Capítulo
XXXIII. Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente
«En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la
provincia que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y
principales, y tan amigos que, por excelencia y antonomasia, de todos los que
los conocían los dos amigos eran llamados. Eran solteros, mozos de una misma
edad y de unas mismas costumbres.. Bien es
verdad que Anselmo era algo más
inclinado a los pasatiempos amorosos que
Lotario, el cual prefería los de la caza; pero, cuando se ofrecía,
dejaba Anselmo de acudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario
dejaba los suyos por acudir a los de Anselmo.
»Andaba Anselmo muy enamorado de una doncella
principal y hermosa de la misma ciudad, hija de tan buenos padres y tan buena
ella por sí, que decidió, con el parecer
de su amigo Lotario, pedirla por esposa a sus padres; y el que llevó la
embajada fue Lotario, que concluyó el
negocio tan a gusto de su amigo, que nó tardó en poseer lo que deseaba, y Camila tan contenta
de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de dar gracias al cielo,
y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le había venido.
»Los
primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres, frecuentó Lotario,
como solía, la casa de su amigo Anselmo, procurando honrarle, festejarle y
regocijarle en lo que podia; pero, acabadas las bodas y sosegada ya la
frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a distanciar las suyas
a la casa de Anselmo, para evitar maledicencias de la gente.
»Notó Anselmo las ausencias de Lotario, y le manifestó
sus quejas, diciéndole que si él hubiera sabido que al casarse iban a dejar de
tratarse como solían hacerlo, que jamás se hubiera casado, y le recordó todas
las cosas que hacían antes de la boda.. »A todas
estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario para persuadirle que
volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta prudencia,
discreción y consejos, que Anselmo quedó satisfecho de la buena intención de su
amigo, y acordaron que dos días a la semana y las fiestas fuese Lotario a comer
con él; y, aunque esto quedó así concertado entre los dos, se propuso Lotario
hacer solamente aquello que viese que más convenía a la honra de su amigo, cuyo
crédito estimaba más que el suyo propio.
»También
decía Lotario que los casados tenían necesidad
de tener cada uno algún amigo que le advirtiese de los errores que en su
comportamiento tuviese en su trato con Camila. Pero, ¿dónde se hallará amigo
tan discreto y tan leal y verdadero como aquí Lotario le pide? No lo sé yo, por
cierto; sólo Lotario era éste, que con toda solicitud y advertencias miraba por la honra de su amigo y procuraba
disminuir y acortar los días del concierto de ir a su casa, porque no pareciese
mal al vulgo ocioso y a los ojos vagabundos y maliciosos la entrada de un mozo
rico, gentilhombre y bien nacido, en la casa de una mujer tan hermosa como
Camila.
»Sucedió,
pues, que un día que los dos estaban paseando por un prado fuera de la ciudad,
Anselmo hizo a Lotario las siguiente reflexiones:
»—Pensabas, amigo
Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en hacerme hijo de tales
padres como fueron los míos y al darme, no con mano escasa, los bienes, así los
que llaman de naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder con
agradecimiento al bien recibido, al que
se suma el que me hizo en darme a ti por
amigo y a Camila por mujer propia: dos prendas que las estimo, si no en el
grado que debo, en el que puedo. Pues con todas estas cosas, con que los hombres
suelen y pueden vivir contentos, me siento el más amargado y desesperado de los
hombres de todo el universe; porque desde hace
unos días tengo una pena y me oprime un deseo tan extraño, y tan fuera
del uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a
solas, y procuro callarlo y quitarlo de mis propios pensamientos; y así me ha
sido posible salir con este secreto como si mi
corazón necesitara decirlo a todo el mundo. Y, como de todas formas se va conocer, quiero que me guardes el secreto para
librarme pronto de la angustia que me causa y recupere la alegría por tu
solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
»Intrigado
tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había de parar tan larga
prevención o preámbulo; y, aunque iba revolviendo en su imaginación qué deseo
podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del
blanco de la verdad; y, por salir pronto de la agonía que le causaba aquella
intriga, le dijo que ofendía a su mucha amistad en andar buscando rodeos para
decirle sus más encubiertos pensamientos, pues sabía qué se podía esperar de
él, o ya consejos para apartarlos, o ya remedio para cumplirlos.
