Capítulo XIV.
Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no
esperados sucesos
La Canción de Grisóstomo
comenzaba así:
Ya que quieres, cruel, que se publique,
de lengua en lengua y de una en otra gente, del áspero rigor tuyo la fuerza,
haré que el mesmo infierno comunique al triste pecho mío un son doliente,
con que el uso común de mi voz tuerza. Y al par de mi deseo, que se
esfuerza a decir mi dolor y tus hazañas,
de la espantable voz irá el acento,
y en él mezcladas, por mayor tormento, pedazos de las míseras entrañas.
Escucha, pues, y presta atento oído, no al concertado son, sino al
rüido que de lo hondo de mi amargo pecho, llevado de un forzoso desvarío,
por gusto mío sale y tu despecho.
´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´
terrminando con estos versos:
Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo Tántalo con su sed; Sísifo venga
con el peso terrible de su canto; Ticio traya su buitre, y ansimismo
con su rueda Egïón no se detenga, ni las hermanas que
trabajan tanto; y todos juntos su mortal quebranto trasladen en mi pecho, y en
voz baja
-si ya a un desesperado son debidas- canten obsequias
tristes, doloridas,
al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja.
Y el portero infernal de los tres rostros,
con otras mil quimeras y mil monstros, lleven el
doloroso contrapunto;
que otra pompa mejor no me parece que la merece un
amador difunto.
Canción desesperada, no te quejes cuando mi triste
compañía dejes; antes, pues que la causa do naciste con mi desdicha augmenta su
ventura, aun en la sepultura no estés triste.
Les pareció bien a los que escucharon la canción de Grisóstomo y el que la leyó
dijo que no coincidía con lo que él había oído del recato y bondad de Marcela,
al quejarse Grisóstomo de celos y
sospechas, así como de no nombrar ninguna virtud de la pastora, lo que
perjudicaba la buena fama de Marcela. Ambrosio, que conocía bien los
pensamientos de su amigo, dijo que para que salgais de esa duda, sabed que
cuando este desdichado escribió la canción se había ausentado voluntariamente
de Marcela para comprobar si ella le era fiel en la ausencia, como era
costumbre en los enamorados. Pero como al enamorado ausente le atormentan los
celos imaginados y las sospechas de infidelidad, esos celos imaginados y las
sospechas temidas atormentaban a Grisóstomo como si fueran verdaderas. Y con esto queda intacta la fama de la bondad
de Marcela, a la que no se le puede tachar ni de cruel, ni de arrogante, ni de
desdeñosa, a no ser motivado por la envidia.
—
Es
cierto —respondió Vivaldo.
Y cuando
iba a leer otro de los papeles que había salvado del fuego, se lo impidió una
mravillosa visón que de improviso se presentó. Y fue que, por encima de la peña
donde se cavaba la sepultura, apareció
la pastora Marcela tan hermosa que sobrepasaba a la fama de su belleza,
de tal manera que tanto los que la conocían como los que la veían por primeras
vez quedaron admirados de su belleza. Pero cuando Ambrosió la vio le dijo muy
indignado:
—
¿Acaso
vienes ingrata, a ver si con tu presencia sangran las heridas de este miserable
a quien tu crueldad quitó la vida (20), o quizás a regocigarte de tu crueldad,
como hizo Nerón al ver como Roma ardía, o
a pisar con arrogancia este cadaver como hizo la ingrate hija de
Tarquino?(21)
Dinos pronto a que vienes, o qué te gustaría que como yo
sé que Grisóstomo nunca dejó de obedecerte yo hare que lo hagan todos los que
se consideraban sus amigos.
—
No
vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho —respondió Marcela—,
sino a defenderme y demostrar que están equivocados todos los que me culpan
de las penas y de la muerte de
Grisóstomo. Por eso ruego a todos me escucheis que no tardaré mucho tiempo ni
emplearé muchas palabaras para convencer a las personas sensatas.
