miércoles, 25 de octubre de 2017

D. QUIJOTE PARA TODOS.



Capítulo XXVI. Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don Quijote en Sierra Morena


          Y, volviendo a contar lo que hizo el de la Triste Figura después que se vio solo, dice la historia que, así como don Quijote acabó de dar las volteretas de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre lo alto de una peña elevada y allí volvió a pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin haber jamás resuelto hacerlo. Y era si sería mejor imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólica. Y, hablando consigo mismo, decía: — Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿a quien puiede extrañar?, pues estaba encantado y no le podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blanca (muy barato) por la planta del pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de hierro. Aunque de poco le sirvió con Bernardo del Carpio, que se las ingenió para ahogarle entre sus brazos en Roncesvalles.
Pero dejando aparte lo de su valentía, no olvidemos lo de perder el juicio, que es cierto que lo perdió por las señales que encontró en la fuente y porque el pastor le dijo que Angélica había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos rizados que era paje de Agramante; y si él creyó que esto era cierto y  que su dama le había traicionado, no tardó mucho en volverse loco.  Pero yo, ¿cómo puedo imitarle en las locuras, si no le imito en la causa de ellas? Porque me atrevo a jurar que mi Dulcinea del Toboso no ha estado en su vida con ningún moro, ni siquiera sabe como visten, y que está todavía como su madre la parió; y yo la ofendería mucho si, pensando de ella otra cosa, me volviese loco con la clase de locura de Roldán el furioso.  
Por otra parte, veo que Amadís de Gaula, sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el que más; porque lo que hizo, según su historia, no fue más de que, por verse desdeñado de su señora Oriana, que le había mandado que no apareciese ante su presencia hasta que ella lo dijera, retirarse a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño, y allí se hartó de llorar y de encomendarse a Dios, hasta que el cielo le socorrió, en medio de su mayor pena y necesidad. Y si esto es verdad, como lo es, ¿ para qué voy a molestarme para desnudarme del todo ni maltratar a estos árboles que no me han hecho ningún daño? Ni tengo  qué enturbiar el agua clara de estos arroyos, los cuales me darán de beber cuando tenga gana. Viva la memoria de Amadís, y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere; del cual se dirá lo que del otro se dijo: que si no acabó grandes cosas, murió por acometerlas; y si yo no soy desechado ni desdeñado de Dulcinea del Toboso, me basta, como ya he dicho, estar ausente de ella.
 Ea, pues, manos a la obra: venid a mi memoria, obras de Amadís, y enseñadme por dónde tengo de comenzar a imitaros. Pero ya sé que lo más que él hizo fue rezar y encomendarse a Dios; pero ¿ qué rezaré si no tengo Rosario? Enseguida pensó que lo haría rasgando una gran tira que colgaba de las faldas de la camisa e hizo once nudos en ella, uno de ellos más grueso que los demás, y esto le sirvió  de Rosario el tiempo que estuvo allí, donde rezó un millón de avemarias. Pero lo que le apenaba mucho era no encontrar por allí a otro ermitaño (como le ocurrió a Amadís) que le confesase y con quien consolarse. Y así, se entretenía paseando por el pradecillo, escribiendo y grabando en las cortezas de los árboles y en la arena  muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Pero los que se pudieron encontrar enteros y que se pudiesen leer, después de encontrarlo allí, solamente fueron estos que siguen:

Árboles, yerbas y plantas que en aqueste sitio estáis, tan altos, verdes y tantas, si de mi mal no os holgáis,
escuchad mis quejas santas.

Mi dolor no os alborote, aunque más terrible sea, pues, por pagaros escote, aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea
del Toboso.

Es aquí el lugar adonde el amador más leal
de su señora se esconde, y ha venido a tanto mal
sin saber cómo o por dónde.

Tráele amor al estricote, (a mal traer) que es de muy mala ralea;
y así, hasta henchir (llenar) un pipote,(botijo) aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea
del Toboso.

Buscando las aventuras por entre las duras peñas,
maldiciendo entrañas duras, que entre riscos y entre breñas halla el triste desventuras, hirióle amor con su azote,
no con su blanda correa; y, en tocándole el cogote, aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea del Toboso.

Muchoa se rieron los que encontraron estos versos al ver el nombre de el Toboso añadido al de Dulcinea, porque imaginaron que don Quijote debió pensar que si, al nombrar a Dulcinea no decía también del Toboso no se entendería de donde eran las ausencias a las que se refería en los versos, como así fue, según él mismo confesó después. Otros muchos escribió, pero como se ha dicho no se pudieron sacar ni en limpio ni enteros nada más que estas coplas.(estrofas). 
En esto (escribir versos), en suspirar, en llamar a los faunos y silvanos (divinidades de aquellos campos y bosques), a las ninfas de los ríos, a la dolorosa y húmeda Eco, para que le respondiese, consolasen y escuchasen, se entretenía, además de en buscar algunas yerbas con que sustentarse en tanto que Sancho volvía; que, si en lugar de tardar tres días, hubiera tardado tres semanas, habría encontrado al Caballero de la Triste Figura tan desfigurado que no le hubiera conocido la madre que lo parió.

Pero dejémosle entretenido con sus suspiros y versos, para contar lo que le sucedió a Sancho Panza en su viaje. Y fue que, en saliendo al camino real, se puso en busca del Toboso, y al día siguiente llegó a  la venta donde  le había sucedido la desgracia de la manta y,  aunque llegó a la hora de comer y tenía ganas de tomar  algo caliente, porque hacia muchos días que todo lo que comía era fiambre, no quiso entrar en ella, porque  apenas verla le pareció que otra vez estaba volteado.

La necesidad de comer hizo que al llegar a la venta todavía dudara si entrar o no en ella. Y estando en esto, salieron de la venta dos personas que enseguida  le conocieron; y dijo el uno al otro:

   Dígame, señor licenciado, aquel del caballo, ¿no es Sancho Panza, el que dijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor por escudero?

   Sí es —dijo el licenciado—; y aquél es el caballo de nuestro don Quijote. Y lo conocieron porque eran el cura y el barbero de su pueblo; los que habían hecho el escrutinio de los libros. Una vez que reconocieron a Sancho y a Rocinante se acercaron a él deseosos de saber de don Quijote, y el cura llamándolo por su nombre, le dijo:     
Amigo Sancho Panza, ¿dónde está vuestro amo?

Sancho Panza los reconoció enseguida, y determinó ocultar el lugar y la forma donde y cómo quedaba su amo; así que les dijo que su amo quedaba en cierto lugar ocupado  en un asunto de mucha importancia para él y que no se lo podia decir por nada del mundo.  

     No, no —dijo el barbero—, Sancho Panza; si vos no nos decís dónde queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habéis matado y robado, pues venís encima de su caballo. En verdad que nos habéis de informar sobre el dueño del rocín, o si no, tendréis que dar explicaciones.

             No hacen falta amenazas,  que yo no soy hombre que robo ni mato a nadie: a cada uno lo mate su suerte, o Dios, que le creó. Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad de esta montaña, muy a su gusto..

Y después de comer les contó de un tirón la forma que quedaba, las aventuras que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados.
Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y, aunque ya sabían la locura de don Quijote y la clase de ésta, siempre que la oían se admiraban de nuevo. Le pidieron a Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba a la señora Dulcinea del Toboso. Él dijo que iba escrita en un cuaderno y que su señor le había ordenado que la hiciese copiar en papel en el primer lugar que llegase; el cura le pidió que se la enseñase y que él la escribiría con muy buena letra. Sancho metió la mano en su pecho buscando el cuaderno, pero no lo encontró, ni lo podría encontrar por mucho que lo buscase, porque don Quijote no se lo  había dado, y él no se acordó de pedírselo.  

Cuando Sancho vio que no encontraba el cuaderno, se puso lívido y volvió a buscarlo por todo el cuerpo y como no lo encontraba se tiró de las barbas con ambas manos, de tal manera  que se arrancó la mitad y después aprisa y sin parar, se dio media docena de puñetazos en la cara y en la nariz, bañandolas todas en sangre. El cura y el barbero al ver lo que hacía le preguntaron, que le había sucedido para tratarse así.

   ¿Qué me ha de suceder —respondió Sancho—, sino que he perdido en un abrir y cerrar de ojos y en un instante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo?

   ¿Cómo es eso? —replicó el barbero.

   He perdido el cuaderno —respondió Sancho—, donde venía la carta para Dulcinea y una orden firmada por mi señor, por la cual mandaba que su sobrina me diese tres pollinos, de cuatro o cinco que estaban en casa. Y ya, de paso, les contó la pérdida del rucio. Le consoló el cura, diciéndole que cuando encontraran a su señor, él haría que volviera a firmar la orden, pero en papel porque las que se hacían en cuadernos jamás se aceptaban ni cumplían.

