —respondió Sancho—, que a buena fe que me lleva a mí más de medio palmo.



   Pues, ¿cómo, Sancho? —dijo don Quijote—. ¿Te mediste con ella?

    Me medí de esta manera —respondió Sancho—: que, llegándole a ayudar a poner un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que me di cuenta que me llevaba más de un  palmo.



   ¡Es verdad —replicó don Quijote— que su linaje no es alto, pero ella lo enaltece con mil millones y gracias del alma! (81) Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo,(82) una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a darle nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún habilidoso  guantero? (83)



   Lo que sé decir —dijo Sancho— es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo grasienta.



   No sería eso —respondió don Quijote—, sino que tú debías de estar romadizado (acatarrado), o te debiste  oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar disuelto.



   Todo puede ser —respondió Sancho—, que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced  la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro (84).



   Y bien —prosiguió don Quijote—, ya acabó de limpiar su trigo y de enviarlo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta?



 ─   La carta —dijo Sancho— no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir; antes, la rasgó y la partió en trozos muy pequeños, diciendo que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y se pusiese enseguida en camino del Toboso, si otra cosa de más importancia no le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Se rió mucho cuando le dije que vuestra merced  se llamaba el Caballero de la Triste Figura. Le  pregunté si había ido allá el vizcaíno de marras; me dijo que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes, pero me dijo que no había visto ninguno hasta entonces.



     ─ Todo va bien hasta ahora —dijo don Quijote—. Pero dime: ¿qué joya fue la que te dio, al despedirte, por las noticias que de mí le llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan noticias, de sus damas a ellos, o a ellas de sus andantes, alguna rica joya como regalo, en agradecimiento de su recado.



   Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió de ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por la valla de un corral, cuando de ella me despedí; y, por más señas, el queso era ovejuno.



─ Ella es muy generosa —dijo don Quijote—, y si no te dio joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría  a  mano para dártela; pero buenas son mangas después de Pascua (85): yo hablaré con ella, y se remediará todo. ¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y viniste por los aires, pues has tardado en ir y venir desde aquí al Toboso poco más de tres días, habiendo de aquí allá más de treinta leguas; por lo cual  pienso que aquel sabio nigromante  (mago) que cuida de mis cosas y es mi amigo (porque por fuerza le hay, y le ha de haber, so pena que yo no sería buen caballero andante); digo que este tal te debió ayudar a caminar, sin que tú lo notases; que hay sabio de éstos que coge a un caballero andante durmiendo en su cama, y, sin saber cómo o en qué manera, amanece al otro día a más de mil leguas de donde anocheció. Y si no fuese por esto, no se podrían socorrer en sus peligros los caballeros andantes unos a otros, como se socorren a cada paso. Que puede ocurrir que esté uno peleando en las sierras de Armenia con algún endriago (dragon), o con algún fiero vestiglo (monstruo), o con otro caballero, y está perdiendo la batalla y  a punto de morir, y cuando menos esperaba, asoma a  lo lejos, encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y por la noche está de nuevo en su casa, cenando tranquilamente; y suele haber de la una a la otra parte dos o tres mil leguas. Y todo esto se hace por ingenio y sabiduría de estos sabios encantadores que tienen cuidado de estos valerosos caballeros. Así que, amigo Sancho, no se me hace dificil  creer que en tan poco tiempo hayas ido y venido desde este lugar al del Toboso, pues, como te he dicho, algún sabio amigo te debió de llevar en volandillas, sin que tú lo notases.