»—Así es la verdad —respondió Anselmo—, y con esa confianza
te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me agobia es pensar si Camila,
mi esposa, es tan buena y tan perfecta como yo pienso; y no puedo enterarme con
certeza, si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de
su bondad, como el fuego muestra los del oro. Porque, ¿qué hay que agradecer
—decía él— que una mujer sea buena, si nadie le dice que sea mala? ¿Qué importa
que esté recogida y temerosa la que no le dan ocasión para que se suelte, y la
que sabe que tiene marido que, en cogiéndola
en la primera desenvoltura, le ha de quitar la vida? Así que, la que es buena
por temor, o por falta de ocasión, yo no la quiero tener en aquella estima en
que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la corona del
vencimiento. De modo que, por estas razones y por otras muchas que te pudiera
decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo, deseo que Camila, mi
esposa, pase por estas dificultades y se acrisole y aquilate en el fuego de
verse requerida y solicitada, y de quien tenga valor para poner en ella sus
deseos; y si ella sale, como creo que saldrá, con
la palma de esta batalla, tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo
decir que está colmado el vacío de mis deseos; diré que me cupo en suerte la
mujer fuerte, de quien el Sabio (97) dice que ¿quien la hallará.? Y, cuando
esto suceda al revés de lo que pienso, con el gusto de ver que acerté en mi
opinión, llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa
experiencia. Y, suponiendo que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de
mi deseo ha de ser de algún provecho para dejar de ponerle por la obra, quiero,
¡oh amigo Lotario!, que te dispongas a ser el instrumento que ejecute esta obra
de mi gusto; que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte nada de lo que
yo vea que sea necesario para solicitar a una mujer honesta, honrada, recogida
y desinteresada. Y me mueve, entre otras cosas, confiarte esta tarea, el ver
que si es vencida Camila, el vencimiento quedará entre los dos quedando
escondida mi injuria con tu silencio.
Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, cuanto
antes has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino
con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que nuestra
amistad me asegura.
ȃstas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a
las cuales estuvo tan atento, que no desplegó sus labios hasta que hubo
acabado; y, viendo que no decía más, le dijo:
»—No me puedo creer, ¡oh amigo Anselmo!, que no sean burlas las cosas que me has
dicho. Sin duda imagino, o que no me
conoces, o que yo no te conozco. Pero no; que bien sé que eres Anselmo, y tú
sabes que yo soy Lotario; el daño está en que yo pienso que no eres el Anselmo
que solías, y tú debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía
ser, porque las cosas que me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni
las que me pides se han de pedir a aquel Lotario que tú conoces; porque los
buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse de ellos, como dijo un poeta,
usque ad aras;(98) que quiso decir que no se habían de valer de su amistad en
cosas que fuesen contra Dios. Pues, si esto sintió un gentil de la amistad,
¿cuánto mejor es que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha
de perder la amistad divina? Y cuando el amigo llegue tan lejos que olvidase
los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas
ligeras y de poca importancia, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida
de su amigo. Pues dime tú ahora, Anselmo: ¿cuál de estas dos cosas tienes en
peligro para que yo me aventure a
complacerte y a hacer una cosa tan detestable como me pides? Ninguna, por
cierto. Escucha, amigo Anselmo, ten
paciencia y no me respondas hasta que acabe de decirte lo que pienso sobre lo
que me has pedido; que tiempo quedará para que tú me repliques y yo te escuche.
»—Que me place —dijo Anselmo—: di lo que quieras.