Con esto se consoló Sancho, y dijo que, como aquello fuese así, que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él la sabía casi de memoria, por lo que se podría escribir donde y cuando quisieren.

 — Decidla, Sancho, pues —dijo el barbero—, que después la escribiremos..

 Sancho Panza comenzó a rascarse la cabeza para recordar la carta  y unas veces se apoyaba en  un pié y otras sobre el  otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo; y después de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo impacientes a los que esperaban la dijese, al cabo de un rato largo dijo:  

   Por Dios, señor licenciado, que me lleven los diablos, porque de la carta no recuerdo nada, solo que al principio decía: “ Alta y manoseada señora”
     — No diría —dijo el barbero— manoseada, sino sobrehumana o soberana señora.
     — Así es —dijo Sancho—. Luego, si mal no recuerdo, proseguía..., si mal no
recuerdo: «el llagado y falto de sueño, y el herido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no sé qué decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba discurriendo, hasta que acababa en
«Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

Mucho disfrutaron los dos al ver la buena memoria de Sancho Panza, elogiándola mucho y pidiéndole la dijese otras dos veces, para que ellos la aprendieran de memoria y así poder escribirla a su tiempo. Volvió Sancho a decirla otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros tres mil disparates. Después  contó también las cosas ocurridas a su amo, pero sin decir nada del manteamiento que le había sucedido en aquella venta, en la cual no quería entrar. Dijo también que su señor cuando él le llevase una buena contestación  
de la señora Dulcinea del Toboso, se pondría en camino para cavilar cómo ser emperador, o, por lo menos, monarca; que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que, en siéndolo, le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no podía ser menos, y le había de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.

 Decía esto Sancho con tanto sosiego, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, que había trastornado el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les gustaba seguir oyendo sus necedades. Y así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor, que era verosimil y muy posible que con el tiempo, llegase a ser emmperador, como él decía, o, por lo menos, arzobispo u otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:

   Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que  mi amo quisiera ser arzobispo, en lugar de emperador, me gustaría saber qué suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos.

   Les  suelen dar —respondió el cura— algún cargo con el derecho a cobrar algunas rentas de los bienes de la Iglesia o  una sacristanía con una renta fija y estable, además de las limosnas de los fieles que se pueden estimar en otro tanto.

      ─ Para eso será necesario —replicó Sancho— que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa, por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de mí, que soy casado y no sé la primera letra del ABC! ¿Qué será de mí si a mi amo se le antoja  ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?

     ─ No tengáis pena, Sancho amigo —dijo el barbero—, que nosotros rogaremos a vuestro amo y se lo aconsejaremos, y aun se lo pediremps como caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, ya que a él se le da mejor el uso de las armas que el estudio.

       Eso pienso yo ─ respondió Sancho─ , aunque puedo decir que para todo tiene habilidad. Lo que por mi parte yo pienso hacer  es rogarle a Nuestro Señor que le lleve a a aquellos sitios donde él más se beneficie y adonde a mí más favores me haga.

      Lo que decís  es muy sensato —dijo el cura— y lo haréis como buen cristiano. Pero lo que hay que hacer ahora  es pensar  como sacar a vuestro amo de esa inútil penitencia que decís que queda haciendo;  Y para eso y para comer, que ya es hora, lo mejor sera que entremos  en esta venta.

 Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera y que después les explicaría el porqué ni entraba ni le convenía entrar en ella; pero les rogaba que le sacasen algo caliente para comer y cebada para Rocinante.Ellos entraron dejándolo allí y al poco tiempo el barbero le sacó algo para comer. Después, habiendo pensado bien entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, se le ocurrió al cura algo muy al gusto de don Quijote, para conseguir  lo que ellos querían. Y le dijo al barbero que se vestiría con ropa de doncella andante, y que él se vistiera de forma que pudiera pasar por escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, fingiendo ser él una doncella afligida y menesterosa que le pediría un favor que don Quijote  como valeroso caballero andante no se lo podría negar. Y el favor que le pensaba pedir era que se viniese con ella  donde ella le llevase, a deshacerle un agravio que un mal caballero le había hecho; y que le suplicaba, asimismo, que no la mandase quitar su antifaz, ni le preguntase nada del agravio hasta que le hubiera hecho justicia de aquel mal caballlero; y que no dudaba, que don Quijote haría todo cuanto le pidiese por este motivo; y que de esta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su extraña locura.

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