martes, 1 de noviembre de 2011

SOBRE LA MUERTE


En los días que recordamos de una manera especial a los seres queridos que nos han precedido en el viaje que todos, más tarde o más temprano, tenemos que hacer, quiero compartir con mis amigos y amigas, un diálogo imaginario que mantengo con mi nieto Juan.


- ¿Por qué se muere la gente, abuelo?

- Porque están vivos.

- ¡Abuelo!, eso parece un chiste.

- Lo parece, pero no lo es. Te acuerdas cuando plantamos el melocotonero y cuando hablamos de Dios.

- Si hablamos de que había seres vivos y seres inanimados.

- Y ¿te acuerdas cuales eran las características de los seres vivos?

- Claro que me acuerdo, abuelo. Los seres vivos son los que nacen, crecen, se reproducen y mueren.

- Lo ves, entonces hay que ser un ser vivo para poder morir.

- Ahora lo entiendo, abuelo. Las piedras no mueren porque no son seres vivos

- Efectivamente, solamente se desgastan.

- Hay otras muchas cosas que no pueden morir. Por ejemplo, un coche o un ordenador no mueren, pueden estropearse y dejar de servir, pero no porque mueran. Solamente los seres vivos pueden morir, y la muerte es lo único que el ser humano tiene seguro.

- Bueno, el ser humano y los demás animales que también son seres vivos.

- Sí es seguro que los demás animales tienen que morir algún día, pero ellos no lo saben. Solamente el hombre (al decir hombre me refiero a la especie humana, es decir al hombre y a la mujer) tiene conciencia de que algún día morirá.

- Y eso porqué es, abuelo.

- Porque como ya vimos cuando hablamos de Dios, su alma es distinta de la de los animales y de la de las plantas.

- Sí me acuerdo, el alma del hombre es racional. Pero que quiere decir racional, abuelo.

- Racional quiere decir que tiene la capacidad de pensar, de razonar las cosas. Puede elegir entre una opción u otra, y saber porque lo hace.

- Sí me acuerdo que una de las diferencias era la del libre albedrío.

- Efectivamente, por eso el hombre se equivoca, y los animales no. Pero volvamos a lo de tener conciencia de la muerte. Mira cuando nace un niño, tiene delante una serie de posibilidades: puede tener una profesión u otra; puede casarse o permanecer soltero; puede contraer o no, alguna enfermedad y muchas otras posibilidades que se le pueden presentar a lo largo de su vida. Pero de todas ellas, la única que es segura es la muerte. Las demás son contingentes.

- Qué es contingente, abuelo.

- Contingente es algo que puede ocurrir o no. Por ejemplo. El niño al que nos hemos referido, puede ser medico, veterinario, ingeniero, militar, carpintero o mecánico. Cualquier cosa de esas puede ser, pero ninguna es segura.

- ¿Y las cosas que no son contingentes, como se llaman?

- Se llaman necesarias, porque han de ocurrir por fuerza. La muerte es una cosa necesaria, nadie se puede librar de ella por mucho que lo intente. La puede retrasar, pero no evitar. Una persona a la que le hagan un trasplante de cualquier órgano, retrasa la hora de la muerte, pero al final llegará un día que ha de morir.

- Y solamente la muerte es necesaria.

- No, hay muchas cosas más que lo son. Por ejemplo: Un triángulo tiene que ser por fuerza una figura de tres lados, porque si tuviera más o menos no sería triángulo, ya que la esencia de éste es tener tres lados. Pero mira, en el triángulo hay, a la vez, cosas necesarias y contingentes.

- ¿Cómo puede ser eso, abuelo?

- Muy sencillo. Es necesario que el triángulo tenga tres lados y tres ángulos, pero estos pueden ser más grandes o más pequeños; pueden ser iguales o no.

- Es verdad, yo he estudiado en el Colegio que hay tres clases de triángulos, equilátero, isósceles y escaleno, según que sus lados sean iguales o no.

- Lo ves, ahí tienes que esto último no es necesario. Un triángulo no tiene que ser forzosamente equilátero, isósceles o escaleno, puede ser de cualquiera de esas clases.

- Ya lo veo, abuelo.

- Pero aunque sea de una forma u otra, siempre es triángulo.

- Y cuando uno se muere que pasa.

- En primer lugar hay que tener en cuenta que la muerte sólo es un nombre que hemos inventado los hombres. Intentaré explicártelo de forma sencilla. Lo primero que has de saber, es que alma viene de una palabra latina, anima, que significa principio de vida. Es decir, es algo que da origen a la vida y, por lo tanto, que lleva vida en sí misma o lo que es lo mismo, es vida. Y lo que es vida, no puede morir. En cuanto al cuerpo tampoco muere sino que se convierte en cenizas si lo queman o en polvo si lo entierran. Cuando estudies física, aprenderás que la energía (el cuerpo es energía) no se crea ni se destruye, solamente se transforma, pero ahora es suficiente con que lo sepas.