»Y Lotario prosiguió
diciendo:
»— Me parece ¡oh Anselmo!, que tienes tú ahora el gusto
como el que siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a
entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con
razones que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas
en artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles,
intelegibles, demostrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que
no se pueden negar. Y este mismo método tendré que usar contigo, porque el
deseo que en ti ha nacido va tan desencaminado y tan fuera de todo aquello que
tenga sombra de razonable, que me parece será perder el tiempo en darte a
entender tu simplicidad, que por ahora no le quiero dar otro nombre, y aun
estoy por dejarte en tu error, por culpa de tu mal deseo. Pero la amistad que
te tengo no me permite ser tan riguroso ni dejarte en el error con peligro de
que te pierdas.Y, para que lo veas claro,
dime, Anselmo: ¿tú no me has dicho que tengo que pretender a una casada,
persuadir a una honesta, agasajar a una
prudente? Sí que me lo has dicho. Pues si tú sabes que tienes un mujer
así,
¿qué buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de
salir vencedora, como saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle
después que los que ahora tiene, o qué será más después de lo que es ahora? O
es que tú no la tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la
tienes por lo que dices, ¿para qué quieres probarla, sino, como a mujer mala,
hacer de ella lo que más te viniere en gusto? Pero si es tan buena como crees,
no es oportuno hacer esta experiencia para comprobar lo que ya sabes. Así que,
el intentar cosas de las cuales antes
sacaremos daño que provecho es de personas temerarias y con poco juicio. Y de
lo que tú dices que quieres intentar, aunque que salga como deseas, no has de quedar ni más ufano,
ni más rico, ni más honrado que estás ahora; y si no sale, te has de ver en la
mayor miseria que imaginarse pueda, porque no te ha de aprovechar pensar
entonces que no sabe nadie la desgracia que te ha sucedido, porque bastará para
afligirte y deshacerte que la sepas tú mismo. Y, para confirmación de esta
verdad, te quiero decir una estrofa que hizo el famoso poeta Luis Tansilo, en
el fin de su primera parte de Las lágrimas de San Pedro, que dice así:
Crece el dolor y crece la vergüenza
en Pedro, cuando el día se ha mostrado;
y, aunque allí no ve a nadie, se avergüenza de sí mesmo, por ver que
había pecado:
que a un magnánimo pecho a haber vergüenza no sólo ha de moverle el
ser mirado;
que de sí se avergüenza cuando yerra, si bien otro no vee que cielo
y tierra.
» Así que, no remediarás
con el secreto tu dolor; antes, tendrás que llorar continuamente, si no
lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón.. Dime, Anselmo, si el
cielo, o la buena suerte, te hubiera
hecho señor y legítimo poseedor de un finísimo diamante, de cuya bondad y
quilates estuviesen satisfechos cuantos joyeros le viesen, y tú mismo lo creyeses así, ¿sería justo que cogieras aquel diamante, y
lo pusieras entre un yunque y un martillo, y allí, a pura fuerza de golpes y
brazos, probaras si es tan duro y tan fino como dicen? Y una vez hecho, si la
piedra resistiera a tan necia prueba, no
por eso se le añadiría más valor ni más fama; y si se rompiese, cosa que podría
ser, ¿no se perdería todo? Sí, por cierto, dejando a su dueño en estimación de
que todos le tengan por simple. Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es
fínisimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón
ponerla en situación de que se quiebre,pues,
aunque se quedase entera, no puede subir a más valor del que ahora tiene; y si
faltase y no resistiese, considera desde ahora como quedarías sin ella, y con
cuánta razón te podrías quejar de ti mismo, por haber sido causa de su
perdición y la tuya. Mira que no hay joya en el mundo que tanto valga como la
mujer casta y honrada, y que todo el honor de las mujeres consiste en la
opinión buena que de ellas se tiene; y, pues
la de tu esposa es tal que llega al extremo de bondad que sabes, ¿para qué
quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal
imperfecto (99), y que no se le han de poner obstáculos donde tropiece y caiga,
sino quitárselos y despejarle el camino de cualquier inconveniente, para que
sin agobios corra ligera a alcanzar la perfeción que le falta, que consiste en
el ser virtuosa.. Finalmente, quiero decirte unos versos que oí en una comedia
moderna y que he recordado ahora, porque
me parece que tienen que ver con
lo que estamos hablando. Aconsejaba un prudente viejo a otro, padre de una
doncella, que la recogiese, guardase y encerrase, y entre otras razones, le
dijo éstas:
Es de vidrio la mujer; pero no se ha de probar si se puede o no
quebrar, porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse, y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse. Y en esta opinión estén todos, y en razón
la fundo:
que si hay Dánaes en el mundo, hay pluvias de oro también .(100)
Cuanto hasta aquí te he dicho, ¡oh Anselmo!, ha sido por
lo que a ti te toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mí me
conviene; y si fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde
te has metido y de donde quieres que yo te saque. Tú me tienes por amigo y
quieres quitarme la honra, cosa que va contra toda amistad; y aun no sólo pretendes
esto, sino que procuras que yo te la quite a ti. Que me la quieres quitar a mí
está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito, como me pides, cierto
está que me ha de tener por hombre sin honra y mal visto, pues intento y hago
una cosa tan impropia de lo que a la amistad me obliga. De que quieres que te
la quite a ti no hay duda, porque, viendo Camila que yo la solicito, ha de
pensar que yo he visto en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a
descubrirle mi mal deseo; y, teniéndose por deshonrada, te toca a ti, como a
cosa suya, su misma deshonra. Pero te quiero decir la causa por que con justa
razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa que lo es, ni
tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasión, para que ella lo sea. Y no te
canses de oírme, que todo ha de redundar en tu
provecho.