   Así sería —dijo Sancho—; porque a buena fe que andaba Rocinante como si fuera asno de gitano con azogue (mercurio) en los oídos. (86)



   Y ¡cómo si llevaba azogue! —dijo don Quijote—, y aun una legión de demonios, que es gente que camina y hace caminar, sin cansarse, todo aquello que se les antoja. Pero, dejando esto aparte, ¿qué te parece a ti que debo yo  hacer ahora sobre lo que mi señora me manda que la vaya a ver?; que, aunque yo veo que estoy obligado a cumplir su mandamiento, me veo también imposibilitado por el favor que he prometido a la princesa que con nosotros viene, y la ley de caballería me obliga a cumplir mi palabra antes que mi gusto. Por una parte, me anima y me empuja el deseo de ver a mi señora; por otra, me excita y llama la prometida fe y la gloria que he de alcanzar en esta empresa. Pero lo que pienso hacer será caminar deprisa y llegar pronto donde está ese gigante, y, en llegando, le cortaré la cabeza, y pondré a la princesa pacíficamente en su estado, y al instante daré la vuelta a ver a la luz que mis sentidos alumbra, a la cual daré tales disculpas que ella tendrá por buena mi tardanza, pues verá que todo aumentará su gloria y fama pues toda la que  yo he conseguido, consigo y llegue a conseguir por las armas en esta vida, toda me viene del valor que ella me da y de la suerte de ser yo suyo.



   ¡Ay —dijo Sancho—, y que mal está vuestra merced  de esos cascos! Pues dígame, señor: ¿piensa vuestra merced andar este camino en balde, y dejar pasar y perder  tan rico y tan principal casamiento como éste, donde le dan en dote un reino, que de buena tinta he oído decir que tiene más de veinte mil leguas de contorno, y que tiene en abundancia todas las cosas que son necesarias para el sustento de la vida humana, y que es mayor que Portugal y que Castilla juntos? Calle, por amor de Dios, y se avergüence de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdóneme, y cásese enseguida en el primer lugar que haya cura; y si no, ahí está nuestro licenciado, que lo hará de perlas. Y advierta que ya tengo edad para dar consejos, y que este que le doy le viene al pelo, y que más vale pájaro en mano que buitre volando (87), porque quien bien tiene y mal escoge, por mal  que le venga no se enoje.(88)



   Mira, Sancho —respondió don Quijote—: si el consejo que me das de que me case es porque sea luego rey, en matando al gigante, y tenga fácil hacerte favores y darte lo prometido, te  hago saber que sin casarme podré cumplir tu deseo muy fácilmente, porque yo sacaré de adahala, (gratificación)  antes de entrar en la batalla, que, saliendo vencedor de ella, ya que no me caso, me han de dar una parte del reino, para que la pueda dar a quien yo quiera; y, en dándomela, ¿a quién quieres tú que la dé sino a ti?



   Eso está claro —respondió Sancho—, pero mire vuestra merced que la escoja en la costa, porque, si no me gusta  el lugar, pueda embarcar mis negros vasallos y hacer de  ellos lo que ya he dicho (capítulo XXIX). Y vuestra merced no se preocupe  ahora de ir a ver a mi señora Dulcinea, sino váyase a matar al gigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que presiento que ha de ser de mucha honra y de mucho provecho.



   Te dígo, Sancho —dijo don Quijote—, que estás en lo cierto, y que voy a aceptar tu consejo de  ir antes con la princesa que a ver a Dulcinea. Y  te ruego que no digas nada a nadie, ni a los que con nosotros vienen, de lo que aquí hemos hablado y tratado; que, pues Dulcinea es tan recatada que no quiere que se sepan sus pensamientos, no está bien que yo, ni otro por mí, los descubra.



   Pues si eso es así —dijo Sancho—, ¿cómo hace vuestra merced que todos los que vence por su brazo se vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendo esto señal que la quiere bien y que es su enamorado? Y, siendo forzoso que los que vayan se han de ir a hincar de rodillas ante su presencia, y decir que van de parte de vuestra merced a rendirle obediencia,

¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de ambos?



— ¡Oh, qué necio y qué simple que eres! —dijo don Quijote—. ¿Tú no ves, Sancho, que todo eso todo hace que su fama y belleza sean más conocidas y respetadas? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es mucho honor para una dama tener muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que piensen en otra cosa que en servirla, por ser ella quien es, sin esperar otro premio que el ser aceptados por ella como sus caballeros.



   Con esa forma de amor —dijo Sancho— he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena. Aunque yo le querría amar  en todo lo que  pudiese..





¡Válgate el diablo por villano —dijo don Quijote—, y qué de discreciones dices a  veces! No parece sino que has estudiado.