“ Vosotros decis que
el cielo me hizo hermosa y que esa hermosura os mueve a que me améis y
prretendéis que yo os tenga que amar también. Yo sé que todo lo hermoso gusta y
es agradable, pero no entiendo que por el hecho de ser amada esté obligada a
amar yo también. Además podia suceder que el que ama lo hermoso no lo fuese él
y lo feo no es agradable, así que no puede pretender que el amarme por ser
hermosa tenga yo que amarlo aunque sea feo. Pero en el caso de que también
fuese hermoso, los sentimientos no pueden ser iguales, porque no todas las
hermosuran enamoran, pueden alegrar la vista, pero no la voluntad; pues si
todas las bellezas enamorasen los sentimientos no serían estables, porque al
existir muchas personas hermosas, los sentimientos también lo serían. Pero el
verdadero amor no se divide y, además, ha de ser voluntario y no a la fuerza.
Por lo tanto no podéis obligarme a amaros porque vosotros me améis a mi. Pensad que en lugar de hermosa, el
cielo me hubiese hecho fea ¿veriais justo que yo me quejara de vosotros porque
no me amáseis? Además yo no tengo la culpa de que el cielo me hiciese hermosa,
yo no la pedí, me fue dada por gracia. Y de la misma manera que la víbora no
puede ser culpada por el veneno que la
naturaleza le ha dado, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que
la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada
aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el
cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una
de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha
de perder la que es amada por
hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con
todas sus fuerzas y artimañas procura que la
pierda?
»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la
soledad de los campos. Los árboles de estas montañas son mi compañía, las
claras aguas de estos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas
comunico mis pensamientos y hermosura. Soy fuego apartado y espada puesta
lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y
si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a
Grisóstomo ni a otro alguno, bien se
puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me dice que
eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a
ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me
descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en
perpetua soledad, y de que solo la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y
los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar
contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿porqué os extrañáis que se
ahogase en la profundidad del mar de su desatino? Si yo le hubiera dado
esperanzas le habría engañado; si hubiera accedido a sus deseos, hubiera ido
contra los mios. El porfió sabiendo que no tenía esperanzas, se desesperó sin que yo le mostrase
rencor:¡pensad ahora si es justo que de su pena se me culpe! Se puede quejar el que ha sido
engañado, desesperarse el que recibió esperanzas que no se cumplieron, eso lo
podría hacer el que aceptase y admitiese, pero que no me llame cruel ni
homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.
» Hasta ahora no ha querido el cielo que yo me enamore y
es inútil pensar que tengo que amar al que de mi se enamore. Que este desengaño
sirva a todos los que solicitan mis amores y que tengan claro que si alguno
muere por mí ni por celos ni por desengaños será, porque a ninguno voy a dar
ninguna esperanza.. El que me llama fiera y arpía que me deje como cosa
perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida,
no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, esta arpía, esta
ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni
seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado
deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi
limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el
que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas
propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme:
ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo me
con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas de
estas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por
término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del
cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.
Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna,
volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca
estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos
los que allí estaban. Y algunos dieron muestras de quererla seguir, sin hacer
caso del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote,
pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las
doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e
inteligibles voces, dijo:
Ninguna persona, de cualquier estado y condición que
sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa
indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o
ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de
condescender con los deseos de
ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y
perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra
que en él ella es sola la que con tan
honesta intención vive.
Ya fuese por las
amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que
a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí
hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron
su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la
sepultura con una gruesa peña, en tanto que tuvieran una losa que según Ambrosio dijo pensaba
mandar hacer, con un epitafio que había de decir de esta manera:
Yace aquí de un amador el mísero cuerpo
helado, que fue pastor de ganado, perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata, con quien su imperio dilata
la tiranía de su amor.
Luego esparcieron por encima de la sepultura muchas
flores y ramos, y, dando todos el pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron de
él. Lo mismo hicieron Vivaldo y su compañero, y don Quijote se despidió de sus huéspedes y de los caminantes, los
cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan apropiado
para encontrar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más
que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban
de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla,
hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de
quien era fama que todas estaban llenas. Viendo su buena determinación, no
quisieron los caminantes importunarle más, sino, tornándose a despedir de
nuevo, le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué
tratar, así de la historia de Marcela y Grisóstomo como de las locuras de don
Quijote. El cual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo
lo que él pudiera hacer en su servicio. Pero no sucedio
como él pensaba, según se cuenta en la narración de esta
verdadera historia, dando aquí fin a la segunda parte.
NOTAS
21)
Quien hizo eso
fue Tulia la esposa de Tarquino, la que mandó matar a su padre, el rey Servio
Tulio, para que reinase su esposo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario