Hace unos meses, paseando con un amigo, abogado y profesor, salió a relucir el tema de D. Quijote y mi amigo me dijo que había intentado leerlo tres veces sin conseguir terminarlo. Esto me dio la idea de preguntar a otros amigos y amigas, también profesores y maestros descubriendo, con asombro, que ninguno de ellos había leído la obra cumbre de la literatura española. El problema era el lenguaje y estilo de la época en que Cervantes la escribió. Decidí, por tanto, hacer una versión del Quijote (hay muchas) adaptándo la obra al lenguaje actual y suprimiendo fragmentos que no le quitan a la novela ni su belleza ni el hilo de su argumento pero que la hacen más asequible. Esta versión de la que llevo veinte capítulos la voy a presentar en mi blog, con la esperanza de que las personas que la lean se aficionen a esta obra y lean después una versión más completa y ajustada a la que escribió Cervantes. Para animarlas a ello les digo que yo la leo una vez cada año,desde hace unos treinta, aprendiendo cada vez algo nuevo. Empiezo con el primer capítulo.
Capítulo
primero. Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote
de la Mancha
En
un lugar (pueblo) de la Mancha, del que no digo su nombre para que todos puedan
presumir de ser paisanos del héroe de esta novela no hace mucho tiempo que vivía un rentista de
clase media baja (hidalgo) que conservaba las armas de sus tatarabuelos y tenía
un caballo flaco y un perro galgo que le servían para la caza. Su hacienda le
daba para comer a diario de forma austera y sin excesos, aunque los domingos se
permitiera una comida extraordinaria. Su ropa también era austera, pero tenía
para los domingos una vestimenta mejor. Vivía con un ama de llaves
cuarentona, una sobrina veinteañera y un
criado que le hacía de todo, tanto cuidar del caballo como trabajar en el
campo.
Tenía nuestro hidalgo alrededor de cincuenta
años y era delgado pero fuerte. Era madrugador y le gustaba la caza. Su nombre
era Quijada o Quesada, aunque esto no tiene importancia para esta historia.
Como vivía de las pocas rentas que tenía se
aficionó de tal manera a leer libros de caballería que se olvidó de la caza e
incluso de administrar su hacienda. Todo su tiempo libre era para la lectura de
dichos libros y tantos compró que tuvo que vender para ello muchas fanegas de
tierra ( la fanega equivale a 64 áreas y 596 miliáreas en Castilla, aunque en
otras partes equivale a 6.600 metros cuadrados). Los que más le gustaban eran
los de un tal Feliciano de Silva por su prosa clara y los requiebros y cartas
de desafío donde encontraba escrito cosas como esta: la razón de la sinrazón
que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece que con razón me quejo de vuestra hermosura. Y otras
parecidas, por lo que no es de extrañar que queriendo conocer el sentido de las
mismas pasara las noches en blanco, de tal manera que de tanto leer y del poco
dormir se le secó el cerebro, perdiendo el juicio por completo. Llenó su cabeza
de tanta fantasia que no se le ocurrió otra cosa que hacerse caballero andante
y salir por los caminos a deshacer
agravios, a proteger doncellas y socorrer a los que, a su parecer,
sufrían alguna injusticia.
Y
lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos y
que hacía muchos años que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Las limpió
lo mejor que pudo, dándose cuenta que no tenían celada ( casco para cubrir la cabeza, sino morrión simple (una
especie de casco dividido en dos mitades) Pero se las ingenió para suplir esta
falta haciendo con cartones una media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia
de celada entera. Para probar si era fuerte y podria evitarle alguna
cuchillada, le dio dos golpes con la espada, deshaciendo en un minuto lo que
había hecho en una semana. Pero no se acobardó por ello, sino que la hizo de
nuevo poniéndole unas barras de hierro por dentro, de tal manera que él quedó
satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer una nueva prueba, la dio por buena teniéndola por celada
finísima de encaje.
Fue luego a ver su rocín (caballo) y, aunque era flaco, de mala traza y no muy
alto, lo comparó con el Bucéfalo de Alejandro y el Babieca del Cid. Ahora tenía que ponerle un nombre
adecuado a un caballero andante como él. Cuatro días estuvo dándole vueltas al
nombre, hasta que al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer,
alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín (caballo
como se ha dicho más arriba). Al ser ahora, en su imaginación, un caballo de la
categoría de los del Cid y de Alejandro Magno. De ahí Rocinante, es decir,
rocín antes, ahora un buen caballo.
Puesto nombre, y
tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y a este pensamiento
dedicó otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote. Pero,
acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse
Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, y se llamó
Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la
suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba claramente su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre de ella.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión
celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender
que no le faltaba otra cosa sino
buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era
árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Ya que si en sus correrías se
encontraba con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros
andantes y lo vencía tenía que tener una dama a quien enviárselo para
comunicarle que había sido vencido en singular batalla por el famoso y nunca
suficentemente alabado don Quijote de la Mancha, el cual lo manda para que se
presente ante ella, para que disponga de de él como le plazca. Después de mucho
pensar, se decidió por una labradora llamada Aldonza Lorenzo de muy buen
parecer y vecina de un pueblo cercano al suyo y de la que en un tiempo estuvo
enamorado. Le pareció bien darle título de señora de sus pensamientos; y,
buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase
al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era
natural de este pueblo ; nombre, a su parecer, sonoro, peregrino y significativo, como todos los
demás que a él y a sus cosas había puesto,
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