   Pues a fe mía que no sé leer —respondió Sancho.



          En esto, maese Nicolás les dijo a voces que esperasen un poco porque querían detenerse a beber agua de una fuentecilla que allí había. Se detuvo don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temía que le cogiese su amo en las mentiras; porque, aunque que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida.



          Durante este tiempo Cardenio se puso  la ropa que Dorotea vestía cuando la encontraron, que, aunque no era muy buena, era mucho mejor que la que él tenía. Se apearonse junto a la fuente, y con lo que el cura sacó de la venta saciaron algo  la mucha hambre que todos tenían

.

Estando en esto, acertó a pasar por allí un muchacho que iba de camino, el cual, poniéndose a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban, de pronto arremetió a don Quijote, y, abrazándole por las piernas, comenzó a llorar muy a propósito, diciendo:



  ¡Ay, señor mío! ¿No me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que yo soy aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado. Lo reconoció don Quijote, y, asiéndole por la mano, se volvió a los que allí estaban y dijo:



Para  que vean vuestras mercedes la importacia de que haya caballeros andantes en el mundo, que deshagan los daños y agravios que en él se hacen por los insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestras mercedes que los días pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos y unas voces muy lastimosas, como de persona afligida y menesterosa; acudí enseguida, para cumplir con mi obligación, hacia la parte donde me pareció que las lamentables voces sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho que ahora está delante (de lo que me alegro en el alma, porque será testigo que no me dejará mentir en nada); digo que estaba atado a la encina, desnudo de medio cuerpo arriba, y le estaba hiriendo a azotes con las riendas de una yegua un villano, que después supe que era amo suyo; y, así como yo le vi, le pregunté la causa de tan atroz paliza; respondió el zafio que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía eran más robos que torpeza ; a lo cual este niño dijo: ''Señor,  me azota  porque le pido mi salario''. El amo replicó no sé qué arengas y disculpas, que, aunque,las escuché, no las admití. En resolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al villano de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun sahumados (al contado y con propina). ¿No es verdad todo esto, hijo Andrés? ¿No notaste con cuánto imperio se lo mandé, y con cuánta humildad prometió hacer todo cuanto yo le impuse, y exigí que hiciera? Responde; no te turbes ni dudes en nada: di lo que pasó a estos señores, para que se vea y considere la importancia de que existan caballeros andantes por los caminos.



  Todo lo que vuestra merced ha dicho es verdad —respondió el muchacho—, pero el fin del trato sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina.



  ¿Cómo al revés? —replicó don Quijote—; entonces, ¿no te pagó el villano?



  No sólo no me pagó —respondió el muchacho—, sino que cuando vuestra merced salió del bosque y nos quedamos solos, me volvió a atar a la misma encina, y me dio de nuevo tantos azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado; (89) y, a cada azote que me daba, decía un chiste haciendo burla de vuestra merced, que, si no fuera por el dolor que sentía, yo mismo me hubiera reido de lo que decía. En fin: él me dejó de tal manera, que hasta ahora he

estado curándome en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual tiene vuestra merced la culpa, porque si hubiera seguido su camino, en lugar de ir donde no le llamaban, ni se entremetiera en asuntos ajenos ajenos, mi amo se hubier contentado  con darme una o dos docenas de azotes y después me hubiera soltado y pagado lo que me debía. Pero, como vuestra merced le deshonró sin motivo y le dijo tantas villanías, se encolerizó, y, como no se pudo vengar en vuestra merced, cuando se vio solo descargó sobre mí el nublado, de modo que me parece que no seré más hombre en toda mi vida.



 — El fallo estuvo —dijo don Quijote— en irme yo de allí; que no me tenía que haber ido hasta que te hubiera pagadoo, porque bien debía yo de saber, por experiencia que no hay villano que guarde palabra , si ve que no le conviene.. Pero ya te acordarás, Andrés, que yo juré que si no te pagaba, que había de ir a buscarle, y que le encontraríar, aunque se escondiese en el vientre de la ballena. (90)



  Así es la verdad —dijo Andrés—, pero no aprovechó nada.