- Entonces si el alma no muere ¿a dónde va?

- ¿Te acuerdas de cuando hablamos del Universo como una prueba de la existencia de Dios?

- Sí y hablamos de las estrellas que vemos en la Vía Láctea.

- Pues fíjate, la Vía Láctea que es nuestra galaxia, es una de las más pequeñas que hay en el Universo y tiene más de cien mil millones de estrellas. Ya sabes que cada estrella es un sol y que alrededor de cada sol giran planetas. Suponiendo que en cada una girasen cinco planetas, solamente en la Vía Láctea habría medio billón de planetas. Si multiplicamos esa cifra por diez mil millones de galaxias que hay, nos resulta un número tan grande que es muy difícil leer. Y eso contando que en cada galaxia hubiera el mismo número de estrellas que en la nuestra, que como ya te he dicho es de las más pequeñas.

- ¿Y medio billón es mucho, abuelo?

- Para que te hagas una idea de lo que es un billón, te voy a poner un ejemplo sencillo. Tú sabes que un segundo es una fracción de tiempo muy pequeña, tan pequeña que pasa antes de que pronunciemos su nombre. Pues bien, un billón de segundos son cerca de dieciséis mil años. Esto lo puedes comprobar fácilmente si multiplicas los segundos que tiene un día por los 365 que tiene el año y después divides un billón entre los segundos que tiene un año. Pues medio billón sería cerca de ocho mil años. Imagínate que cada planeta es un segundo.

- Entonces en la Vía Láctea hay casi ocho mil años de planetas.

- Efectivamente y hace ocho mil años, los hombres vivían aún en las cavernas.

- Entonces en el Universo entero debe haber muchos billones de planetas.

- Así es.

- ¿Y el alma va a algunos de esos planetas?

- Es posible. Todas las religiones nos hablan de una vida después de la muerte y de los lugares a los que las almas pueden ir, que reciben un nombre distinto dependiendo de la religión que sea. La nuestra habla del cielo y del infierno, entendiendo por el primero un sitio donde se está muy bien y por el segundo otro donde se está muy mal. Pues puede que esos sitios estén en los planetas del Universo. Jesucristo nos dijo que en la casa de su Padre hay muchos sitios donde vivir y yo pienso que la casa del Padre no puede ser otra que el Universo.

- ¿Y qué se hace en el planeta donde vayamos?

- Con exactitud nadie lo sabe, pero yo estoy seguro de que, vayamos donde vayamos, no vamos a estar ociosos y que haremos algo de lo que hemos aprendido aquí en la Tierra.

- Qué es estar ocioso, abuelo.

- Estar ocioso es no hacer nada.

- Eso quiere decir que tendremos algún trabajo.

- Exactamente y ese trabajo tendrá relación con nuestras experiencias en esta vida.

- ¿Y todos iremos al mismo sitio?

- Yo creo que cada uno irá a un lugar distinto, en función de cómo hayan sido sus experiencias aquí. Y que habrá sitios mejores y peores.

- Entonces, habrá sitios que parezcan el infierno y otros que parezcan el cielo.

- Es posible. Pero lo que tenemos que tener claro, no es donde estén el cielo y el infierno, sino que según sean nuestras obras aquí en la Tierra, iremos a un lugar mejor o peor, cuando crucemos esa puerta a la que llamamos muerte.

- Y ¿qué hay que hacer para ir a un sitio bueno, abuelo?

- Pues portarse uno bien con los demás; ser responsable y respetuoso; ayudar a quien lo necesite; no hacer daño a nadie y perdonar si alguien te lo hace a ti. Pero eso no quiere decir que aguantes todo lo que te hagan, sino que sepas defender tus derechos, aunque sin guardar rencor a nadie, ni devolver el mal que te hagan, pero sí hacer saber que te han ofendido y que no lo vas a consentir de nuevo. Jesucristo nos dijo que fuésemos astutos como serpientes y sencillos como palomas.

- No entiendo eso, abuelo.

- Ser astutos como serpientes quiere decir que estés siempre vigilante para procurar que nadie te hagan algún daño y ser sencillos como palomas, que esa vigilancia sea sin hacer daño a nadie y, también, que si te lo llegaran a hacer, que defiendas tus derechos, pero sin rencor.

- Ahora sí lo entiendo, abuelo. Pero eso no debe ser fácil.

- No, no lo es, pero si queremos ir a un sitio bueno, debemos actuar así.