Cuando Dios creó a nuestro primer padre en el Paraíso
terrenal, dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que,
estando durmiendo, le sacó una costilla del lado izquierdo, de la cual formó a
nuestra madre Eva; y, así como Adán despertó y la miró, dijo: ''Ésta es carne
de mi carne y hueso de mis huesos''. Y Dios dijo: ''Por ésta dejará el hombre a
su padre y a su madre, y serán dos en una misma carne ''. Y entonces fue instituido
el divino sacramento del matrimonio, con tales lazos que solo la muerte puede
desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este milagroso sacramento, que hace
que dos personas diferentes sean una misma carne; y aún hace más en los buenos
casados, que, aunque tienen dos almas, no tienen más que una voluntad. Y de
aquí viene que, como la carne de la esposa sea una misma con la del esposo, las
manchas que en ella caen, o los errores que comete, redundan en la carne del
marido, aunque él no haya dado, como queda dicho, ocasión para aquel daño..
Mira, pues,¡oh Anselmo!, al peligro
al que te expones queriendo alterar
la paz en que tu
buena esposa vive. Mira porque inútil e inprudente curiosidad quieres perturbar
la buena salud que tu esposa tiene. Ten en cuenta que los que puedes ganar es
poco y lo que perderás es tanto que me faltan palabras para expresarlo. Pero si
todo cuanto he dicho no es suficiente para olvidar lo que pretendes, bien
puedes buscar otro instrumento de tu deshonra y desventura, pero no cuentes conmigo, aunque con ello pierda tun
mistad, que es la mayor pérdida que
puedo imaginar.
»Calló, en diciendo esto, el virtuoso y prudente
Lotario, y Anselmo quedó tan confuso y pensativo que tardó mucho en responder;
pero, en fin, le dijo:
»— Has visto que te he escuchado con atención, amigo
Lotario, todo lo que has querido decirme
, y en tus razonamientos, ejemplos y comparaciones he visto la mucha discreción
que muestras y la intensidad de la
verdadera amistad que me tienes; y asi mismo veo y confieso que si no te hago
caso, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal. Y aunque sabiendo esto, has
de considerar que yo padezco ahora una grave enfermedad; así que, es necesario
buscar alguna manera par que yo sane, y esto se podía hacer con facilidad, sólo
con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a solicitar a Camila, la cual
no ha de ser tan tierna que a los primeros encuentros dé con su honestidad por
tierra; y con solo este principio quedaré contento y tú habrás cumplido con lo
que debes a nuestra amistad, no solamente dándome la vida, sino persuadiéndome
de no verme sin honra. Y estás obligado a hacer esto por una sola razón; y es que, estando yo, como estoy, determinado
de poner en práctica esta prueba, no has
de consentir que yo cuente mi desatino a otra persona que podia poner en
peligro el honor que tú no quieres que pierda; y cuando el tuyo esté en peligro
a los ojos de Camila cuando la solicites, no importa que haya sido breve, una
vez que vea la entereza que esperamos, le puedes decir la pura verdad de
nuestro artificio y tú no habrás perdido
crédito ante ella. Ves que poco expones y cuanto favor me haces con
ello, hazlo, aunque no sea de tu agrado, pues, como ya he dicho, con sólo que
comiences daré por concluida la causa.
»Viendo Lotario la decidida voluntad de Anselmo, y no
sabiendo qué más ejemplos traerle ni qué más razones mostrarle para que no la
siguiese, y viendo que le amenazaba con que daría a otro cuenta de su mal
deseo, por evitar mayor mal, determinó
contentarle y hacer lo que le pedía, con el propósito y la intención de
llevar aquel negocio de modo que, sin alterar los pensamientos de Camila,
quedase Anselmo satisfecho; y así, le respondió que no dijese su pensamiento a
nadie, que él tomaba a su cargo aquella empresa, que empezaría cuando él quisiera. Le abrazó Anselmo tierna y
amorosamente, y le agradeció su ofrecimiento, como si le hubiera hecho un gran
favor; y quedaron de acuerdo que al día
siguiente comenzase la obra; que él le
daría lugar y tiempo para que a solas pudiese hablar a Camila, y asimismo le
daría dinero y joyas para que se lo diera y ofreciera. Le aconsejó que le diese
serenatas, que escribiese versos en su alabanza, y que, cuando él no quisiese
tomarse el trabajo de hacerlos, él mismo los haría. A todo se ofreció Lotario,
aunque con diferente intención de la que Anselmo pensaba.
»Y con este acuerdo
volvieron a casa de Anselmo, donde hallaron a Camila inquieta y
preocupada, esperando a su esposo, porque aquel día tardaba en venir más de lo acostumbrado.
»Se fue Lotario a su casa, y Anselmo quedó en la suya,
tan contento como pensativo se
fue Lotario, no sabiendo qué hacer para salir bien de aquel imprudente negocio.
Pero aquella noche pensó el modo que tendría para engañar a Anselmo, sin
ofender a Camila; y al dia siguiente marchó a comer con su amigo, siendo bien recibido de Camila, que siempre así lo
hacía porque sabía el mucho aprecio que
le tenía su esposo. »Acabaron de comer, levantaron los manteles y Anselmo dijo
a Lotario que se quedase allí con Camila, en tanto que él iba a un negocio
importante y que dentro de hora y media volvería. Le rogó a Camila que no se
fuese y Lotario se ofreció a hacerle compañía, al que le dijo que se quedase y
le aguardase, porque tenía que tratar con él una cosa de mucha importancia.
Dijo también a Camila que no dejase solo a Lotario en tanto que él volviese. En
efecto, él supo tan bien fingir la necesidad, o necedad, de su ausencia, que
nadie se daría cuenta que era fingida. Se fue Anselmo, y quedaron solos a la
mesa Camila y Lotario, porque toda la demás gente de la casa se había ido a
comer. Se vio Lotario puesto en la Estacada (encerrona) que su amigo deseaba y
con el enemigo delante, que pudiera vencer con solo su hermosura a un escuadrón
de caballeros armados: mirad si era razón que le temiera Lotario.
»Pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la
silla y la mano abierta en la mejilla, y, pidiendo perdón a Camila del mal
comedimiento (educación), dijo que quería reposar un poco en tanto que Anselmo
volvía. Camila le respondió que mejor reposaría en el estrado (101) que en la
silla, y le rogó se fuese a dormir en él. No quiso Lotario, y allí se quedó dormido
hasta que volvió Anselmo, el cual, como halló a Camila en su aposento y a
Lotario durmiendo, creyó que, como había
tardado tanto, ya habrían tenido los dos ocasión para hablar, y aun para
dormir, y no vio la hora en que Lotario despertase, para volver fuera con él y preguntarle de su suerte (qué había pasado).
»Todo ocurrió como él quería: Lotario despertó, y salieron los dos de casa, y le preguntó lo que deseaba, y le respondió
Lotario que no le había parecido bien
que la primera vez se descubriese del todo; por lo que no había hecho otra cosa que alabar la
hermosura de Camila, diciéndole que en toda la ciudad no se
trataba de otra cosa que de su belleza y discreción, y que éste le había
parecido buen principio para empezar a ganarse su voluntad, y disponerla a que
otra vez le escuchase con gusto. Todo esto le agradó mucho a Anselmo, y dijo
que cada día le daría la misma oportunidad, aunque no saliese de casa, porque
en ella se ocuparía en cosas que Camila no pudiese descubrir su artificio.
»Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que, sin
decir Lotario palabra a Camila, respondía a Anselmo que le hablaba y jamás
podía sacar de ella una pequeña muestra de complacencia, ni siquiera dar una señal de sombra de esperanza; antes,
decía que le amenazaba diciendo que si
no dejaba aquel mal pensamiento, se lo
tendría que decir a su esposo. »
─ Está bien —dijo Anselmo—.
Hasta aquí ha resistido Camila a las palabras; es menester ver cómo resiste a
las obras: yo os daré mañana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcáis,
y aun se los deis, y otros tantos para que compréis joyas con que satisfacerla;
que las mujeres suelen ser aficionadas, y más si son hermosas, por más castas
que sean, a esto de arreglarse y estar elegantes; y si ella resiste a esta
tentación, yo quedaré satisfecho y no os molestaré más.