  Ahora verás si aprovecha —dijo don Quijote.



Y, diciendo esto, se levantó muy de prisa y mandó a Sancho que ensillase y preparase a Rocinante, que estaba paciendo en tanto que ellos comían.



          Le preguntó Dorotea qué era lo que quería  hacer. Él le respondió que quería ir a buscar al villano y castigarle de tan manera, que le pagara a Andrés hasta el ultimo maravedí.. A lo que ella respondió que recordara que no podía, conforme al favor prometido, entremeterse en ninguna empresa hasta acabar la suya; y que, pues esto sabía él mejor que otro alguno, que sosegase el pecho hasta la vuelta de su reino.



  Así es verdad —respondió don Quijote—, y es necesario que Andrés tenga paciencia hasta la vuelta, como vos, señora, decís; que yo le vuelvo a jurar y a prometer que no he de parar hasta haberle vengado y reciba su salario.



  No me creo esos juramentos —dijo Andrés—; mejor quisiera tener ahora con qué llegar a Sevilla que todas las venganzas del mundo: déme, si tiene ahí, algo que coma y lleve, y quédese con Dios su merced y todos los caballeros andantes; que tan bien andantes sean ellos para consigo como lo han sido para conmigo.



Sacó  Sancho de su repuesto (de las sobras del día anterior) un pedazo de pan y otro de queso, y, dándoselo al mozo, le dijo:



  Tomad, hermano Andrés, que a todos nos alcanza parte de vuestra desgracia.

   Pues, ¿qué parte os alcanza a vos? —preguntó Andrés.



  Esta parte de queso y pan que os doy —respondió Sancho—, que Dios sabe si me ha de hacer falta o no; porque os hago saber, amigo, que los escuderos de los caballeros andantes estamos sujetos a mucha hambre y a mala ventura, y aun a otras cosas que se sienten mejor que se dicen.



Andrés cogió el pan y el queso, y, viendo que nadie le daba otra cosa, bajó su cabeza y se marchó. Bien es verdad que, al partir, dijo a don Quijote:



  Por amor de Dios, señor caballero andante,  si otra vez me encuentra, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia; que no será tanta, que  la que me vendrá a causa de su ayuda , a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.



Se iba a levantar  don Quijote para castigarle, pero él echó a correr de modo que ninguno se atrevió a seguirle. Quedó muy avergonzado don Quijote del cuento de Andrés, y fue menester que los demás tuviesen mucho cuidado y no reírse, para no acabarle de avergonzar del todo.











NOTAS.





78. Candeal es el que produce la harina más blanca; Trechel el que se siembra en primavera, de mucho peso y rentabilidad; rubión tiene el grano más dorado, pero su harina es más oscura.



79. El ponerse la carta en la cabeza era señal de respeto.



80. Aquí lo presenta desnudo de la cintura para arriba; pero en el capítulo XXVI, lo presenta de cintura para abajo desnudo.



81. Se refiere a mil millones de virtudes.
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82..De Sabá, región de Arabia famosa por su incienso y sus perfumes.

83. Debido a que los guantes se perfumaban con ámbar.


84. Se utiliza este refrán cuando confundimos a una persona con otra.

85. Se dice cuando lo que deseamos se cumple después de  lo que esperábamos

86. Mercurio. Los gitanos se los solían poner a los asnos en los oídos para que estuvieran más derechos y  así poderlos vender mejor.

87. Este refrán sale de la caza, porque si se suelta al halcón, donde hay buitres, estos se lo pueden comer.

88. Quien bien tiene y mal escoge, por mal que le venga no se enoje.

90. Fue enviado al martirio por el rey Astiages de Armenia, hermano del rey Polimio al que san Bartolomé convirtió al cristianismo. Los sacerdotes de los templos paganos se quedaron sin feligreses, por lo que protestaron ante Astiages que llamó a Bartolomé y le ordenó que adorase a sus dioses. Al negarse éste, el rey ordenó que fuera desollado vivo hasta que renunciase a su Dios o muriese.

91. Se refiere al relato bíblico de Jonás, que estuvo tres días en el vientre de una ballena.





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