»Lotario respondió que ya que había comenzado, llevaría hasta el fin aquella empresa, puesto
que sabía que saldría de ella fatigado y vencido. Al día siguiente recibió los
cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabía qué
inventar para mentir de nuevo; pero, al fin, determinó decirle que Camila estaba tan entera a las
dádivas y promesas como a las palabras, y que no era necesario insistir más,
porque sería gastar el tiempo en balde.
»Pero la suerte, que guiaba las cosas de otra manera,
ordenó que, habiendo dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras
veces solía, él se encerró en un aposento y por los agujeros de la cerradura
estuvo mirando y escuchando lo que los dos trataban, y vio que en más de media
hora Lotario no habló palabra a Camila, ni se la hablara aunque estuviera allí
un siglo, y cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le había dicho de las
respuestas de Camila todo era ficción y mentira. Y, para comprobar si esto era
así, salió del aposento, y, llamando a Lotario aparte, le preguntó qué nuevas
había y de qué temple estaba Camila. Lotario le respondió que no pensaba
hablarle más de este asunto, porque
respondía tan áspera y desabridamente, que no tenía ánimo para volver a decirle
cosa alguna.
»—¡Ah! —dijo Anselmo—, Lotario, Lotario, y cuán mal
correspondes a lo que me debes y a lo mucho que en ti confío! Ahora te he
estado mirando por el lugar que concede la entrada de esta llave, y he visto
que no has dicho palabra a Camila, por lo que sospecho que no le has dicho
ninguna todavía; y si esto es así, como sin duda lo es, ¿para qué me engañas, o
por qué quieres quitarme con tu astucia los medios que yo podría hallar para
conseguir mi deseo?
»No dijo más Anselmo, pero bastó lo que había dicho para
dejar avergonzado y confuso a Lotario; el cual, casi dolido por verse cogido en
sus mentiras, juró a Anselmo que desde aquel momento tomaba tan a su cargo el
contentarle y no mentirle,como podría comprobar si con curiosidad lo espiaba;
además, que no sería necesario que hiciera nada, porque lo que él pensaba hacer
para satisfacerle le quitaría toda sospecha. Le
creyó Anselmo, y para darle más facilidades a fin de que actuara con comodidad y sin sobresaltos,
determinó ausentarse de su casa ocho
días, yéndose a la de un amigo suyo, que estaba en una aldea, no lejos de la
ciudad, con el cual había concertado que le
llamase con mucha urgencia, para convencer a Camila de su partida.
»¡Desdichado y mal aconsejado de ti, Anselmo! ¿Qué es lo
que haces? ¿Qué es lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira lo que haces contra ti mismo, trazando tu
deshonra y ordenando tu perdición. Buena es tu esposa Camila, quieta y
sosegadamente la posees, nadie amenaza tu gusto, sus pensamientos no salen de
las paredes de su casa, tú eres su cielo en la tierra, el blanco de sus deseos,
el cumplimiento de sus gustos y la medida por donde mide su voluntad,
ajustándola en todo con la tuya y con la del cielo. Pues si la mina (tesoro) de
su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te da gustosamente
toda la riqueza que tiene y tú puedes desear, ¿para qué quieres ahondar
la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo y nunca visto tesoro, arriesgándote a
que toda(la mina) se venga abajo, pues, al fin y al cabo, se sustenta sobre los
débiles apoyos de su flaca naturaleza? Mira que el que busca lo imposible es
justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor un poeta, diciendo:
Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad, en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad. Pero mi suerte, de
quien jamás espero algún bien, con el cielo ha
instituido
que, pues lo imposible pido, lo posible aun
no me den.
» Al día siguiente se fue Anselmo a la aldea, dejando
dicho a Camila que el tiempo que él estuviese ausente vendría Lotario a mirar
por su casa y a comer con ella; que lo tratase como a su misma persona. Se
entristeció Camila, como mujer discreta y honrada de la orden que su marido le
dejaba, y le dijo que advirtiese que no estaba bien que nadie, estando él
ausente, ocupase la silla de su mesa, y que si lo hacía por no tener confianza
que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por
experiencia como para mayores cuidados estaba preparada. Anselmo le replicó que
aquél era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y
obedecerle. Camila dijo que así lo haría, aunque contra su voluntad.
»Partió Anselmo, y al día siguiente vino a su casa
Lotario, donde fue recibido por Camila con amoroso y honesto acogimiento;y jamás se puso en ninguna parte donde Lotario
la viese a solas, porque siempre andaba rodeada de sus criados y criadas, especialmente
de una doncella suya, llamada Leonela, a quien ella mucho quería, por haberse
criado desde niñas las dos juntas en casa de los padres de Camila, y cuando se
casó con Anselmo la llevó consigo.
»En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada,
aunque pudiera, cuando se quitaba la mesa y la gente se iba a comer con mucha
prisa, porque así se lo tenía mandado Camila. Y aun tenía orden Leonela que
comiese primero que Camila, y que de su lado jamás se quitase; pero ella, que
en otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento y necesitaba aquellas
horas y aquel lugar para ocuparle en sus placeres no cumplía siempre la orden
de su señora; antes, los dejaba solos, como si aquello le hubieran mandado.
Pero la honesta presencia de Camila, la gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía
freno a la lengua de Lotario.
» Pero, aunque las muchas virtudes de Camila impidieron
que Lotario no le hablase, se volvieron en contra de los dos, porque si la
lengua callaba, el pensamiento cavilaba
y admiraba cada vez más, la bondad y hermosura de Camila, que eran bastantes
para enamorar a una estatua de mármol, cuanto má a un corazón de carne.
» La miraba Lotario en el sitio en que tenía que hablarle, y consideraba cuán digna era de ser
amada; y esta consideración comenzó poco a poco a olvidar el respeto que tenía
hacia Anselmo , y mil veces quiso ausentarse de la ciudad e irse donde jamás
Anselmo le viese a él, ni él viese a Camila; pero ya no podia reprimir el gusto que al mirarla
sentía. Peleaba consigo mismo para desechar
y no sentir la alegría que le producía mirar a Camila. Se culpaba a solas de su
desatino, se llamaba mal amigo y aun mal cristiano; hacía razonamientos y
comparaciones entre él y Anselmo, y todos acababan en decir que más culpa
tenían la locura y confianza de Anselmo
que su poca fidelidad, y que si tuviera disculpa para con Dios como para con
los hombres de lo que pensaba hacer, que no temería castigo por su culpa.
»En efecto, la hermosura y la bondad de Camila,
juntamente con la ocasión que el ignorante marido le había puesto en las manos,
dieron con la lealtad de Lotario en tierra. Y, sin mirar a otra cosa que
aquella a que su gusto le inclinaba, al cabo de tres días de la ausencia de
Anselmo, en los cuales estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos,
comenzó a requebrar a Camila, con tanta pasión y con tan amorosas razones que
Camila quedó suspensa, y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y
retirarse a su aposento, sin responderle palabra alguna. Pero no por esta
sequedad perdió Lotario la esperanza, que siempre nace juntamente con el amor;
antes, tuvo en más a Camila. La cual, habiendo visto en Lotario lo que jamás
pensara, no sabía qué hacer. Y, pareciéndole que sería peligroso darle ocasion
para que le hablase otra vez, decidió enviar aquella misma noche a un criado
suyo con una carta para Anselmo, en la que le decía estas razones: ( que se verán en el capítlulo siguiente) ,
NOTAS.
97. El
sabio por antonomasia es Salomón que en el Iibro de los Proverbios, 31.10 y11
dice: “ Mujer ejemplar no es fácil hallarla;
¡vale más que las piedras preciosas! Su esposo confía plenamente en
ella, y nunca le faltan ganancias”.
98. usque ad aras, significa hasta los altars y es una frase que
PLutarco pone en boca de Pericles que se hizo popular así: Amigo hasta el
altar, es Amistad. Lo que quiere decirle Lotario, es que losd amigos no deben
inmiscuirse en la vida de los
matrimonies.
99. Idea que tenían
los poetas del Renacimiento, aunque se remonta a Platón en La República y a Aristóteles en De animalibus.
100. De
acuerdo con la mitología, Júpiter se convirtió en lluvia de oro para casarse
con Dánae, a la que su padre Acrisio la tenía encerrada en una torre.
101. El
lugar donde las señoras se sentaban sobre cojines para recibir a las visitas
(Tesoro)
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